Icono del sitio MelillaHoy

Putin: ¿creer o no creer? Esa es la pregunta. Slava Ukraini.

De la información abierta disponible, se puede aventurar que estamos en un punto de difícil decisión, pero a la vez vital para la existencia de Ucrania como nación, para la paz en el este de Europa y en el mundo.
Putin ha reconocido la debilidad de su posición en Ucrania, al llamar a filas a 300,000 reservistas y arriesgarse a enfrentar, en el interior de su país, una creciente debilidad política, por la reacción de sus ciudadanos: unos 250,000 rusos ‘movilizables’ han abandonado el país en los últimos días.
La práctica totalidad de los países europeos ha cerrado sus fronteras a los rusos que se presentan como turistas. No parece sensato deducir que, con ello, se pretenda facilitar a Putin la movilización, impidiendo que los posibles reclutados escapen. Habría que suponer la existencia de otras razones, que desconocemos. Se podrían realizar varias conjeturas. Se podría tratar de impedir un enorme flujo de inmigrantes rusos, difíciles de asimilar en los países de acogida, ya sobrecargados de inmigrantes y que, en ciertos países como Italia y Suecia, han provocado la elección de políticos que se oponen a la inmigración. O quizás se trataría de impedir la infiltración de agentes y agitadores rusos, entre los acogidos.
O mi suposición preferida, aunque admito que expuesta sin bases ciertas: se estaría impidiendo que Putin se libre de la presión interna que, de permanecer en Rusia, muy probablemente ejercerían los movilizables huidos y sus familias. Es lógico deducir que los que se van del país, dejando atrás vida, trabajo y familia, no son los más pusilánimes. Escapar hacia la incertidumbre más absoluta, requiere un cierto tipo de valor y también disponer de los mínimos medios necesarios. La inmensa mayoría de los rusos carece de ellos.
Además, si se cumplen las predicciones, que afirman la voluntad del mando ruso de desplegar a los movilizados en las próximas semanas, el número de bajas, muertos y heridos, podría ser altísimo. Las fuerzas armadas de Rusia entrenan a sus soldados dentro de las propias unidades de combate, ya que carecen de una estructura de programas y unidades de entrenamiento. Pero al estar la mayoría de las unidades desplegadas, los movilizados se encontrarán en combate sin el adecuado entrenamiento, mal armados y equipados, encuadrados en unidades que ya han sufrido un alto desgaste, con una baja moral de combate.
Si a la movilización le añadimos la declaración que realizó Putin el pasado viernes, afirmando que cuatro provincias ucranianas -donde se celebraron referéndums ilegales y que no están siquiera totalmente ocupadas por las tropas rusas- han pasado a ser territorio ruso y como tal se defenderán, nos encontramos en un momento en que hay que tomar decisiones muy difíciles, aún más difíciles que las ya tomadas hasta ahora.
Putin ha tratado de cambiar las reglas del terrible juego que ha impuesto a Ucrania. Ha pretendido pasar de una para él mini-guerra, en la que sorpresivamente la OTAN y la Unión Europea ayudaron a Ucrania a defender su territorio, a una guerra total -incluyendo la amenaza de uso de armas nucleares- en la que Ucrania y sus aliados estarían atacando territorio que ahora él define -ilegalmente- como ruso.
La buena noticia, mejor dicho, la menos mala, es que la movilización supone una implicación, al menos a corto plazo, en el desarrollo de una guerra convencional, alejando un poco la amenaza de empleo de armas nucleares. Pero, a la vez, la movilización crea malestar y protestas internas, lo que supone que Putin debe darle al pueblo ruso buenas noticias ‘patrióticas’ que justifiquen, de cierta manera, los sufrimientos exigidos.
Ello supone que Putin debe obtener victorias, o al menos lo que pueda presentar como victorias. En ese sentido hay que resaltar que, a la vez que anunciaba la anexión a Rusia de las cuatro provincias, ofrecía a Ucrania entablar negociaciones, pero especificando muy claramente que en esas negociaciones no se incluiría la anexión a Rusia de las provincias o la península de Crimea. Algo así como decir: ‘no he ganado toda la guerra, pero si lo suficiente como para satisfacer mis intereses imperialistas y también conservar mi sillón’. Quizás, muy posiblemente, en su fuero interno pensará que en 2014 se anexionó Crimea, en 2022 se anexionaría el este y sureste de Ucrania, más adelante ya tendrá oportunidad de anexionarse el resto y, quien sabe, si algún territorio más de la antigua URSS o del este de Europa, del extinto Pacto de Varsovia.
Y llegamos a las grandes incógnitas que plantea la amenaza de uso de armas nucleares. ¿Será capaz Putin de usar armas nucleares tácticas en Ucrania? ¿Será Biden capaz de responder determinantemente a su posible uso?
Otra incógnita, al menos por lo que conozco, se refiere al procedimiento para la utilización de dichas armas por parte de Rusia. Creo muy probable que no solo sería Putin el que pudiera provocar su uso. Ya hubo un caso en el pasado en que la cadena de mando rusa, semiautomatizada, estuvo a punto de provocar un lanzamiento masivo de misiles nucleares sobre Estados Unidos. La decisión de un teniente coronel (imaginen que bajo en la escala) que estaba de servicio ese día, fue comprobar meticulosamente que lo que aparecía en sus computadoras como un ataque nuclear americano, no era cierto. Su determinación y sentido común salvaron al mundo.
Próximamente escribiré sobre ello.

Gonzalo Fernández

Acceda a la versión completa del contenido

Putin: ¿creer o no creer? Esa es la pregunta. Slava Ukraini.

Salir de la versión móvil