Categorías: Opinión

Una maldición llamada empresas públicas

El Gobierno de España destinará 53 millones de euros a Plus Ultra, una empresa vinculada al chavismo que representa solo el 1% de las conexiones aéreas en España. Estos fondos salen del fondo SEPI, para rescatar empresas estratégicas. Debe ser que Plus Ultra es una empresa estratégica muy necesaria en nuestro país.
Rescatar Plus Ultra es una vergüenza, y nos sirve para entender como van a ser usados los fondos que el tejido productivo tanto necesita. Efectivamente, como veníamos avisando, los fondos se van a destinar a gasto político, a salvar a empresas en una situación insalvable, mientras se deja morir a las viables.
España, el único país en el que la oficina del presidente se presenta como órgano director de los fondos europeos. Algo que puede poner en peligro que recibamos estas ayudas, unas ayudas que algunos gobiernos autonómicos han incluido ya en sus presupuestos. A su vez, España es el único país que fía toda su recuperación económica a la llegada de los mencionados fondos, con los que promete cientos de miles de puestos de trabajo, como ya hizo Zapatero con su famoso Plan E, y unos resultados que todos conocemos: un déficit del 10% y a 5,3 millones de personas en paro. Un plan de estímulo que, de acuerdo con datos del Banco de España, creó un puesto de trabajo por cada 160.000 euros de gasto. Es decir, un fracaso estrepitoso. Igual pasó durante el gobierno de Felipe González, que tras prometer cientos de miles de puestos de trabajo acabó con un paro cercano al 25%. La diferencia es que González aprendió, cambió su discurso y entendió que son las empresas y no el Gobierno los que crean empleo.
Y es que ser empresario no es una ciencia. Ser empresario consiste en tomar decisiones continuamente para hacer frente a un entorno cambiante, es introducir pequeñas mejoras o alternar los distintos factores de producción para acabar utilizando unos recursos de la manera más eficiente. Es enfrentar la incertidumbre y asumir las pérdidas cuando las decisiones que se toman acaban siendo erróneas. Es, por tanto, una función imposible para un político alejado de lo que sucede en el día a día, y sin incentivos para tomar las muy necesarias decisiones que el empresario se ve forzado a tomar para no continuar generando valor, ya que las malas gestiones siempre se pueden acabar cubriendo con los impuestos que se extrae a la capa productiva de la sociedad. Las empresas públicas reciben más cuanto peor lo hacen, sus ingresos son independientes de la calidad del servicio que ofrecen, y a no ser que acaben funcionando como empresas privadas, están avocadas a la ruina, a ser una carga más para una economía que se dirige al abismo. No es casualidad que Venezuela, con su empresa pública gestionando el petróleo y con una de las mayores reservas petrolíferas, tenga que importar gasolina de fuera. Las empresas públicas no son de todos, son de los políticos.

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Una maldición llamada empresas públicas

F. Bohorquez

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