Tras la caída de la noche y un gélido aire primaveral haciendo acto de presencia, María Santísima de La Piedad ‘abrió’ un lúgubre Viernes Santo en Melilla en el que tan solo la fiel compañía del pueblo de Melilla le sirvió de consuelo en una noche de silencio y desolación por las principales calles de la ciudad.
Un silencio sepulcral, a la vez que hermoso, que rompieron de vez en cuando las campanillas de los nazarenos con su inconfundible tintineo, la firmeza de los militares y la aterciopelada melodía que emitían los oboes y clarinetes que acompañaban al paso.
Más adelante, la icónica imagen del Santísimo Cristo de la Buena Muerte portado a hombros por miembros de la Hermandad de Veteranos de los Grupos de Regulares de Melilla, se situaba al frente de la estación de penitencia de los sagrados titulares de la Cofradía del Humillado.
Una procesión que comenzó con una azarosa salida de La Piedad de la Parroquia Castrense de la Inmaculada Concepción debido a su imponente volumen y grandiosidad.
Cualidades estas últimas que, un año más, han despertado la admiración de los melillenses.
REPORTAJE GRÁFICO: JOSÉ MANUEL GINER
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