Categorías: Sanidad

No será punto final, sino punto y aparte

Desde mi otero/ Por Francisco Robles

Uno que tuvo la suerte de tener a buenos maestros en su etapa infantil –empezando con don Alonso, y culminando en la Academia Cervantes de la mano de D. Enrique, D. Francisco, D. Adriano y D. José Luis-, cada día se sorprende más de lo mal que escriben una gran parte de nuestros jóvenes, y desde ya les pido disculpas a los muchos que hacen un uso adecuado de nuestra lengua; pero no sólo me refiero a lo parco o exiguo de su vocabulario y a las abundantes faltas ortográficas, que denotan la cada vez más creciente falta de lectura –y uso de las nuevas tecnologías-, sino también a sus faltas gramaticales, que hacen dudar hasta de su origen o naturaleza.

Hace ya unos meses, y en mis previsiones más íntimas, veía como posible que este verano, fuera el horizonte de un escenario donde se diera por controlada la epidemia del Covid-19, no por el logro de su desaparición, sino por la asimilación de ésta a otras infecciones, incluso estacional y de ahí la llamada gripalización de la covid; sin embargo, ya en el ecuador de las vacaciones de verano, la ola epidémica no sólo no baja, sino que mantiene su tendencia creciente, y aunque es cierto que algo así era previsible, al aumentar las ocasiones que favorecen el contacto humano –viajes, comidas, eventos de masas, ..-, no lo era el nivel que están alcanzando las cifras de nuevos casos y reinfecciones, y sobre todo el de hospitalizados, ingresos en U.C.I. o fallecidos. Con estos datos, esto no se puede hablar de gripalización.
Y es que en el entorno actual, las normas que nos han ayudado a controlar la epidemia, se han relativizado o relajado, cuando no eliminado directamente, al prevalecer una sensación falsa y engañosa de protección frente al virus, bien porque se está vacunado o bien porque se considera ya vencida la epidemia; algo así ocurrió con las enfermedades de trasmisión sexual, al descubrirse antibióticos muy efectivos contra ellas, lo que llevó al abandono de las medidas preventivas –como eran el uso del preservativo y evitar la promiscuidad sexual-, y cuyas consecuencias fueron nefastas en el caso de la epidemia del VIH. Pero esa es otra historia.
Pues bien, craso error en ambos supuestos, ya que para estar protegido –con referencia expresa a las variaciones individuales y fechas de las dosis-, se precisan hoy las tres dosis, y en España esto no alcanza ni a la mitad de la población objetivo; por otro lado, si bien es cierto que la población alcanzó una tasa aceptable de vacunación con al menos dos dosis, no lo es menos que pasados 6-7 meses del final de la pauta vacunal, la inmunidad declina e incluso de forma acelerada, lo que se agrava con la existencia cada vez más frecuente y/o extendida de cepas nuevas del virus, ante las que la efectividad preventiva es menor.
En este panorama, la decisión del Ministerio de Sanidad de esperar a septiembre para iniciar la administración de la cuarta dosis, puede ser causa de polémica y de efectos indeseables, ya que si bien –y esta columna de opinión se ha hecho eco de ello-, la estrategia de esperar a disponer de las nuevas vacunas tiene unas bases científicas y logísticas firmes, no lo es menos que ello va a acarrear unos perjuicios de diversa índole y todos ellos a valorar. En la medida que los responsables de la decisión, puedan soportar esos costes –laborales, asistenciales, y de pérdida de vidas humanas-, se podrá mantener o no la misma, o por el contrario, iniciando ya la revacunación con los tipos disponibles, se podría intentar poner al menos un punto y aparte en la epidemia, ya que está claro que por el momento el punto final está muy lejano.

N.A.- Este apartado que siempre intenta aportar algo personal a la columna, en esta ocasión cumple el objetivo de reforzar el mensaje de su título, ya que la previsión de que fuera inminente el punto final de la misma –y con ello el de esta colaboración-, parece diluirse con el calor; así que sólo es posible poner el punto y aparte, que será el receso hasta septiembre –después de la feria, como decimos los melillenses- en esta columna. Confío en que a mi regreso, la situación epidemiológica sea más halagüeña, tanto en Melilla como en el resto de España, y aprovechando el lapsus de tiempo en cuestión, me acojo a la protección de la capa del Apóstol Santiago –patrón de España- y al manto de la Vírgen de la Victoria –patrona coronada de Melilla-. Colaboremos a ello por nuestra parte, con un comportamiento racional y observante de las medidas de nuestra exclusiva responsabilidad personal.
Hago votos fervorosos por ello.

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No será punto final, sino punto y aparte

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