“Pobre Melilla”, era el titular de nuestro Editorial del viernes, tras conocerse, por fin, la composición del Ejecutivo de nuestra ciudad, que se esperaba con gran expectación y que ha significado, en términos generales, una gran decepción, encabezada por el inaudito nombramiento del consejero de, nada menos, Economía, Hacienda y Trabajo, un área clave para Melilla y la innovación, en la que Eduardo de Castro, el presidente del milagro -más debido a deméritos ajenos que a méritos propios- ha colocado a una persona en la que se dan todas las características, absolutamente todas, contraindicadas para ser nombrado para tal cargo. “Pobre Melilla”, era el titular de nuestro Editorial del viernes, tras conocerse, por fin, la composición del Ejecutivo de nuestra ciudad, que se esperaba con gran expectación y que ha significado, en términos generales, una gran decepción, encabezada por el inaudito nombramiento del consejero de, nada menos, Economía, Hacienda y Trabajo, un área clave para Melilla y la innovación, en la que Eduardo de Castro, el presidente del milagro -más debido a deméritos ajenos que a méritos propios- ha colocado a una persona en la que se dan todas las características, absolutamente todas, contraindicadas para ser nombrado para tal cargo.

El intentar ser más chulo que nadie es comprensible en el lumpen, en los bajos fondos, entre los mafiosos, pero es poco recomendable en una democracia, por muy imperfecta que esta pueda ser. El despreciar a la prensa, algo que a veces la prensa se merece, puede ser satisfactorio a corto plazo, pero el hacerlo con el dinero de los demás, para arrogarse una autoridad que no se tiene y, lo que es peor, equivocándose escandalosamente y desoyendo los consejos de amigos, socios políticos y enemigos presuntos (que podrían ser amigos) es peor que una tontería, es un error. Un error con el agravante de que las consecuencias no las va a pagar solo el que toma la decisión, sino todos los que se van a ver afectados por tal decisión, por todos los melillenses, en definitiva.

Una frase muy popular en Galicia es la de “yo no creo en las meigas -magas, brujas- pero haberlas haylas”. Algo similar ocurre con los gafes, las personas que acarrean mala suerte a los demás. No está científicamente demostrado – Immanuel Kant nunca lo recogió en su “Crítica de la razón pura”- que los gafes existan, pero los andaluces, por ejemplo, están firmemente convencidos de que “haberlos, haylos” y que es conveniente apartarse de aquellos que han demostrado a lo largo de su trayectoria vital que solo producen problemas y originan catástrofes. Como Julio Liarte, por ejemplo. Su nombramiento político solo puede ser entendido como un oscuro deseo de Eduardo de Castro: suicidarse políticamente, intentando aparentar que manda más que nadie, retando a los que no tienen intención de batirse con él, convirtiendo en enemigos a los que podrían ser amigos en la tarea imprescindible de cambiar Melilla e ilusionar a los melillenses con un futuro esperanzador, algo que ahora no se vislumbra y que los gafes solo contribuirán a empañar aún más.

Melilla tiene unas inmensas posibilidades de desarrollo y una enorme cantidad de problemas, muchos de ellos de origen político. Problemas que, si no se resuelven bien y pronto, impedirán que el desarrollo de Melilla y la ilusión de los melillenses se produzcan y no detendrán la manifestada intención de muchos melillenses de irse de su ciudad, de nuestra ciudad, en la que no ven futuro.

En primer lugar, hay que entender que la composición de la población melillense es la que es y que nuestro vecino del Sur también es el que es. Aquí no se trata de integración de unos a costa de otros o viceversa. Se trata de entender que todos somos españoles, ciudadanos de un gran país con derechos y obligaciones. Se trata, también, de entender que la administración pública -empezando por el propio presidente de la Ciudad- ha de estar al servicio de los ciudadanos, no al revés, como ahora ocurre, y que el futuro de nuestra ciudad no pasa porque todos seamos funcionarios o dependamos de la Administración, sino de que aquí triunfen las nuevas ideas empresariales. Se trata de vivir sin miedo, la única manera de que imperen la esperanza y la ilusión.

El Gobierno melillense anterior se mostró, al final, incapaz de conseguir el cambio profundo que Melilla necesita. El nuevo Gobierno nació de una manera extraña y es muy débil, con una mayoría precaria e inocultables disidencias interiores. La sensación de “nos hemos liberado del pasado” no puede durar demasiado, porque los problemas existentes son muy graves y los descontentos en el seno del mismo recién nombrado Gobierno son demasiado evidentes.

Lo lógico, lo conveniente, hubiera sido, y probablemente lo sigue siendo, que se produzca una gran coalición, encabezada por los dos partidos mayoritarios que electoralmente representan al 72% de los melillenses. Lo lógico es que un Gobierno débil dure muy poco, especialmente tras ver cómo se eligen personas gafes en puestos claves y se lanzan, a costa del erario público, suicidas desafíos innecesarios.

Enrique Bohórquez López-Dóriga

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Pobre Melilla

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