Carta del Editor MH, 24/9/2025

Enrique Bohórquez López-Dóriga

 

 

El reloj y el Golem

“El último secreto» es el título de la nueva novela de Dan Brown, publicada en septiembre de 2025, en la que el profesor de simbología Robert Langdon viaja a Praga para resolver un misterio relacionado con la conciencia humana, el asesinato de una brillante científica noética y un proyecto secreto que podría cambiar la humanidad. Dan Brown eligió Praga para su última novela, El último secreto, porque era una oportunidad para situar la historia en una ciudad con un rico pasado histórico y simbólico.

El reloj astronómico de Praga no funcionó durante muchos años y la leyenda popular creía que permanecería callado hasta que el horrendo crimen de los concejales cayera en el olvido. Lo que ocurrió varios años después.

Praga, de nuevo. El Reloj Astronómico de la Ciudad Vieja es la estrella que centra la atención de los innumerables turistas que visitan la ciudad. Los concejales de Praga en el siglo XV -como los de antes y después, de allí y de cualquier sitio (Melilla incluida)-procuraban que su ciudad destacara, y cuando el reloj astronómico fue instalado en la torre del ayuntamiento, aproximadamente en 1410 -el relojero Mikulas de Kardan montó el reloj- causó la envidia de Europa.

El reloj de la Ciudad Vieja de Praga señala tanto la hora y la fecha, como la salida y puesta del sol y la luna, además de los signos del zodíaco. Encima de la esfera del reloj hay estatuas mecánicas, que ofrecen un espectáculo maravilloso. Como la Muerte, un esqueleto que cada hora toca la campana, recordándonos que cada vez nos queda menos vida. Como el Turco, meneando la cabeza, el Vanidoso, mirándose en el espejo, o el Tacaño, sacudiendo su bolsa como hacen todos los tacaños del mundo. Un ángel se encuentra encima de la esfera, entre dos ventanillas que se abren cada hora para que los 12 apóstoles puedan hacer reverencias a la Plaza de la Ciudad. Al final de la procesión, aparece Cristo, bendiciendo con la mano derecha, tras lo cual las ventanillas se cierran y el reloj da la hora.

El maestro relojero Hanús, conocido como Jan Ruze, perfeccionó el aparato y se encargó de su mantenimiento durante más de treinta año. Los concejales de Praga, temiendo que alguien del extranjero convenciera a Hanús para crear un reloj semejante en otra ciudad, contrataron a dos sicarios para que cegaran al relojero en su casa. Al final Hanús, que sobrevivió, pidió un día que le llevaran a su reloj amado por última vez. Allí, para vengarse, tocó el engranaje, movió una palanca, el aparato se paró y se quedó en silencio. El maestro Hanús falleció poco después y el secreto del reloj astronómico se lo llevó a la tumba. El reloj no funcionó durante muchos años y la leyenda popular creía que permanecería callado hasta que el horrendo crimen de los concejales cayera en el olvido. Lo que ocurrió varios años después, según los hechos demuestran.

Esa es una de las muchas leyendas de la Praga Vieja, como la del Golem, un gigantesco ser de arcilla, un androide con fuerza sobrenatural que resucitaba en ciertas ocasiones y bajo ciertas condiciones, aunque su tarea primordial era proteger a los habitantes de la Ciudad Judía… Al Golem acude Dan Brown en su último libro, por cierto.

El males­tar social -cada vez más extendido- es el precio de preservar el bienestar de la maquinaria estatal. Acabamos con un Leviatán gordo, protegido y satisfecho, pero sostenido por una sociedad cansada y desilusionada, que tarde o temprano se rebelará… o se resignará (que es lo que acostumbra ocurrir)

Bienestar del Estado, malestar ciudadano

El bienestar del Estado frente al malestar ciudadano. El males­tar social -cada vez más extendido- es el precio de preservar el bienestar de la maquinaria estatal, decíamos en nuestra revista QUEZ el domingo pasado.

Cuando el Estado confunde su bienestar con el de la ciudadanía, se produce una inversión perversa: la maquinaria institucional se convierte en un fin en sí mismo y no en un medio al servicio de las personas. El aparato se blinda, preserva sus privilegios, alimenta su burocracia… mientras la gente experimenta frustración, desconfianza y desafección. ¿Puede existir bienestar del Estado si no existe bienestar ciudadano? No debería. Un Estado sano debería ser aquel cuya fuerza institucional se refleja en el florecimiento de sus ciudadanos. Si el ciudadano percibe malestar permanente, el supuesto bienestar estatal es solo un espejismo administrativo.

La clave está en revertir la ecuación: el bienestar ciudadano como condición y medida del verdadero bienestar del Estado. De lo contrario, acabamos con un Leviatán gordo, protegido y satisfecho, pero sostenido por una sociedad cansada y desilusionada, que tarde o temprano se rebelará… o se resignará (que es lo que acostumbra ocurrir).

Por cierto: Las rutas de la inmigración son también las del narcotráfico, el tráfico de armas o el terrorismo.

 

 

Enrique Bohórquez López-Dóriga

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LEYENDAS: PRAGA, EL ESTADO BENEFACTOR

Enrique Bohórquez López-Dóriga

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