Vaya por delante que quien suscribe, que se proclama monárquico desde casi siempre, defenderá con su vida, como el famoso ministro inglés, el derecho de los republicanos a expresarse libremente, aún sabiendo, o creyendo, que están en el error. Otra cosa es que me guste que algunos medios, algunos sectores, solamente den voz a quienes defienden a la República y se la nieguen a quienes defienden a la Monarquía. Y viceversa. Creo que el debate leal incluye que todos puedan expresar, en debate libre, abierto, sincero, civilizado y razonable, sus posiciones. De lo que no estoy seguro es de que ahora deba, como piden algunos grupos identificables con la izquierda -no todos lo republicanos lo son- celebrarse un referéndum, promovido por el Gobierno, único que puede hacerlo, sobre el eterno dilema de la forma de Estado: ¿Monarquía? ¿República? Ya sabemos que España no es un país monárquico, pero tampoco lo es republicano, aunque ahora esté de moda proclamarse lo segundo en tertulias y foros varios, mientras los primeros prefieren un discreto pasar desapercibidos, como acorralados. No está de moda proclamarse monárquico, y sé que los hay: me escriben, casi como si de una conspiración se tratase, a través de las redes sociales, lo susurran en voz baja: no crea usted que aquí todos son republicanos, aunque cierto es que la abdicación del Rey ha facilitado que los sectores a favor de un retorno de la República -¿de qué tipo de República?_ salgan a la calle en un nuevo remedo del 14 de abril.
Verá usted: prefiero la Monarquía porque me parece más estable, más alejada de la lucha entre partidos, con mayores posibilidades para, desde la jefatura del Estado, mediar en las peleas políticas y en las territoriales. Concibo la Monarquía como fuerza mediadora, capaz, por su fuerza moral, de lanzar avisos a navegantes, de conciliar posiciones en la jaula de grillos de la política, tan necesaria, por otro lado, para la democracia. Y, ya hablando coyunturalmente, me parece que el inminente Felipe VI tiene talla moral más que suficiente para desempeñar ese papel; su padre, Don Juan Carlos, pese a todo tenía esa talla. Vuelvo al referéndum: nada me pondría los pelos más de punta que abrir, ahora que tenemos el tema de Cataluña sobre la mesa de disecciones, el peliagudo tema de otro referéndum, ahora sobre si España debe seguir siendo un Reino o, por el contrario, convertirse en una República. Hay sedicentes republicanos -los más pragmáticos en el PSOE_ que, proclamándose contra la Monarquía, la aceptan como necesaria aquí, en todo el territorio español, y ahora, a corto y medio plazo. Quién sabe lo que el destino nos deparará dentro de una década: ahora conviene seguir la máxima ignaciana, tan repetida estos días, de que en tiempos de zozobra no ha de hacerse mudanza. Además, creo que el Príncipe Felipe encarna a la perfección al jefe de un Estado sobre el que no gobierna, pero en el que ejerce un papel de representatividad excepcional. Hay que darle al menos una oportunidad; otra cosa sería, estimo, casi suicida. ¿Es eso lo que se pretende?
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