Categorías: Opinión

¿Secuestro? ¿Maltrato? ¿Ligereza?

Nada es pecado, salvo la ligereza, escribió Oscar Wilde con su agudísimo instinto para desnudar la verdad, para despojarla de cuanto la falsifica. Pues bien; para ligereza, la de confundir alegremente un asunto de conflictivo fracaso matrimonial que deviene en el secuestro materno de unos menores, con un caso arquetípico de violencia machista contra la mujer, cual está sucediendo con el que protagoniza Juana Rivas, bien que instrumentalizado por otros/as, ávidos/as de reconocimiento y afán de notoriedad. Confundir con obscena ligereza el maltrato a las mujeres, esa lacra ancestral que hoy se sustancia de mil maneras, desde el feminicidio a la discriminación salarial, pasando por la tortura doméstica, la trata de blancas, la violación, la cosificación y hasta por la agresión del en apariencia inocuo piropo callejero, con los episodios sórdidos que jalonan un divorcio mal llevado y peor aconsejado, equivale a confundir radicalmente las fórmulas para combatir vencer ese fenómeno monstruoso que lastima, aherroja y mata, de una u otra manera, a la mitad de la Humanidad.

Según se van conociendo los extremos y los detalles de ese caso, que nunca debió salir de los templados, garantistas y ecuánimes territorios de la Justicia, muchos, por fortuna, van entendiendo que no se trata de una película de buenos y malos (buena y malo, más exactamente), que no es oro todo lo que reluce y que lo que está en juego es, ni más ni menos, que el bienestar y los derechos de unos niños de 3 y 10 años, víctimas de la relación malhadada de sus progenitores y, a lo último, de un secuestro que no puede sino afectarles gravísimamente.

Cuando se montó el Fuenteovejuna de Maracena ("Juana está en mi casa") para impedir la resolución judicial que dictaba la devolución al padre de los niños retenidos ilegalmente por la madre, la mayoría de quienes lo secundaron lo hicieron de buena fe, creyendo que su testimonial posicionamiento contribuía a la cruzada contra el maltrato, y no, cual en realidad sucedía, al desquiciamiento de una situación que, inabordable e irresoluble desde el encono personal o de género, no podía sino agravarse lejos de su espacio adecuado, la Justicia.

Algo más de reflexión y de información están permitiendo, bien que para horror de los malos/as consejeros/as, una visión más respetuosa con la realidad, liberada del pecado de la ligereza.

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