Hace unos días un artículo de opinión, en este periódico, afirmaba que se publicaba mucho sobre Ucrania, pero poco sobre Gaza. Imagino que el autor quería leer un artículo que apoyara su tesis sobre el conflicto y compartiera sus culpables. Lamento que mi tesis, y su fundamento, al no coincidir con la de ese autor y los que con él concuerdan, no va a satisfacer ese deseo. Escribo este artículo no con afán de confrontar o diferir, sino de ofrecer al lector otro punto de vista, informado, sobre la lamentable situación que allá se vive.
Imagine que vive usted en una casa. Tiene vecinos difíciles. Uno en particular lo odia abiertamente. Durante años le lanza piedras por la noche, insulta a su familia, quema su buzón y, de vez en cuando, le lanza cócteles molotov, primero al jardín, después dentro de su casa. Usted trata de protegerse. Pone una valla, instala cámaras, refuerza la puerta, responde al acoso usando medios limitados. Pero el acoso continúa. Un día, sin previo aviso, ese vecino derriba la valla, entra en su casa y asesina salvajemente a miembros de su familia, no sin violar antes a alguna de las mujeres, y secuestra y se lleva a su casa a una parte de la familia. Eso es exactamente lo que pasó el 7 de octubre de 2023 ¿Qué haría usted? ¿Llamaría a la policía? ¿Buscaría acudir a la justicia? ¿O quizás usaría todos los medios a su alcance para tratar de asegurarse de que no vuelva a ocurrir?
Israel no tiene a quién llamar. Su vecino es Gaza, gobernado y cuna del grupo Hamás, reconocido como terrorista por buena parte de la comunidad internacional, especialmente la de nuestro entorno. El 7 de octubre de 2023, en el que ha sido el ataque más sangriento sufrido por Israel desde el Holocausto, Hamás asesinó a más de 1.200 personas, muchas de ellas civiles, entre ellos niños y bebés, violó a mujeres, secuestró a unas 250 personas —de las que aún retiene a decenas— y dejó un país en estado de shock. Fue un ataque premeditado, cruel y coordinado. Un acto de guerra deliberado e injustificable que rompió cualquier ilusión de tregua o de convivencia.
Hamás: el agresor permanente
La Franja de Gaza, bajo el control de Hamás desde 2007, no ha cesado en su ofensiva contra Israel. Cohetes, túneles de infiltración, ataques suicidas y adoctrinamiento infantil son parte de una estrategia sostenida. Hamás no actúa en nombre de un estado palestino soberano, sino como una organización terrorista, financiada y armada por Irán, cuyo objetivo autoproclamado no es la convivencia, sino la desaparición de Israel.
Este grupo no representa a todos los palestinos, aunque ha sabido instrumentalizar su sufrimiento captando las simpatías o, al menos, la tolerancia, de buena parte de la población. Población que ignora, o pretende ignorar, que su sufrimiento está ocasionado por la propia Hamás, quien emplea las enormes cantidades de ayuda de todo tipo que recibe para financiar la guerra contra Israel, en vez de proporcionar una vida digna a los ciudadanos que gobierna. Los túneles y los explosivos no son comida, empleo o posibilidades de desarrollo.
El ataque del 7 de octubre no fue espontáneo ni defensivo. Fue el inicio de una nueva fase en una guerra larga, iniciada por quienes nunca aceptaron la existencia del Estado de Israel. Recordemos que en 1947, cuando la ONU propuso dividir la Palestina Británica colonial en dos Estados, los judíos aceptaron y los países árabes lo rechazaron. Desde entonces, Israel ha sido atacado en varias guerras, ha sobrevivido, y ha hecho repetidos intentos de paz. Unos claros ejemplos los encontramos en Jordania y Egipto.
El precio de la agresión.
La brutalidad de aquel 7 de octubre —con masacres como la del Festival Nova en Reim, donde 300 jóvenes fueron asesinados— ha sido minimizada o justificada por algunos sectores. Como si Israel tuviera que soportar estoicamente décadas de agresiones sin reaccionar. Como si la proporcionalidad exigida a su respuesta tuviera que ser medida con una vara irreal: que se defienda, pero no mucho; que castigue, pero sin molestar; que responda, pero sin dañar.
La verdad es incómoda. Cualquier país cuyos ciudadanos son atacados con tal sevicia tiene no solo el derecho, sino el deber, de eliminar la amenaza. Israel inició una operación militar para destruir las capacidades de Hamás, liberar a los rehenes y restaurar su seguridad. Esta guerra no se libra contra la población palestina, sino contra quienes la utilizan como escudo humano, escondiéndose entre ellos, y como moneda de cambio.
Es conveniente recordar los terribles bombardeos de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial sobre Hamburgo, Hiroshima y Nagasaki, durante la Segunda Guerra Mundial, que causaron centenares de miles de muertos civiles.
Esos números causan dolor y consternación, como lo debe hacer la muerte violenta de cualquier ser humano, pero los ataques fueron realizados buscando salvaguardar, a priori, las vidas de los ciudadanos de los países que previamente habían sido atacados.
Gaza: entre el terror y la instrumentalización.
La tragedia del pueblo palestino es real. Las cifras de muertos son devastadoras. Pero es cierto que Hamás actúa desde zonas civiles, que utiliza escuelas, hospitales y mezquitas como bases militares, y que su intención no es proteger a su pueblo, sino prolongar su control a través del conflicto.
Hipocresías globales.
Ciudadanos de muchos países claman por la causa palestina, pero pocos se preocupan realmente por los palestinos. Irán los usa como peones geoestratégicos. Algunos países árabes envían ayuda simbólica, pero rehúyen cualquier implicación real. ¿Cuántos de ellos estarían dispuestos a acoger a refugiados de Gaza? O mucho mejor ¿A invertir dinero, personal y esfuerzo en escuelas, infraestructuras, servicios básicos, industrias, posibilidades de desarrollo, para que los niños palestinos tengan un futuro con el que soñar?
Y si quisiéramos unirnos a la mayoría de los que critican la actuación de Israel como desmedida, olvidaríamos lo que con demasiada frecuencia sucede. Critican, pero nunca proponen soluciones. Lo que se necesita son soluciones activas, no críticas pasivas.
El relato perdido.
Israel está perdiendo la batalla del relato. En parte, por la hostilidad mediática global, alimentada por décadas de antisemitismo disfrazado de solidaridad. En parte, por su propia torpeza para explicar que esta guerra no es contra los palestinos, sino contra quienes han convertido su causa en una excusa para el terrorismo.
Israel debe insistir en un mensaje claro: liberar a los rehenes, castigar a Hamás, proteger a su población en todo lo posible y separarla del terrorismo y la desesperanza. Porque esta guerra no empezó en 2023. Empezó hace décadas, cuando se negó a los judíos el derecho a vivir en paz en su tierra ancestral. Y continúa porque Hamás, y quienes lo financian, necesitan que siga.
¿Y ahora qué?
El camino hacia la paz no pasa por un alto el fuego inmediato, que deje a Hamás en pie. Pasa por la desmilitarización de Gaza, la liberación de los rehenes, y la reconstrucción de un liderazgo palestino legítimo, dispuesto a convivir con Israel y no a destruirlo. Solo entonces habrá lugar para el diálogo.
El pueblo palestino merece vivir en paz y con un futuro ilusionante, pero eso no será posible mientras Hamás dicte su destino. Y mientras algunos en Occidente sigan justificando la barbarie del 7 de octubre con eufemismos, tergiversaciones o equivalencias morales inadmisibles.
Israel, como cualquier país, tiene derecho a existir, a defenderse y a responder. No es el agresor en esta historia. Es, desde el primer día, el agredido. Y su respuesta, por terriblemente dolorosa que sea, es la consecuencia inevitable de una agresión intolerable.
Les invito a ver estas fotos: https://www.infobae.com/fotos/2024/10/07/las-30-fotos-mas-dramaticas-de-la-brutal-masacre-de-hamas-a-israel/. Su terrible crudeza me ha aconsejado no incluirlas.
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