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Una ceremonia de graduación en Granada

El sábado 17 de mayo acudíamos mi esposa y yo al Acto Académico fin de Carrera, Ceremonia de Graduación, de la 1ª Promoción de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada. Se graduaba una joven, familiar, toda llena de ilusión, por haber llegado hasta esa primera meta que ella se ha trazado para su futuro. Al acabar las charlas de la Rectora, Vice-Rectora, y de todos los profesores de las distintas materias (lenguas), como no, se cantó el famoso “Gaudeamus Igitur”: “Alegrémonos pues/, mientras seamos jóvenes/. Tras la divertida juventud/, tras la incómoda vejez/, nos recibirá la tierra/…….”. Y apenas se acabó éste canto de “La Goliarda”, mucha gente que acudimos al evento, acompañados de unos refrescos, y alguna “agüita con misterio”, con sabrosas tapitas, (eran las 2 de la tarde), nos dedicamos a charlar muy amigablemente; y un muchacho, que me pareció muy preparado intelectualmente, me preguntó, si en mis tiempos de juventud, los chavales se graduaban, o licenciaban, como ahora lo hacen en las distintas universidades españolas. Como estábamos en un evento donde se celebraba una fiesta que era de ellos, yo le respondí vagamente que más o menos, en aquéllos años, puede que fuera algo similar, pero con las connotaciones de la época. Pero el muchacho, como no quedó muy conforme, me dijo casi afirmándolo, que si en mis tiempos muchos jóvenes no acudían a la Universidad, era porque no había ganas, ni deseos por parte nuestra, o de nuestros padres. Y yo, armándome con mi mejor sonrisa, y haciéndome un poco el lipendi, ergo gilipollas, le dije que se imaginara que en los tiempos en que “La Espada más limpia de Occidente”, el que entraba bajo palio en iglesias y catedrales, que gobernaba España a toque de clarín, la Universidad era como un tren con pocos vagones recorriendo España, y deteniéndose, en todas las estaciones y apeaderos de la línea. Así que al llegar a una estación donde, se supone, habría concentrados algunos jóvenes junto a sus padres; todos con la mano alzada, portando las buenas notas del Bachillerato, y solicitando subir a ese tren, el factor, con su gorra roja, y el banderín del mismo color, en el sobaco, se dirigía a los que vestían trajes a medida, pantalones bombachos, abotonados a media pierna, un jersey, o un cárdigan, echado sobre los hombros, y con las mangas anudando el cuello, como una bufanda; y los padres, muy señorones, ellos, a su lado: “Tú, tú, tú, y tú también, ¡hale!, p´arriba”. A los otros, que podían ser los “tiesos”, sin un puto duro, cuyos padres vestían algún pantalón de pana, y una chaqueta heredada; y la madre, muy aseada, oliendo a lavanda, con un humilde vestido muy limpio recién planchado, y con una rebequita un poco ajada, toda ella azorada por estar delante de tanta gente de posibles, el de la gorra colorada, les decía: “Lo siento muchachos, a ver si el año que viene hay más suerte”. Sí, ya sé que es una metáfora muy hijaputa, pero todo aquél que su padre, en aquéllos años, era un humilde trabajador, y que haya conocido la dictadura, en los 50 y 60, del siglo pasado, podrá asegurar que esa metáfora, en diferentes escenarios, era tan real como lo fue la vida misma. El que tenía jurdó y deseaba estudiar, estudiaba, y el hijo de un “tieso”, cuyo sueldo de un mes era el coste de la matrícula del instituto, y quería estudiar, se jodía, y debía olvidarse de la Universidad, porque ésta solo era para los que tenían el dinero suficiente. También hubo muchos jóvenes, que sus abuelos o familiares pudientes, les costearon sus estudios en universidades fuera de sus pueblos. Esos sí lograron obtener una carrera universitaria, y como eran de extracción humilde, algunos jamás lo olvidaron, y ahí están: unos ejerciendo magníficamente lo que estudiaron, otros en la política y los menos rascándose el escroto demagógico. Había muchos que en las vacaciones parecían los “reyes del mambo”, mirándote por encima del hombro, y sé de algunos que aún se lo creen. Al graduado de Granada, según el gesto de perplejidad que puso ante mi argumento, le aconsejé que leyera algo de la Historia de nuestro país; pero sobre todo de la época de la dictadura. Tengo que decir que me entraron ganas de citarle a Rudyard Kipling, cuando dijo: “Seis honrados servidores me enseñaron cuanto sé; sus nombres son: Cómo, Cuándo, Dónde, Qué, Quién y Por Qué”. Nos despedimos con un apretón de manos, y deseándole lo mejor en su futuro. Y aquí estoy yo, como un clavel reventón, más contento que unas Pascuas, buscando a Neruda en “Confieso que he vivido”. ¡Qué tío!, aquél chileno.

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