MelillaHoy

¡Compañeros de viaje!

Por Jaime Benguigui

La política hace extraños «compañeros de viaje».
Ver a Eduardo Zaplana y Alfonso Guerra compartir «charlas de pasillo» en el Congreso no es nada extraño, es más, se ha convertido en algo habitual.

Jaime Benguigui, autor del artículo

Hace ya unos años, un medio nacional reparaba en esta relación entre ambos políticos y a colación de ello traía esta noticia. Uno, en ese momento Portavoz parlamentario del PP, el señor Zaplana y el otro, el señor Guerra, (PSOE) por aquél entonces Presidente de la Comisión Constitucional del Congreso por la cual debían pasar las reformas estatutarias que de las Comunidades Autónomas procedían.

El medio en cuestión, ponía en valor esa buena relación escribiendo lo siguiente: «Se podría decir que son almas gemelas de la política. De ahí que no sorprenda verles hablar, sonreír e incluso dar la impresión de llevarse mejor entre ellos que con sus compañeros de partido.

Ambos son políticos de raza, ambiciosos, serios y con sentido de Estado y ha sido más fácil el entendimiento de lo que en un principio podría parecer».

Leyendo esto, se me entremezclan varios sentimientos, siendo uno de ellos el de cierta tristeza, al saber que hubo una vez, hubo un tiempo no tan lejano en el cual tener afinidad e incluso amistad con alguien perteneciente a un partido político distinto al tuyo, podía ser y no era penado con la colocación de la etiqueta de «alta traición y deslealtad» por dicha relación afectiva y natural entre los de nuestra raza (la humana).

Intento entender que puede pasar por la mente de alguien que llega a considerar que cualquier tipo de ideología, la política en este caso, pueda llegar a estar por encima de las relaciones humanas, las cuales deberían ser afectuosas y de mutuo respeto. Pensar que quien como yo no opina no merece mi atención y menos aún mi amistad y respeto, sólo se me ocurre que pueda ser, quizás fruto de algún tipo de inseguridad o cualquier otro tipo de complejo ¡no sé! Seguramente sea una simple percepción personal nada certera. Es evidente que no sería yo el más indicado para dar lecciones de política, pues poco es el tiempo que nadando por este mundillo es el que llevo, aún así, no poco ha sido lo que de el he aprendido y a pesar de ello, sigo sin ser capaz de asimilar esa filosofía lamentablemente existente del «o conmigo o contra mí». Lo peor de todo es que esta forma de pensar, la cual se podría incluso llegar a entender entre distintas formaciones, exista dentro de incluso una misma formación política, simplemente por tener criterio propio y distinta forma de entender una misma cuestión. Me cuestiono muchas veces si quizás sea yo quien no esté hecho para la vida política, o simplemente es que la entienda de otra manera, una en la cual por sobre todo impera el respeto hacia el que como yo no piensa, pues cada persona es un mundo, una única criatura con razonamiento y entendimiento propio y exclusivo. Lo que sí que muy claro tengo es que primero y por encima de todo debe estar el respeto hacia los demás. Y hablando de compañeros de viaje o «parejas de baile» mucha tinta sobre esto se puede derramar. Está claro que desde hace ya unos años acá, el bipartidismo es un terreno político menos transitado en nuestro país e incluso a nivel local, dejando paso a coaliciones entre partidos distintos aunque alineados en algunos puntos. Como todo en la vida, tiene sus pros y sus contras. Detallar cada uno y uno de los puntos favorables o desfavorables de una coalición, seguramente nos llevaría mucha lectura y demasiada escritura para mí, pero creo que ya a estas alturas todos podemos tener una opinión bien formada sobre la conveniencia, o quizás todo lo contrario, de este tipo de uniones, en algunas ocasiones «amistades peligrosas» más que otra cosa. Un país, una ciudad, necesitan ser dirigidos con seguridad, fortaleza y decisión. La gobernanza no es un juego de niños en el patio de un colegio y hay veces que esa es la impresión que dan cuando los o las que gobiernan, vemos que hacen justamente todo lo contrario que de la clase política se espera. Cuando en una galera todos los encargados de remar lo hacen al unísono, sobra decir que dicho barco a buen puerto arribará, pero cuando cada quién intenta remar a su ritmo y según sus propias cuentas, la palabra para el resultado final no es otra que la de desastre y además con mayúsculas.

De aquí la tan importante decisión que en nuestras manos se encuentra, que no es otra que la de decidir mediante nuestro voto quienes nos gobernarán y, ojo, que esto no es una compra de la cual si insatisfechos quedamos podremos descambiar, nada más lejos, 4 años nada menos por delante para pagar nuestra mala decisión y tiempo más que de sobra para destrozar una economía y un status social alcanzado previamente. Con esto no quiero decir que una política de coalición sea peor que el clásico bipartidismo, aunque en otros países como por ejemplo EEUU, quizás pensar en la gobernabilidad coalicionada sea algo muy, pero que muy lejano, ya que allí tanto el Partido Republicano como el Demócrata están fuertemente asentados, especialmente interiorizados en el pueblo americano. Dicho esto, cierto es que por ejemplo, socialdemócratas, verdes y liberales, han conseguido mantener en Alemania sin muchos altibajos la coalición, cosa que no podríamos decir a estas alturas de nuestro país, y esto no es una opinión, sino un hecho objetivo. Por ello es que ya a estas alturas a casi nadie se le puede escapar la realidad palpable que a diario vemos, de lo nocivo que puede llegar a ser una mala elección política a la hora de escoger «pareja de baile». Son muchos los frentes abiertos y con efectos indeseables aplicándose de forma inmediata en la sociedad casi a diario, creando todo ello un clima de inestabilidad, inseguridad y temor por un futuro muy incierto en manos de quienes ahora nos damos cuenta nos equivocamos al elegir.

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