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Ángeles sobre la ciudad. Para Fernando, el del Diamante

No es una cuestión de identidad, de identidades, mal de este siglo que nos lleva a la deriva, ya sea en nombre de la estupidez de los nacionalismos y los partidos políticos –creados por los hombres en el siglo XVIII, en Europa, en contra de las mujeres– ya sea en nombre de una identidad religiosa con la que muchos hombres y algunas mujeres andan velados. También con velos, de esos que no se ven y que son los más difíciles de quitar, los que más libertad restan a la experiencia y la vida del alma.
¿Tan grande es el vacío del existir?
Anoche se fue Fernando, el del Diamante. Lo suyo, su vida, no ha sido –por lo poco que yo sé y la experiencia de su compañía– una cuestión de identidad, de identidades, de ser esto o aquello, sino de libertad de ser, que es la libertad verdadera.

La suya era un alma libre, un alma curiosa y bella, como es toda alma que vive y no se encasquilla en la miseria de lo bobo y de lo humano. Fernando amaba la belleza y sabía reconocerla. Le gustaba pintar a la acuarela y hacer dibujos a las niñas y a los niños que quería. Sabía mucho de los hombres y de las mujeres. Sabía intepretar el poder y su violencia –la violencia del patriarcardo, que impone una heterosexualidad obligatoria y un contrato sexual con el que se controla la sexualidad femenina.

Pero la vida del alma es grande y la de Fernando lo ha sido.
Él supo reírse de esta cultura decadente y patriarcal, haciéndonos reír siempre a quienes nos acercábamos a darle un beso en su mesa del California. Mi tía Maribel, que empezó a trabajar muy joven, siendo aún preadolescente en un comercio de Melilla, como Fernando, me ha contado muchas veces –quiero traer su relato– que: «Fernando era guapo hasta rabiar. ¡Era Guapísimo! A veces, fumaba en la puerta del Diamante y allí como recostado, parecía un artista de cine».

Estos días la ciudad, bajo el cielo de las tristezas, se viste también de «Escándalo». No por tanta corrupción e irresponsabilidad política, por tanta estupidez en nombre de los dioses patriarcales. «Vestirse de Escandalo» es una invención simbólica que Fernando creó para contarme su experiencia viviente recorriendo la Avenida de Melilla, dentro de un pasacalles de Carnaval inolvidable para él. Corrían los años ochenta y él sintió que vestido de Escándalo, inventaba lo que quería: Su libertad para ser.
«Debemos acostumbrarnos a que tenemos que inventar lo que deseamos», escribía por esos mismos años Adrienne Rich. Porque inventar lo que se desea forma parte de una práctica política que más mujeres que hombres han puesto en juego. Pero, también, algunos hombres –libres para inventar y para Ser– como Fernando, el del Diamante.

No temas, que tú no tienes que descansar en paz. Allí donde tú llegas hay vida y hay fiesta de Carnaval, hay gente querida esperándote, hay mar de la Bocana y hay colores. Hasta puede que haya –¡vive Dios!– una cafetería California, sin que Sidi Selam lo sepa.

Cuida de esta ciudad, como los ángeles de la película Bajo el cielo de Berlín (Dir. Wim Wenders, 1987) que viste por casualidad, me contaste un día, y que te había gustado mucho. No nos dejes del todo, porque en Melilla, necesitamos ángeles, más que dioses y partidos. ¡Buen viaje!

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