Dice la tradición cristiana y la redacción escrita del Evangelio de San Lucas, en su capítulo 2, que, en la noche del nacimiento de Jesús de Nazaret, que se produjo en la ciudad de Belén, en la región de Judea, <había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: “No temáis, os anuncio una buena noticia que será de alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”>.
Son días éstos en los que, incluso aquellos que no participan de la creencia militante en el mensaje de este niño, cuyo nacimiento los cristianos, no sólo conmemoramos, sino que celebramos, transmiten mensajes de concordia y de paz con lo mejores sentimientos y buenos propósitos para, de ser posible, contagiar los deseos de buen entendimiento en el entorno próximo de todos.
Por desgracia, no es suficiente con la formulación de buenos deseos para que éstos se conviertan en realidad. De nada sirve expresar buenas intenciones y deseos de paz si nuestros actos posteriores siembran la semilla de la discordia y la confrontación.
La actualidad social y política de nuestro mundo parece querer vivir instalada en la confrontación, la polarización y el desencuentro. Se culpa siempre, lógicamente, al adversario, a aquél que no comparte nuestra perspectiva sobre la realidad, pero quizás deberíamos pararnos un momento, mirar a la realidad desde la distancia y aprovechar los momentos de calma, como los que estas festividades navideñas, si nos lo proponemos, pudieran ofrecernos, para visualizar si estamos todos haciendo lo suficiente para que esta dinámica cambie.
Oía el pasado martes a un responsable político, en uno de los muchos foros de reflexión que se prodigan por todo el territorio nacional, decir que, lamentablemente, el debate político y por ende el social, había perdido de vista el objeto del debate para centrarse en los sujetos que debatían. Él lo formulaba diciendo que ya no se debate sobre el “qué”, sino sobre el “quién”. Es decir, que es mucho más importante descalificar al adversario que contraponer argumentos a los suyos. También decía que nos hemos instalado en la política del “zasca”, lo cual hace muy difícil llegar a producir algún tipo de resultado que sirva de manera útil a la mejora de las condiciones de vida de la ciudadanía de nuestro país, aunque no podemos decir que nuestro país sea una excepción, en este aspecto, en el concierto internacional.
Es en esta coyuntura en la que al Gobierno de España no se le ha ocurrido una iniciativa mejor que planificar 100 actos a desarrollar durante el próximo año en la que se resalten y se insista en las muchas controversias que, históricamente, nos han separado y enfrentado. So pretexto de reivindicar a las denominadas víctimas del franquismo, la guerra civil y la dictadura, se persigue enfatizar en aquello que nos divide, minusvalorando todo aquello que nos une, que todos sabemos que es bastante más. Pero parece no ser de interés para algunos.
Escuchaba esta semana, muy gustosamente, al que fuera Ministro del primer Gobierno de la democracia con Adolfo Suárez, Emilio Lamo de Espinosa, cuando le pedían su impresión sobre la iniciativa del Gobierno, a lo que respondía: “Bueno, yo soy un hombre de la transición y por tanto soy un hombre de la reconciliación, porque eso fue la transición y por tanto a mí me parece que lo pasado, lo que tenemos que hacer y lo que estamos haciendo desde que empezó la transición es mirar el futuro y no mirar el pasado».
Yo, que soy un poco más joven que el señor Lamo de Espinosa (yo soy del 57 y él del 41), viví el período de la transición como uno de los muchos españoles que lo percibían con muchas incertidumbres y muchas incógnitas, pero también con muchas expectativas y sobre todo con una certeza, con la de que si mirábamos al futuro y dejábamos de recrearnos en el pasado conseguiríamos construir un futuro mejor para nosotros mismos y para las generaciones venideras. No hay que olvidar que esa transición y esa reconciliación, de la que habla el exministro Lamo de Espinosa, se construyó mientras la banda terrorista ETA no dejaba de azotar con sus execrables actuaciones al conjunto de la sociedad española, lo cual hizo a esa transición, si cabe, más meritoria y valiosa para nuestra sociedad.
El valor más relevante, de todos aquellos que pudieran ponerse de manifiesto de nuestra transición, es exactamente el mencionado por el Ministro de manera preferente, el de la reconciliación, precisamente por aquellos que pudieran tener más motivos para no reconciliarse, ya que fueron aquellos que vivieron muchos años enfrentados y a pesar de ello fueron capaces de sobreponerse a sus desencuentros por el bien, más de las generaciones futuras, que de la suya. Ello pone de manifiesto un elevado nivel de generosidad, que no podemos hacer sino agradecerles.
Pues, hétenos aquí, que parece que el altísimo valor de la reconciliación parece haber perdido pujanza o interés por parte de algún sector de la clase política actual y no quiere ni oír hablar de ella. Sólo quiere oír hablar de reivindicación y revancha. No puede haber nada más antagónico con la deseable convivencia.
Creo que es muy importante emplear este período navideño para reflexionar sobre lo que cada uno aportamos a la construcción de la convivencia genuina promoviendo la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos en todos los ámbitos materiales y espirituales y en la tierra paz.
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