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Moll de Alba: La muerte en un abrazo (VI)

… Aquellos parapetos no le gustaron al cabo, pero en ellos no había gente ni señales de actividad alguna. Vamos a destruirles, dijo el cabo. Sitúa convenientemente la tropa de que dispone. A dos soldados les señala un sitio a diez metros, algo cubierto; él, con los otros tres, se acerca al parapeto y en posición de cuerpo a tierra, ordena a uno que los destruya. -Tú. Fernández, acércate y destruye esos parapetos.
El soldado Fernández avanza y, apenas inicia lo que se le ha ordenado, cae herido por un disparo enemigo. -¡Quietos todos! -grita el cabo- ¡quieto tu también, Fernández!
El cabo Rapela se adelanta solo. -¡Cubridme! -grita de nuevo. Se parapeta cerca del herido y espera. Fernández está en el suelo sin conocimiento. Un harqueño se dirige a él con intención de llevárselo. Cuando intenta echar mano del fusil de Fernández, el cabo le dispara y lo deja fuera de combate.
-¡Seguid cubriéndome! –ordena otra vez a los suyos…
Se adelanta el cabo para recoger a Fernández, pero una descarga le hiere en el pecho. Un grupo de harqueños avanza vociferando…
Manuel Sánchez Vivancos
Nació el 10 de abril de 1901 en Alhama, Murcia, hijo de don Roque Sánchez y doña Rita Vivancos. Ingresó voluntario en el Ejército el 18 de julio de 1917. Al ascender a cabo en 1918 va destinado a Melilla y toma parte en todas las operaciones de la zona oriental, siendo citado dos veces como distinguido. En diciembre de 1921 ya es sargento y actúa de nuevo en las operaciones militares que aquel año se llevan a cabo, demostrando un gran valor y serenidad. En mayo de 1924 pasa destinado a Cartagena, pero un mes después de nuevo vuelve a Marruecos con el batallón de Cazadores de Chiclana nº 17, y desde Larache sale destinado para el blocao de Tikún, en la cabila de Beni Gorfet. En la defensa de este blocao, cuyo cerco duró cerca de cuatro meses, perdió un brazo y mereció de España el sobrenombre de “El manco de Tikún”. El 15 de enero de 1925 asciende a suboficial por méritos de guerra e ingresa en el Cuerpo de Inválidos. Murió en 1953 en Alhama de Murcia, pueblo que le había declarado hijo predilecto.
Concesión de la Laureada
El sargento de Infantería don Manuel Sánchez Vivancos, del batallón de Chiclana nº17, se encontraba durante el período de octubre de 1924 a enero de 1925 al mondo del blocao Tikún. El 3 de octubre y con ocasión de practicar el servicio de agua, fue agredida su fuerza de protección, matando a un cabo y dos soldados más y empezando el asedia por parte de un enemigo muy superior al pequeño número de defensores del puesto. El día 7, el enemigo intenta el asalto a la posición, siendo rechazado por el fuego de la guarnición. El día 13, en nuevo ataque, llega hasta apoderarse de unas peñas situadas dentro de la alambrada inmediata al parapeto, y dada su proximidad, la defensa se hace con granadas de mano, lanzadas incluso por el sargento Sánchez Vivancos, quien al arrojar una le hace explosión prematura, destrozándole la mano derecha y causándole diversas heridas. Ante lo crítico de la situación y a fin de mantener la moral de su tropa oculta la gravedad de las lesiones sufridas, haciéndose curar por un soldado, y continúa al mando de su fuerza. Dado el aislamiento, llegan a un total agotamiento los víveres y elementos de curación…
En tal situación, el día 3 de noviembre se presenta ante el blocao un cabo del batallón que estaba prisionero y que, obligado por los moros que le conducen, hace proposiciones invitando a la rendición, mediante ofertas que eran rechazadas, al igual que las análogas hechas en días posteriores por un sargento prisionero. El enemigo, que persiste en sus ataques, lo repite con mayor violencia el día 8, siendo como otras veces batido y obligado a retirarse El dio 10 se intenta el abastecimiento de la posición por medio de la Aviación, cuyos primeros auxilios no pueden ser recogidos por caer lejos del blocao. Prosiguen en los ataques hasta el 8 de enero del año siguiente, en que disminuye la acometividad y número del enemigo. El día 15 evacuó la posición en virtud de orden superior.
Durante el asedio del blocao realzó su forzada conducta del comandante del mismo y de la reducida guarnición a sus órdenes, defendiendo y conservando el blocao en el cerco puesto por el enemigo, sufriendo con firme constancia las penalidades y privaciones consiguientes por la falta de alimentos y de todo medio asistencial; a pesar de cuyo agotamiento y de sus heridas recibidas, el sargento Sánchez Vivancos sabe infundir en su reducida gente el ánimo necesario para soportar las fatigas de la defensa, extremando la resistencia hasta el límite de todo sufrimiento.
De acuerdo con lo informado por el Consejo Director de las Ordenes Militares de San Fernando y San Hermenegildo, este Ministerio ha resuelto conceder al sargento de Infantería don Manuel Sánchez Vivancos la Cruz Laureada de San Fernando.
Madrid, 15 de junio de 1934. HIDALGO Diario Oficial nº 136
El cabo piensa que es preferible dejar al herido, que permanece a cubierto, y se retira hacia el parapeto. Desde allí les hace frente. El y sus cuatro hombres consiguen poner fuera de combate a varios de los atacantes, pero el cabo recibe tres heridas más, a pesar de lo cual sigue disparando. Aún es herido otra vez en el vientre y, minutos más tarde, otra bala le atraviesa el brazo izquierdo y le fractura el codo. Cuando con todas estas heridas aún se dispone a cargar el fusil con la mano derecha, la única que puede mover, recibe en ella otro balazo, que le impide todo movimiento. Al sentir esta última herida, Fernández recobra el conocimiento y, asustado, sin saber siquiera lo que había pasado, le dice: ¡Vámonos, cabo, que aquí nos asan! EL cabo Rapela le contesta:
-Vete tú, si puedes, porque si nos vamos ahora todos, sin dejar que alguien nos cubra, no nos salvamos ni uno. ¡Vete tú, que nosotros te cubriremos!.
En la posición oyen los disparos y el sargento De la Torre envía a toda prisa a cinco hombres más. Entre todos, hacen huir a los harqueños que aún quedan vivos. El capitán médico Hidalgo dio aquel día el siguiente parte: Hoy he curado al cabo Manuel Rapela Rodríguez, del destacamento de Estigua, de siete heridas de arma de fuego con doce orificios de salida. Las heridas están situadas dos en la mano derecha, graves; otras dos en la cara externa del brazo derecho, graves; otra en la región abdominal, menos grave; y otra penetrante en el pecho, grave. El sereno valor del cabo Rodríguez Rapela evitó una agresión que, aquella misma mañana, había planeado la harca contra la posición de Estigua.
Siete heridas, cinco de ellas graves, la decisión de no querer retirarse hasta salvar a su compañero, el celo en cumplir la misión encomendada y su espíritu de disciplina, le acreditan como soldado modelo.

Los de Rodríguez Bescansa en el bosque de Davetz
Los calendarios señalaban el 17 de julio de 1925. Ese día iba en extrema vanguardia el capitán Rodríguez Bescansa con un tabor de la harca. No era fácil mandarlo sin ningún oficial subalterno, como él se encontraba; el mando erige un escalonamiento de jerarquías y una subdivisión en la tropa. La orden es terminante: el tabor de Bescansa ha de ocupar el bosque de Sidi Davetz. El capitán se ha hecho cargo de la situación rápidamente. Reúne a los jefes de las mías y con pocas palabras les explica la misión común, y asigna objetivos particulares a cada uno. Se apoyarán bien en sus avances combinados, protegiéndose por el fuego, si es preciso. Son las nueve y media de la mañana del 17 de julio de 1925. Ya suenan en la pequeña altura las granadas. Los harqueños de España penetran rápidamente a través de la linde. Todo ha sido como un golpe de mano, muy rápido, muy decidido, muy inesperado. Apenas hubo unos tiros en los primeros momentos y ya hablaron los bombazos de mano un diálogo bronco amontonado.
Sin muertos ni heridos en el tabor. Todo en pocos minutos, con una velocidad de avance inverosímil. -Capitán. El bosque es un misterio. No nos deja ver lo que hay delante. Se lo ha dicho, como un susurro, el caíd más cercano. Pero ya había dispuesto recorrerlo el capitán. Marca los sectores a cada mía y los musulmanes, desconfiados, pacientes, astutos, reconocen palmo a palmo el final del bosque, con un andar menudo y ágil, mucho más rápido de lo que parece. Luego recorren minuciosamente la linde exterior, la que mira al enemigo:
Si novedad. Capitán. Dos heridos. ¡-Sin novedad! Sin novedad. Un herido. Sólo tres bajas para una operación que permite cubrir el flanco izquierdo del despliegue, su punta vulnerable. Ahora, mientras los de Bescansa ocupan sus posiciones en él, avanza a su amparo la pequeña columna. Ya llegan a la línea de objetivos previstas. Entran en posición los Cazadores de Tarifa, y a la izquierda los Zapadores del teniente coronel García de la Herranz. Pero apenas se ha iniciado el despliegue de la harca, cuando llega un enlace del general Saro: Mi capitán de orden del general que despliegue el tabor en el centro del bosque y que ahora vienen para reforzarles los fusiles y ametralladores del batallón de Tarifa. -Dí al general que ahora mismo empezamos.
Ya están los fusiles ametralladores incrustados en el despliegue de la harca. Han conquistado unas peñas donde el enemigo estaba bien atrincherado. No tiran mal los “Hotckiss de la guerra del catorce”, que hace poco se han reestrenados en Marruecos. Las posiciones del tabor de Bescansa son difíciles pero seguras, más bien comprometidas, pero vitales para asegurar la línea. El enemigo sabe de táctica y de topografía: sabe mucho, en parte también por intuición de raza, que le da ojo clínico, o mejor, ojo bélico. Su sabiduría la aplica pronto contra los de Bescansa, con un paqueo bien dirigido. Tiran desde muy cerca. El brioso empujón del asalto no les ha impedido quedarse muy próximos, amparados en las peñas, ocultos por la gaba. Casi se diría que dominan la situación frente a los de Bescansa. Al amparo de la gaba se van concentrado grandes grupos enemigos, que no es posible calcular por su disperso modo de entrar en combate. Son cabileños de Wad Ras, de Beni Mesuar, de Beni Ider, muchos, que refuerzan a los que están en posición. Algunos se aplastan contra el suelo y, reptando, sin relieve aparente, van aproximándose hacia el tabor, ¿sólo para observar? No. El movimiento, casi invisible, se generaliza. No se oye nada ahora. En voz baja, una voz: -¿Qué hora es? -Las tres. -¡Qué calor! Parece una consigna. Con su ulular agudo, los cabileños se lanzan sobre las posiciones del tabor de Bescansa. Debió ser un tanteo del frente. Han comprobado que no era aquel el punto más débil, aunque si un punto clave. Por eso ahora son grandes masas las que se lanzan al asalto, aunque prefieren apretar de nuevo al tabor, que está justamente ocupando el centro de la línea. Si lo rompen, el éxito es seguro. La línea cruje. Quizá alguna mía se ha visto sorprendida y a otras les ha contagiado un grito de pánico. Tras las primeras vacilaciones, los hombres de Bescansa reaccionan bien. Las compañías de reserva de Tarifa y Zapadores han acudido en refuerzo de la barca…

Manuel Rapela Rodríguez,
Nació el 24 de diciembre de 1901 en la parroquia de Gustey, del Ayuntamiento de Cales, en la provincia de Orense. Sus padres, don Gumersindo Rapela y doña Pilar Rodríguez, eran labradores y cultivaban las tierras que poseían en El Sobral. Hasta el año 1922, en que Manuel se incorpora a filas, era un labrador más. Pero desde esa fecha, su vida se guía por una nueva estrella.
Se incorpora al batallón nº 5 de Cazadores de Montaña en Orense; más tarde, en 1904, embarca en Vigo rumbo a Larache y allí pasa a prestar sus servicios en el batallón de Cazadores de Mérida nº 3. Durante aquel año forma parte de la guarnición de varias posiciones, Megaret, Rapta. Teffer, etc., son nombres familiares al soldado Rapela. Ascendió a cabo, pasa a la 3ª compañia y con su sección guarnece la posición de Estigua, en la que había de dar el más alto ejemplo de valor y compañerismo al no querer abandonar a un compañero herido. EI 14 de abril de 1925 asciende a sargento por méritos de guerra y premiado con la más alta condecoración militar; sigue después las vicisitudes de la vida militar, y sólo va a Gustey de vez en cuando para recordar su infancia y abrazar a sus padres.
Concesión de la Laureada
El cabo don Manuel Rapela Rodríguez, del batallón de Cazadores de Montaña nº 3, guarnecía, la posición de Estigua (Larache). El día 14 de marzo de 1925, al prestar el servicio de descubierta al mando de cinco roldados, reconoció uno de los frentes sin novedad, y como en otros de ellos observó unos parapetos hechos por el enemigo, retiró a retaguardia parte de la fuerza y avanzando con el resto, ordenó a un saldado procediese a deshacerlos; Al cumplir esta orden el roldado cayó herido, acudiendo rápidamente a su defensa el cabo Rapela, en cuyo momento recibió una descarga que le produjo una herida grave en el pecho, continuando el servicio que se le había ordenado; fue herido nuevamente y, no obstante la gravedad de sus heridas, siguió haciendo fuego, siendo herido por una tercera descarga en la mano derecha, no abandonando su puesto, en el que re defendió con singular arrojo, permitiendo, con su decidido y valiente actitud, que salieran en su apoyo fuerzas de lo posición que alejaron al enemigo, pudiendo retirarse todos los heridos con sus armamentos.
El Rey se ha dignado conceder la Cruz Laureada de San Fernando al cabo de Infantería don Manuel Rapela Rodríguez.
Madrid, 18 de marzo de 1931. Diario Oficial nº 65 BERENGUER.

Miguel Rodríguez Bescansa,
Nació el 9 de abril de 1900 en Pamplona, hijo del coronel de infantería don José Rodríguez Casademunt y de doña María de lo Saleta Bescansa Sanz.
A los quince años ingresa como voluntario en el regimiento de Infantería Ceriñola nº 42, en Melilla, y como soldado asiste a la conquista de Hassi Berkán y operaciones de Zeluán. El 1de septiembre de 1915 ingresa como cadete en la Academia de Infantería, y a poco de ingresar recibe la cruz de plata del Mérito Militar por sus actuaciones anteriores en lo campaña. En 1919 ya es alférez de Infantería y vuelve nuevamente a Marruecos, esta vez como oficial del regimiento África nº 68. Hace su primer destacamento en San Juan de los Minas y desde allí sale a prestar diversos servicios de protección de convoyes y aguadas. Viene a España paro hacerse profesor de Educación Física, pero en 1920 ya está de nuevo en la campaña y en vanguardia, participando en la ocupación de Tafersit..
Pasa a formar parte de lo columna del teniente coronel Millán Astray y asiste a las operaciones en el sector de Dar Akobba y Kerikera….

(Continuará)

José Antonio CANO MARTÍN
Bibliografía consultada, al final del último capítulo

José Antonio Cano

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Moll de Alba: La muerte en un abrazo (VI)

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