Categorías: Opinión

Trileros

El registro de una iniciativa en el Congreso para que el presidente en funciones, Mariano Rajoy, el ex presidente José María Aznar, la secretaria general, María Dolores de Cospedal, junto a destacados miembros y ex miembros de Partido Popular, comparezcan ante una comisión de investigación para explicar los escándalos de financiación del PP, ha supuesto un nuevo escollo en la pretendida investidura de Rajoy que parecía facilitada por la oferta de las seis condiciones que Rivera impuso para cambiar su abstención por el sí. Otra jugada más en este, ya aburridísimo, juego de trileros en que se está convirtiendo la política en nuestro país.
Sin duda, la maniobra ha pillado desprevenido a un Rajoy que, con el aplazamiento de convocatoria de su ejecutiva y el fin de semana de asueto en Pontevedra, esperaba ganar un tiempo con que torcer la muñeca de un Pedro Sánchez presionado -"exógena y endógenamente"- por la última iniciativa de Rivera. Iniciativa que, por cierto, contemplaba entre sus puntos la petición que hoy hacen los socialistas.

No cabe la menor duda de que la jugada del PSOE ha sido inteligente (otra de trileros pero eficaz) porque desbarata la presión del PP y Ciudadanos sobre Sánchez, y porque dificulta a ambos partidos, sobre todo al de Rivera, negarse a dicha comisión, ya que, aunque lo hicieran, se verían probablemente superados por los votos del resto de la cámara.

Por cierto, también Felipe González, que alabó la iniciativa de Rivera, considerándola "el primer acto de responsabilidad política que ha habido tras las elecciones" debería dar su opinión sobre la propuesta de su Secretario General. O mejor callarse y mostrar, al menos con sus silencios, más lealtad con su partido.

En fin, no va a ser fácil que Sánchez se avenga a un acuerdo de investidura sin antes hacerle pagar a Rajoy con la misma moneda que utilizó en su debate. Sus descalificaciones, sus burlas, las acusaciones de impostura, farsa, teatro, fraude, rigodón con cambios de pareja, vodevil a dos bandas, etc., tendrán un precio. Un precio que el orgullo de Rajoy trata de evitar por todos los medios. Porque le resulta insoportable verse obligado a presentarse ante los diputados, y sobre todo ante el país, sin una absoluta garantía de éxito en primera instancia. Así, para tratar de evitar el desaire, usa su arma preferida: la dilación. Una dilación para la que cuenta, por cierto y de manera inexplicable, con la muy leal e inestimable ayuda de la presidenta del Congreso, Ana Pastor, que está dispuesta, por lo que parece, a poner la amistad por encima de cualquier otra consideración legal.

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