Categorías: Opinión

Por qué lo llaman diálogo

Pasa en todos los órdenes de la vida. El diálogo suele confundirse por muchos con un trágala. Me siento a hablar contigo para llegar a un punto, cediendo ambas partes algo, pero nunca es sinónimo de asumir la reivindicación del otro. Da la impresión de que cuando hablamos del desafío soberanista de Mas y los independentistas catalanes algunos confunden o nos quieren hacer creer que dialogar es aceptar lo que nos ponen encima de la mesa. El debate que tuvo lugar ayer en el Congreso de los Diputados tenía un final cantado. La abrumadora mayoría de la Cámara, diputados catalanes incluidos, le dijeron a un Mas ausente que no, que en la democracia se impone lo que piensa la mayoría. Lo que venían a pedir los independentistas catalanes es anticonstitucional, va contra el estado derecho, es decir, que está al margen de la ley. Ahí es donde se ha situado el presidente de la Generalidad. Es sorprendente, por tanto, que pasado este trámite, sigan diciendo que no les van a parar, que van a seguir adelante con su desafío constitucional.

La cuestión es, ¿y ahora qué?. El Gobierno está dispuesto a dialogar, pero no sabemos muy bien qué significa eso. Si estamos hablando de una financiación a la carta sería un error mayúsculo y absolutamente fuera de lugar. Lógicamente, el resto de comunidades protestaría y con toda la razón. No se justifica que Cataluña sea premiada y dotada de una capacidad de negociación bilateral con el Gobierno. Ya nos contarán cómo van a parar los siguientes pasos que estén dispuestos a dar, ahora clarísimamente al margen de la ley. Y, además, dado que Mas no parece que haya entendido que se ha quedado al margen de la ley y de la democracia y que lo suyo sería que se fuera a su casa, el Gobierno debe buscar el consenso con otras fuerzas para parar esta locura que se le ha ido de las manos a todo el mundo. También a los socialistas con su ambigüedad sobre la reforma de la Constitución. Reforma que no acaban de concretar cada vez que hablan de ello. Es un asunto complicado y el más difícil al que se enfrenta nuestra democracia. De las crisis económicas se sale, con heridas, sí, pero se sale. De estas derivas enloquecidas no se suele salir bien, si las cosas no se dejan muy claras y se paran en tiempo y forma. Con la ley en la mano, pero también con la contundencia que la ocasión requiere.

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