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¡Niñas, al salón, que hay ingleses!

Era la consigna. La voz de alerta que solía dar la Encargada de las casas de putas de la Calle Mar Chica, cuando arribados al Cargadero, en busca del mineral de hierro, llegaban barcos alemanes, ingleses holandeses, etc., en los cuales, su marinería, después del trabajo, solían buscar “mujeres”. Gente joven en su mayoría, muchos con meses de navegación, …

…cuando llegaban a puerto, salían como toros del chiquero en busca del complemento indispensable para seguir haciendo de la vida, algo ilusionado, y no solo un esfuerzo continuo. Para la Encargada de cualquier casa, todos eran “ingleses”.

No había otra nacionalidad. Todos eran en su mayoría rubios y colorados. Curtidos por los soles del mar y con “dinero fresco”. Cartones de tabaco rubio y deseoso de juerga y cachondeos. Algunos solían pagar la “dormida” a dos o más mujeres, aunque, cuando llegaba la hora de la verdad, después de llevar en su cuerpo una botella de vino de Málaga, roncaran como ronca el mar cuando se pone bravo.

Eran así. Niños grandes, sanos y ricos que tanto éxito tenían en aquella calle Mar Chica, donde las “mujeres de la vida” – yo en alguna ocasión me preguntaba: ¿Cuáles serán las mujeres de la muerte?- tenían su territorio en varias casas y chalets dedicadas a ellas.

Mujeres llenas de juventud y belleza en su mayoría, que con sus reconocimientos semanales y su casi infantil modo de vida, tanto calor humano dieron y tanto dinero dejaron, sobre todo en aquellos comercios pequeños del barrio, vendedores de perfumes y ropa femenina, que a veces solían encarecerles los artículos, simplemente por el hecho de ser putas.

Mujeres jóvenes, guapas y perfumadas, que cuando se tomaban unas copas, algunas solían olvidar a quien las había ”comprado” por unas horas, y se iban con aquel que les resultaba de su agrado, aunque no mediara el dinero en ello. Era la “honradez” de sus sentimientos lo que, prevalecía por encima del “negocio”, poniendo de manifiesto, que no era solo dinero lo que buscaban, la mayoría de estas mujeres, que se cobijaban en aquella calle. Era más bien compañía, comprensión y ternura. En definitiva: amor. Amor que tal vez dieran en sus tierras y que solo recibieron a cambio, engaño y desprecio. Y a pesar de que tomaran la decisión de huir de ello, seguían alentando en sí mismas, la llama inextinguible de su propia razón de ser.

Por ello, no eran solo putas. Simplemente eran mujeres que ejercían el amor roto. Destrozado en cientos de trozos, que se repartían cada noche, unas veces como simple placer y otras como urgente necesidad ,de alguien que buscaba algo ,que ellas no entregaban, pero por unas horas, ese alguien solía encontrar. Un intercambio convenido de sentimientos, dentro de un “hogar “protegido por un orden y un control de salubridad e higiene.

En aquel tiempo donde al parecer la “libertad” estaba prostituida y la Prostitución Protegida, al contrario que ahora, donde la “libertad” se encuentra “protegida” y la Prostitución, totalmente prostituida.
Buenos días y buena calle.

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¡Niñas, al salón, que hay ingleses!

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