En el momento trágico de la jornada roja,
en la feroz congoja
de la traición horrible,
brotó la flor altiva que nunca se deshoja:
la flor de lo imposible.
Con esas enigmáticas estrofas comienza la Oda de la Caballería “El Escuadrón de la locura”, que se recita en el más absoluto de los silencios, durante el trascendental acto de homenaje a los que dieron su vida por España, en las paradas militares que celebra nuestro Heroico Regimiento “Alcántara”.
En el más absoluto de los silencios; silencios como el que, sin duda, se vivió hace ya muchos, muchos años, casi cien, en tierras cercanas, cuando este Regimiento, galopaba hacia su sempiterna gloria; cuando este Regimiento, ya legendario, al son de los clarines, cargaba contra el enemigo en busca, no ya de la victoria, sino de un destino que le situaría en el mayor puesto de honor al que puede aspirar una unidad militar y cada uno de sus hombres y mujeres, en el lugar de los héroes, los Héroes del Alcántara.
Aún se oyen en el viento las palabras del ejemplar Teniente Coronel Primo de Rivera, exhortando a sus hombres a sacrificarse por la Patria y sus compañeros, mirándoles cara a cara con la mirada de quien no puede disimular lo que se les venía encima, la muerte segura.
Eso, para un ser humano, representa luchar contra uno de sus instintos más fuertes, el de la supervivencia; pero, claro, cuando eso se lo dicen a un Soldado Español, antaño bajito, de piel morena o negruzca, quizás, en ocasiones, algo desaliñado…cuando eso se lo dicen, ese instinto pasa a un segundo, tercer, cuarto plano…o simplemente, se olvida. Cuando eso se lo dicen a un Jinete, a un Soldado de la Caballería Española, no hacen sino escuchar sus plegarias, pues éste, aspirando al sacrificio extremo, solicita siempre el ser empleado en vanguardia, abriendo el paso a sus compañeros, cuando avanzan o cerrándoselo al enemigo, cuando éstos se retiran de un escenario de muerte, exigiendo ocupar ese lugar de honor, si llegara el caso.
Tu deber y tu honor
te lleva al sacrificio
acepta con orgullo
este servicio.
No podemos, aunque quisiéramos, imaginarnos cómo pudo ser aquel infierno, donde jinetes y caballos, en perfecta simbiosis, arremetían, una y otra vez contra un enemigo superior, arremetían contra el destino, con la fe del que pone en juego su vida en pos de salvar la de otro; con la fe de quien se mueve siempre en ambientes de peligro, de inferioridad y en los que gracias a su osadía, su empuje, su ímpetu, sale a menudo victorioso, casi por arte de magia.
Y es que aquello no fue una derrota; ni mucho menos lo fue. Vencieron a la historia y entraron en nuestros libros y anales al galope, al trote, al paso…con tintas de gloria, probablemente roja, como la sangre que derramaron.
Vais a la muerte
con alegría
con el galope
de la Caballería
Casi un siglo más tarde, con cierto retraso, pero con total justicia, los laureles de las coronas que adornaron sus numerosos enterramientos, se entrelazaron en torno a las espadas que conformaban la Cruz Laureada de san Fernando que le fue concedida por aquellos hechos, por aquellas cargas, al galope, al trote, al paso…pie a tierra y quién sabe, si hasta arrastrándose, siguieron buscando la gloria aquellos jinetes, aquellos caballos, a quienes en los últimos momentos, se unieron todos los componentes del Regimiento, médicos, veterinarios, educandos de banda, todos, sin distinción, todos, contagiados de ese espíritu jinete que no reconoce obstáculos, aunque los haya.
Condecoración que recogió de manos del Rey Don Juan Carlos su entonces Jefe del Regimiento, en Palacio, en Madrid…en una emocionante parada militar; pero mucho me temo que en las cercanías de aquel místico escenario, a las orillas del río Igan, Primo de Rivera y sus jinetes, en perfecta formación, como entonces, recogía de forma simultánea esos laureles, de manos del Dios de los Ejércitos, que vela por todos, sin distinción de ritos, de sexo, de edades o nacionalidades, que vela por los justos y generosos en la entrega.
Ataca con valor,
a caballo eres fuerte,
y lucha cuerpo a cuerpo con la muerte,
que si mueres de Dios
recibirás la gloria
y los clarines
cantarán Victoria.
De esa otra parada no encontraremos nada en los rotativos, en los telediarios, en Facebook, en Twitter, en WhatsApp…no lo encontraremos porque está en cada uno de nosotros, en ese irrenunciable orgullo que tenemos de ser españoles, aunque nos cueste en ocasiones decirlo; en ese privilegio que tenemos, además, los que servimos a España en filas y muy especialmente en esta españolísima Ciudad de Melilla; de formar al lado de unos hombres y mujeres que, al igual que hicieron hace casi cien años sus antepasados, no dudarían un solo instante en cargar contra el enemigo, si lo hubiera, como aquel otro que cargaba contra esos gigantes de viento, con sus enormes aspas, por las llanuras de la Mancha; no dudarían porque besaron el mismo paño que aquellos; porque juraron derramar su sangre como aquellos; porque unieron su destino al de sus compañeros como aquellos; porque unieron su destino al de España.
Un grito pone
fin a la hazaña,
con nuestro lema:
"Santiago y cierra España".
A nuestros hombres y mujeres del Alcántara y a nuestros jinetes de Caballería que celebran hoy su Patrón, como nosotros, los españoles, con el agradecimiento a aquellos que testimoniaron con su entrega extrema su amor a España y su compromiso con lo que un día juraron.
Por la Comandancia General de Melilla
PIDE FOTO:
Imagen histórica de miembros del Regimiento Alcántara en los años 20
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