Que el Gobierno de España está haciendo lo imposible con tal de recomponer las relaciones con Marruecos, lo demuestran acciones como las que está pasando con la ex ministra de Exteriores Arancha González Laya, que se está paseando en soledad por los juzgados imputada por la entrada de Ibrahim Ghali o declaraciones como la del ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, que señala que Marruecos no instrumentaliza la migración para presionar a la Unión Europea a pesar de lo que se vio a mediados de mayo en Ceuta.
Estos son solo dos ejemplos de lo que está haciendo el Ejecutivo presidido por Pedro Sánchez para intentar agradar al reino alauí y volver a tener relaciones con un país vecino que las rompió por el affaire del Jefe del Polisario, que accedió de forma secreta para ser atendido por razones humanitarias por un problema de salud, y la posterior entrada de miles de marroquíes a la ciudad ceutí.
Desde aquellos acontecimientos, hace ahora cinco meses, el gabinete de Sánchez no solo ha cambiado de ministro de Exteriores, sino que parece haber abandonado a su suerte a la anterior titular, Arancha González Laya, a la que se le ve muy sola enfrentándose a la acusación de la entrada de una persona en un país soberano para recibir atención sanitaria, como si ello fuera un delito.
Entre esto y ahora Marlaska descartando que Marruecos, a quien la UE apercibió cuando permitió el paso descontrolado de migrantes a Ceuta, sea un vecino que instrumentalice la gestión migratoria para presionar a la UE, demuestran que el gobierno español quiere lograr a toda costa “una cooperación modélica y fructífera en múltiples ámbitos» con el reino alauí, como ha reflejado en el comunicado oficial de La Moncloa, en el que Pedro Sánchez felicita al nuevo gobierno de Marruecos nombrado por el rey Mohamed VI y presidido por Aziz Ajanuch. En el mismo documento, desea «trabajar» con el nuevo Gobierno de Marruecos» para «adaptar» la asociación estratégica «a la altura de las oportunidades y desafíos compartidos, sobre la base de la confianza, el respeto y el beneficio mutuo». Eso esperamos, sobre todo respeto entre dos países llamados forzosamente a entenderse por su vecindad, un respeto que debe abarcar la soberanía de sus territorios, incluidos Ceuta y Melilla.
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