El desafío de nuestro tiempo es muy amplio. Estamos probablemente nada menos que ante el surgimiento de una nueva era, de una nueva civilización, en la que el trabajo, en vez de una maldición divina, sea el bien más preciado; en la que las comunicaciones (los multimedia y el ciberespacio) ponen al alcance de todos una información casi inabarcable; … …en la que todo se globaliza mientras crece el conflicto con lo más próximo y local de cada cultura; y en la que casi todo es posible y nada es totalmente cierto.
La tarea es considerablemente difícil, tanto más que, si bien la educación ha coadyuvado de manera indiscutible a la ruptura con el pasado, al contribuir de forma decisiva a las grandes transformaciones sociales y al desarrollo económico y al progreso científico y tecnológico, la educación misma, en cambio, no ha roto nunca dramáticamente con el pasado, ni siquiera en el caso de las más importantes reformas educativas llevadas a cabo con algún éxito.
Otro aspecto fundamental es que las políticas de reforma deben tener por objetivo la excelencia en materia educativa. Esta noble aspiración es objetivo que se ha expresado, de una u otra manera, a lo largo de décadas, incluso en los años 50 cuando la prioridad política, económica, social e incluso cultural era lograr, sobre todo, una extensión cuantitativa de las oportunidades de incorporación al sistema educativo, preferentemente en la educación primaria así como en la alfabetización de base. Concretamente, las recomendaciones en favor de la calidad de la educación solían poner particular énfasis en la formación y en el perfeccionamiento del profesorado con el fin de mejorar la eficacia y el rendimiento del sistema educativo en sus respectivos niveles y modalidades. Sin embargo, la inquietud respecto de la calidad, y posteriormente respecto de la excelencia de la educación, fue creciendo al dejar de ser un privilegio y pasar a ser un derecho el acceso a la educación en todos los niveles, al tiempo que se veían mermados los recursos financieros disponibles. En años recientes, la razón principal del renovado e intenso debate sobre la calidad proviene del desempleo y del paro que están afectando progresivamente a todas las sociedades del mundo y, en particular, a las más industrializadas. La creación de puestos de trabajo raramente coinciden ya con el número de los puestos suprimidos y las calificaciones de los parados no suelen corresponder a las expectativas de los empleadores. De este modo la educación reglada ha ido perdiendo buena parte de su credibilidad y por ello tiene puestas todas sus esperanzas en la radical mejora de su calidad que permita la rápida adaptabilidad o empleabilidad gracias a la flexibilidad que permite una amplia y sólida base cultural.
