Diríase que la medidas cautelares impuestas a los cinco miembros de La Manada para salir de la cárcel, donde cumplían sentencia de nueve años por abusos sexuales a una joven, pertenecen a un extraño ámbito del Derecho en el que la víctima, reconocida como tal por la referida sentencia de la Audiencia Provincial de Navarra, no existe.
Diríase, a juzgar por la extrema suavidad de dichas medidas, entre las que no se halla, por cierto, la prohibición de acudir de nuevo a los Sanfermines, que el Tribunal, o más exactamente dos de los tres magistrados que lo componen, se ha guiado al decretar la libertad provisional de los encausados exclusivamente por los derechos de éstos, ignorando los de la víctima de la salvaje acometida grupal, múltiple, de que fue objeto. Es cierto que siempre resulta difícil equilibrar los derechos de víctimas y verdugos en lo tocante a la protección y al castigo, pero ante la dificultad al parecer insuperable en éste caso, ¿por qué para el Tribunal no han prevalecido los de la víctima sobre el de sus depredadores? Los cinco tipos de La Manada, que ni han pedido perdón a la muchacha ni han expresado el menor arrepentimiento en todo éste tiempo, quedan en libertad y pueden hacer lo que quieran e ir donde quieran, solos o en manada, salvo a Madrid, lugar de residencia de la víctima y donde el Tribunal supone que debe quedar varada o confinada. Esos delincuentes, presuntos a efectos jurídicos en tanto no lo determine una sentencia firme, pueden viajar donde quieran, pero, ¿y la víctima? ¿Dónde puede ir ésta, joven y en vacaciones, sin el temor a encontrárselos, pues son muchos, una manada, y la probabilidad se multiplica? Pero incluso dejando a un lado esa tácita limitación del derecho esencial de la víctima a desplazarse, y también el ridículo monto de la fianza, 6.000 euros, en relación a la gravedad de los hechos, no deja de ser llamativa la ausencia de empatía con la víctima que se desprende del auto. Que no se acerquen a ella… en Madrid. Y punto. Brindis al sol en tarde nublada. La Administración de Justicia ha de ser, desde luego, independiente, pero no de la razón, de la sensibilidad y de la parte atendible del clamor de la sociedad a la que sirve. La Manada puede viajar, incluso a Pamplona. La víctima, no.
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¿Y la víctima? ¿Puede viajar?
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