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Reventa

Intervencionista, es el calificativo del actual Gobierno del PP, calificativo diríamos culto porque en términos menos cultos se me ocurren metomentodo, controlador, ¿dictatorial?, que me viene a la cabeza cuando oigo muchas noticias referentes a actuaciones o normas, desarrolladas o en desarrollo. Siguiendo las costumbres implantadas por numerosos políticos, tertulianos y conferenciantes de toda clase, me voy a hacer una pregunta para, a renglón seguido, contestármela. ¿A qué viene esto que si no todos muchos ya saben? Pues viene a cuenta de la noticia que circula estos días en relación a la compraventa de entradas a espectáculos de todo tipo.

Parece ser que el Gobierno, siguiendo en parte el ejemplo de Cantabria (menudo ejemplo si todo el gobierno de Cantabria es como su presidente) piensa regular, incluso prohibir la reventa (en Cantabria parece ser que la reventa está castigada con hasta 30.000 euros de multa), particularmente la reventa on-line, y esto es una intromisión en la vida y comportamiento de los ciudadanos; cierto que algunos ciudadanos aprovechando los fallos y regulaciones del actual sistema sacan pingues beneficios, ¡son más listos que los reguladores!, lo pertinente sería eliminar las regulaciones que no sean las estrictamente referidas a la libre contratación de todas las partes implicadas en el mercado de entradas a espectáculos de masas.

Las entradas a espectáculos son un bien económico, según la definición más simple de bien económico que podamos dar, cualquier cosa que satisfaga una necesidad que sea apropiable y transmisible, y las entradas cumplen los tres requisitos, satisfacen una necesidad, para algunos perentoria aunque yo no comparta esta propiedad en la mayoría de los casos; son apropiables, en el sentido de pertenencia a alguien, lo que se justifica con su propio nacimiento, los organizadores del evento en cuestión las emiten para permitir el acceso al mismo a las personas a las que se les facilita mediante su venta, lo que nos lleva a la tercera característica, es transmisible, los propios emisores, en términos industriales los fabricantes del bien, la transmiten.

Expuesto lo anterior quiero pasar al siguiente punto de mi consideración: el mercado de entradas. Soy de los que piensan, y no somos pocos, que los mercados de bienes deben estar lo menos regulados posible en su funcionamiento, que no en la defensa de los intervinientes en ese mercado para evitar fallos en los mismos y, por tanto, abusos por situaciones de poder, para que el precio sea reflejo de los deseos de oferentes y demandante, traducido a otros términos, fabricantes y consumidores.

Todos los economistas, al menos los que adquirimos nuestra formación en tiempos no demasiado cercanos, sabemos que una de las intervenciones más dañinas en los mercados es el establecimiento de precios regulados o de intervención, los primeros son precios establecidos de forma oficial y obligatoria, ejemplo el tabaco, la gasolina, etc.; y de intervención los que fija el Gobierno para adquirir o vender determinado producto si el precio de mercado, establecido por la oferta y la demanda, se desvía de un precio máximo o mínimo que se considera aceptable, esto se hacía antes con el trigo.

Cuando el Gobierno, o cualquier otro organismo con autoridad para hacerlo, establece un precio fijo pueden ocurrir dos cosas: si el precio fijado es superior al precio que el mercado, los demandante o consumidores de ese producto, están dispuestos a pagar se producirá el efecto llamado contrabando, habrá determinado número de personas que verán una oportunidad de obtener beneficios adquiriendo ese producto en mercados donde su precio sea más ajustado a la realidad del mercado, incluso puede que inferior, e importarlo, de forma ilegal por las leyes controladoras de la actividad comercial de los gobiernos intervencionistas, para su venta, también ilegal por los mismos motivos, en ese mercado tan regulado que fija un precio anormalmente alto; esto es lo que sucede con el tabaco, que muchos fumadores están consumiendo tabaco fabricado en Argelia por el bajo precio en dicho país en comparación al precio que tiene en el nuestro.

Sensu contrario, si el precio fijado por el Gobierno o autoridad competente es demasiado bajo para los deseos y anhelos de los consumidores se producirá el fenómeno conocido como especulación, es decir habrá grupos de personas que se las ingeniará para acumular gran cantidad de unidades de ese producto para posteriormente vendérselo a aquellos que pudieron no hacerse con alguna unidad y estaban dispuestos a desembolsar una cantidad de dinero superior al fijado, es decir un precio más alto. Este fenómeno, en el caso que me ocupa es lo que conocemos como reventa.

Como vemos estos dos fenómenos están motivados por una anomalía o fallo del mercado, la fijación de un precio, una regulación intrusiva en la libre relación de los oferentes y demandantes, según muchos, entre los cuales me encuentro, la solución a una regulación distorsionadora del normal funcionamiento de un mercado no es la promulgación de otra regulación añadida a la anterior y posiblemente tan distorsionadora como la anterior, sino la eliminación de la norma anterior, no prohibir la reventa si no eliminar el precio fijado por debajo del precio que los consumidores están dispuestos a pagar.

Evidentemente no soy tan ingenuo como para propugnar que el precio sea lo más alto posible sin más, propugno un sistema de subasta a la baja, se establecería un precio alto, quizás anormalmente alto, en el momento de la puesta en circulación de las entradas el cual se iría bajando conforme se fuesen agotando los demandantes dispuestos a adquirir las entradas a cada uno de los tramos de precios que se fuesen estableciendo hasta llegar al precio mínimo por debajo de cual los organizadores no estarían dispuestos a vender entradas, teniendo en cuenta que el precio mínimo puede llegar a ser cero.

Esto evitaría la reventa pues los mecanismos automáticos de adquisición de entradas que actúan lo más cercano posible al momento de emisión tendrían que adquirirlas a los precios más altos posibles, incluso fuera de los precios máximos admisibles por los consumidores, lo cual no sería rentable, además de que las personas dispuestas a pagar precios más altos competirían, en igualdad de posibilidades con ellos, y los que no pudiesen o no quisiesen pagar precios tan altos tendrían que esperar las sucesivas bajadas y arriesgarse a quedarse sin entradas.

Esto tendría como consecuencia añadida que el beneficio total por la venta de entradas, parte del cual se llevan actualmente los revendedores o especuladores, iría a parar íntegramente a los organizadores del evento, los que realmente son merecedores de lucrarse el máximo posible, ya que arriesgan empresarialmente organizándolo.

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