Gráfico que ilustra la capacidad de Rusia y Ucrania para sostener el conflicto en septiembre de 2025.
La duración de la guerra de invasión rusa a Ucrania hace ya mucho tiempo que excedió, por años, los cálculos de Putin al iniciarla. Pero el presidente ruso, ante las dudas europeas y la obvia renuencia del presidente Trump a confrontarlo directamente, todavía piensa que puede, al menos, conseguir una paz muy favorable a sus intereses. Y quizás piensa también que, más tarde, tendrá tiempo para obtener todos los objetivos que inicialmente se marcó.
El presidente Zelenski dijo recientemente: «Esta es una clara señal de que Putin está poniendo a prueba al mundo», refiriéndose a uno de los ataques masivos que causaron daños en una empresa norteamericana y en un edificio de la Unión Europea, además de en la sede del gobierno Ucraniano.
Zelensky no fue el único que encontró sospechoso el momento. «Cada ataque ruso es una elección deliberada y un mensaje: Rusia no quiere la paz», dijo Kaja Kallas, jefa de política exterior de la Unión Europea.
Los analistas han vinculado los principales ataques a importantes eventos geopolíticos, como las llamadas telefónicas entre el presidente Trump y el presidente Putin y las rondas de negociaciones directas entre Rusia y Ucrania, este año, en Estambul.
La economía de guerra.
“Las guerras se ganan no sólo en los campos de batalla, sino en los balances contables”, escribió Paul Kennedy al explicar el ascenso y declive de los grandes imperios. Rusia insiste en presentar su economía como resistente frente a las sanciones occidentales y capaz de sostener una guerra prolongada. Pero tras esa fachada de fortaleza se esconde un edificio cada vez más frágil.
En 2025 la inflación oficial ronda el 9 %, el Banco Central mantiene los tipos de interés en un desorbitado 18 % y el crecimiento prácticamente se ha detenido: apenas un 0,4 % anual en julio. La inversión privada se ha desplomado, las deudas corporativas crecen y el crédito se ha encarecido hasta niveles paralizantes.
Petróleo, el talón de Aquiles.
El presupuesto ruso depende en más de un 40 % de las exportaciones de hidrocarburos. Pero en 2025 los ingresos por petróleo y gas cayeron un 30 % respecto al año anterior. Están influidos por precios internacionales más bajos, descuentos impuestos por China y por la presión arancelaria de Estados Unidos sobre India, el mayor comprador de crudo ruso. Si India, que absorbe casi un tercio de esas exportaciones, reduce sus compras, el golpe para Rusia sería devastador.
Cuanto más necesita Rusia el petróleo para financiar la guerra, más dependiente es de compradores que imponen condiciones ventajosas o que podrían ceder a la presión occidental. Rusia está descubriendo que su “independencia” energética depende, en realidad, de la voluntad ajena.
El coste social de la guerra.
El gasto en defensa alcanzará este año 213.400 millones de dólares, un récord desde la Segunda Guerra Mundial. Para financiarlo, Moscú ha utilizado ya más de 60.000 millones del Fondo Nacional de Riqueza, reduciendo sus reservas líquidas a menos de 50.000 millones, insuficientes para cubrir el déficit que ya supera el 3 % del PIB.
Ninguna de las opciones posibles es inocua: recortar el gasto social, aumentar impuestos o endeudarse más. Subir impuestos ahoga aún más al sector privado; endeudarse alimenta la inflación; recortar pensiones o subsidios amenaza la estabilidad política. En un país donde la legitimidad se sostiene en la promesa de orden y el consumo, la erosión del nivel de vida puede ser más peligrosa que cualquier ofensiva militar ucraniana.
A ello se suman los ataques de Kiev a las refinerías rusas, que ya han destruido un 17 % de la capacidad nacional. El resultado es gasolina más cara, desabastecimiento en regiones del interior y un malestar que ni la propaganda logra ocultar.
Rusia ante el dilema estratégico.
Los economistas estiman que, bajo las condiciones actuales de sanciones y precios del petróleo, Rusia podría sostener la guerra entre 12 y 16 meses más. Si India reduce sus compras o los precios internacionales caen aún más, ese horizonte se acortaría significativamente
Sin embargo, los sectores más duros del régimen creen que Rusia puede resistir más que Ucrania y sus aliados. Confían en la fatiga de Europa y en las indecisiones de Estados Unidos. Se amparan en la capacidad del Estado ruso de imponer controles, manipular estadísticas y reprimir cualquier protesta. Esa visión recuerda a la URSS de Brezhnev, que logró sobrevivir dos décadas en estancamiento, hasta que se derrumbó de golpe.
La élite rusa se encuentra dividida pero la decisión final, como en cualquier autocracia, dependerá de un solo hombre.
Ucrania muestra resiliencia bajo presión.
Ucrania está atravesando tiempos muy duros, también en lo económico. Depende casi en su totalidad de la ayuda occidental en armas, financiación y respaldo diplomático. Sin ella, el esfuerzo bélico se volvería inviable en cuestión de meses.
La economía ucraniana sobrevive gracias a préstamos y donaciones internacionales. El PIB cayó un 30 % en 2022 y apenas se ha recuperado tímidamente. La reconstrucción de infraestructuras, la emigración de millones de trabajadores y la caída demográfica, son heridas profundas y de largo plazo.
Pero Kiev ha logrado dos ventajas estratégicas. La primera, moral y política: la resistencia ha convertido a Ucrania en símbolo de la defensa de Europa, reforzando la unidad de la OTAN. La segunda, militar: sus ataques a la retaguardia rusa -refinerías, depósitos, puentes- están haciendo que el sufrimiento de la guerra no sea totalmente unidireccional.
Si el apoyo que recibe Ucrania se debilita por fatiga electoral, crisis internas o cambios políticos, Ucrania quedará expuesta.
¿Quién se desgastará primero?
La principal incógnita es cuál de los dos bandos se agotará antes. Rusia, con una economía al borde de la recesión, o Ucrania, dependiente de la ayuda exterior.
La experiencia histórica sugiere que los regímenes autoritarios pueden sostener la guerra más tiempo de lo previsto, porque están dispuestos a sacrificar consumo interno y libertades. Así lo hicieron Alemania en la Primera Guerra Mundial, la URSS en la Segunda o Irán en su guerra con Irak. Pero también es cierto que cuando el colapso llega, suele ser súbito e irreversible.
En el caso ruso, la combinación de déficit creciente, inflación, fuga de cerebros y dependencia energética, hace difícil imaginar una resistencia más allá de dos años sin graves convulsiones internas. La incógnita es si Putin optará por negociar antes de ese límite o si arriesgará la estabilidad del país para mantener una guerra que ya apenas avanza.
Ucrania, por su parte, puede resistir tan solo mientras Occidente mantenga la ayuda al mismo nivel o, lo que sería más beneficioso, la incrementa.
Conclusión.
La guerra de Ucrania no se resolverá con una batalla decisiva, sino con una lenta erosión económica y política. Rusia dispone de reservas, aparato represivo y una población acostumbrada a la austeridad; Ucrania, de la solidaridad internacional y de una alta moral de combate, aunque ambos factores pueden deteriorarse o desaparecer con el tiempo.
Como advirtió Keynes al analizar el Tratado de Versalles, “los problemas económicos del mañana serán más decisivos que las armas de hoy”. Rusia puede prolongar la guerra durante otro año, quizás dos, a costa de su estabilidad interna. Ucrania, en cambio, resistirá mientras Occidente esté dispuesto a pagar el precio. La cuestión, por tanto, no es sólo cuánto pueden aguantar Moscú o Kiev, sino cuánto tiempo Europa y Estados Unidos seguirán creyendo que esta guerra merece ser luchada.
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