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Del oxímeron, Arturo Mas y la lapa ferruginea

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Como ahora en Cataluña. Una situación que Jesús Cacho ha definido bien, aunque no con mucha elegancia, en un artículo en su digital, vozpopuli.com, dedicado a Arturo Mas que se titula ("Jódete, Arturo") como termina: "Has perdido y estás muerto. Y tú lo sabes. Por todo eso y algunas cosas más, por todo lo que has roto, por traidor y por sembrador de discordia: jódete, Arturo". Pues eso.

El oxímeron es una figura retórica que consiste en la unión de dos palabras de significado opuesto, como, por ejemplo, soledad sonora o dulce derrota. Este oxímeron, el de dulce derrota, es el que se puede aplicar, una vez más, a los resultados de las últimas elecciones catalanas, en las que los que perdieron, como los Artur Mas y compañía, efectivamente perdieron, según cualquier observador imparcial, pero ganaron, según ellos (la derrota victoriosa). O como el PP, cuya dirección dijo primero que las elecciones plebiscitarias catalanas no se iban a celebrar, después que eran muy importantes para España y al final que no tenían demasiada importancia ni eran indicativas de nada de cara a las elecciones generales previstas para el mes de diciembre (lo importante inocuo).
Gerald Brenan es, sin duda, uno de los mejores hispanistas e historiadores sobre nuestra guerra civil. Tendencioso, probablemente, y declarado simpatizante de la causa republicana, publicó en 1943, en Gran Bretaña, su libro "El laberinto español", sobre los antecedentes sociales y políticos de tan terrible guerra. En uno de los primeros capítulos de ese libro escribe sobre "la cuestión catalana" y recuerda cómo el Ministerio de la Guerra recurrió entonces a los reservistas de Cataluña para reemplazar a parte de las tropas aniquiladas en Annual en junio de 1909. "A lo largo de seis años -dice Brenan- Lerroux había estado incitando en Cataluña al populacho al saqueo, el incendio y al derramamiento de sangre. Ahora que había llegado el momento, tanto él como sus compañeros radicales desaparecieron de la escena, pero sus secuaces más jóvenes, los jóvenes bárbaros, como se llamaban a sí mismos, marcharon adelante. El resultado fue cinco días de motín, durante los cuales veintidós iglesias y treinta y cuatro conventos fueron incendiados y hubo muertes de frailes, profanación de tumbas y extrañas y macabras escenas por las calles en las que ciertos individuos bailaban con las momias de las monjas desenterradas".
No insinúo que la historia haya de repetirse necesariamente. Sí afirmo que es más que conveniente conocer la historia, y específicamente la nuestra. Por si las moscas, como diría un castizo. Nadie, probablemente, imaginaba a principios del siglo XX que en España, uno de los países más importantes del mundo, iba a empezar una guerra civil treinta y seis años después del inicio del siglo, pero eso ocurrió y, es inteligente pensarlo, quizás aquellos motines, aquellos incendios, aquellos bailes con monjas desenterradas, contribuyeron poderosamente a aquella insospechada catástrofe guerracivilista. Nunca pasa nada… hasta que pasa.
Como ahora en Cataluña. Una situación que Jesús Cacho ha definido bien, aunque no con mucha elegancia, en un artículo en su digital, vozpopuli.com, dedicado a Arturo Mas que se titula ("Jódete, Arturo") como termina: "Has perdido y estás muerto. Y tú lo sabes. Por todo eso y algunas cosas más, por todo lo que has roto, por traidor y por sembrador de discordia: jódete, Arturo". Pues eso. Y ya veremos lo que puede venir, con los anarquistas y antisistema de la CUP decisivos para formar un gobierno catalán que continúe con la deriva independentista/nacionalista/nazi. Una deriva en la que el PP, gobernante nacional, ya no tiene apenas nada que decir, tras el catastrófico resultado que ha cosechado en las elecciones catalanas y tras constatar que los catalanes españoles se sienten traicionados y no defendidos por los dirigentes de ese partido, como lo demuestra el éxito electoral de Ciudadanos, acogido por sus militantes con los gritos de "España, España" y "Libertad, libertad". Pues eso, de nuevo.
Continúo y termino esta carta recién llegado a Berlín, una ciudad sorprendente en muchos aspectos, que sabe muy bien lo que cuesta la libertad y sobre la que escribiré más en una de mis Cartas próximas. Leo, en el hotel, nuestro periódico del viernes y la primera conferencia de prensa que ha realizado Miguel Marín en su recién estrenado cargo de presidente de la Autoridad Portuaria (feo nombre el de la institución, ya lo he dicho en varias ocasiones). De entre sus declaraciones me llamaron la atención varias cosas, como su insistencia en agradecer a Juan José Imbroda "la confianza renovada" que le ha manifestado y que ha concluido, no sin problemas en esta ocasión, con su nombramiento de presidente de la AP. Desde luego, es de bien nacido ser agradecido (algunos políticos no lo son, en absoluto) aunque también es cierto que no sólo al presidente de la Ciudad Autónoma debe Marín este nombramiento y conviene no olvidarlo, en aras de la justicia ética, sobre todo.
También me ha llamado la atención que Miguel Marín asegure públicamente que "confía en la Justicia". No he oído ni leído que un solo político diga públicamente que no confía en la Justicia española. Pero no es menos cierto que jamás he hablado con un político español, y he hablado con muchos, que no digan, en privado, que realmente no confían en nuestra Justicia y que, a continuación, te expongan razones poderosas para no hacerlo (la lentitud una de ellas) para no confiar. A lo mejor si un día perdemos el miedo y nos acostumbramos a decir la verdad, aunque nos pueda perjudicar a corto plazo, saldremos ganando (todos, jueces incluidos) a medio y largo plazo.
Asimismo me parece que Marín ha hecho muy bien, y ha arriesgado mucho, poniéndose públicamente como primer objetivo la ampliación del puerto de Melilla, fundamental para el desarrollo económico y social de nuestra ciudad. Y en este campo sería positivo que el nuevo presidente no olvidara, como es costumbre en el PP en general, quiénes hemos estado, desde el principio, en los tiempos difíciles, apoyando ese proyecto y en contra de los escépticos y de los sencillamente enemigos de la ampliación. Y que no se dejara vencer por la "patella ferruginea", una lapa que preocupa mucho a algunos ecologistas, tanto como para entorpecer durante meses un proyecto casi vital para millares de melillenses que, me parece, están más próximos al peligro de extinción que esa lapa que, la verdad -y pido disculpas por mi ignorancia- yo no sabía que existiera y por cuyo buen futuro, desarrollándose más y mejor en más metros de escollera, hago votos. No tanto como los que hago para el éxito de la ampliación del puerto, eso sí.

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Del oxímeron, Arturo Mas y la lapa ferruginea

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