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Mohamed Abdelkrim: cruel y sanguinario

Mohamed Abdelkrim

Rachid Raha, presidente de la llamada Asamblea Mundial Amazighe, publicó el pasado sábado 21 un artículo que distorsiona la figura histórica de Mohamed Abdelkrim (1882-1963), fundador hace un siglo de una efímera República del Rif y líder de las partidas tribales que infligieron a las tropas españolas el Desastre de Annual.
   Las distorsiones son fundamentalmente tres: un supuesto liderazgo revolucionario, anticipo de posteriores movimientos de “liberación”; un pretendido aprecio a los españoles de a pie y su protección a la ciudad de Melilla.
   El joven Abdelkrim, hijo del jefe de los Ait Uriagal (Beni Urriaguel en árabe) establecidos frente el Peñón de Alhucemas, fue un leal colaborador de las autoridades españolas, que le premiaron con diversos puestos y tres condecoraciones: caballero de la Orden de Isabel la Católica, la Medalla al Mérito Militar y la Medalla de África.
   Gracias a su formación hispano árabe -con dos años de estudios coránicos en Fez-, durante varios años fue secretario-intérprete de la Oficina de Asuntos Indígenas, juez de Farjana, primer juez de la comarca melillense y colaborador fijo de El Telegrama del Rif, que le publicaba una columna en árabe en primera página. Sus ingresos le permitían tener dos personas a su servicio -una de ellas una cocinera española-, vivía en la calle General Margallo y hasta tenía una novia malagueña. En 1910 solicitó, por dos veces, la nacionalidad española, que no le fue concedida en atención a que se trataba de un súbdito marroquí que desempeñaba cargos oficiales, lo que podría entenderse como una injerencia.
   Lo constante en sus artículos era el apoyo a la presencia española, como medio para impulsar la modernización y las condiciones de vida del norte de Marruecos. Era la política que preconizaba su padre, del mismo nombre, aunque había añadido el apodo de El Jatabi como símbolo de prestigio, en honor de uno de los compañeros de Mahoma, Aomar el Jatab.
   Como jefe de la cábila más poblada del Rif, Mohamed Abdelkrim el Jatabi recibía cuantiosas subvenciones del Gobierno español, hasta el punto de que la familia llegó a tener medio millón de pesetas en su cuenta del Banco de España de Melilla, equivalentes a un millón y medio de euros actuales. A partir del establecimiento del Protectorado en 1912 y durante varios años -por lo menos hasta 1918- El Jatabi instó a las autoridades españolas para que efectuaran un desembarco en la bahía de Alhucemas, como el medio más rápido y eficaz para la ocupación del territorio.
   La situación cambió de forma radical con el comienzo, en 1914, de la Primera Guerra Mundial. A finales de ese año el Imperio Otomano se alió con los Imperios Centrales, lo que le convirtió en enemigo de Francia. Estambul era desde hacía siglos sede del Califato, es decir, de la jefatura del Islam, lo que llevó al joven Abdelkrim a tomar partido por Alemania y sus aliados. Esta postura alarmó a las autoridades francesas. El Sultán otomano había proclamado una yihad -guerra santa- contra el dominio francés en el norte de África y aunque se trató sobre todo de una proclamación retórica, hubo algunos movimientos hostiles a Francia, que en Marruecos tuvieron como líder a Abdelmalek, financiado por Alemania. Abdelkrim estableció contacto con un agente alemán -Francisco Farle, residente en Melilla- y según un autor recibió 70.000 duros -350.000 pesetas-, a cuenta de unas supuestas explotaciones mineras en el Rif, que en realidad no existían.
   Una serie de tensiones crecientes, y en cierta medida gratuitas, entre las autoridades españolas y Mohamed Abdelkirm, llevaron a su encarcelamiento en el fuerte melillense de Rostrogordo, en septiembre de 1915. En diciembre intentó fugarse con la cuerda que le había facilitado un pariente, pero era corta y cayó al foso desde una altura de ocho metros. Se rompió una pierna y quedó cojo de por vida. Después de diez meses fue puesto en libertad y de forma gradual fue repuesto en sus cargos, pero la victoria francesa en la guerra, en noviembre de 1918, le hizo temer por su seguridad y sobre todo por sus intereses. En diciembre se refugió en su cábila rifeña y en enero de 1919 instó a hacer lo mismo a su hermano menor, Mehamed, un magnífico estudiante que gracias a una beca oficial se alojaba en la Residencia de Estudiantes de Madrid y había superado, con éxito, la primera parte del ingreso en la Escuela de Minas.
   En 1920, y de acuerdo con Francia, España reemprendió la ocupación de su zona del Protectorado, que había quedado interrumpida en 1914. El progreso era lento y sin apenas enfrentamientos armados. Se establecía contacto con los jefes de las sucesivas cábilas, a quienes se ofrecía una generosa pensión y se garantizaba el respeto a la religión musulmana y sus costumbres. Ni siquiera eran requisadas las armas que solían tener para los crónicos enfrentamientos tribales. De esa forma, y al mando del general Fernández Silvestre, comandante general de Melilla, se llegó en la primavera de 1921 al límite oriental del Rif: el río Amekrán, a partir de cual empezaba territorio de la primera cábila rifeña: los Tensamán.
   La hostilidad con que fueron recibidas las tropas españolas puede entenderse como el rechazo a una ocupación militar extranjera, pero la motivación principal fue económica. Desde hacía algunos años diversas compañías -incluso españolas, como Minas del Rif y Setolázar- se habían interesado por los derechos de explotaciones mineras en territorio rifeño. Aunque nunca se habían efectuado prospecciones para determinar su importancia, existía el precedente de las minas de hierro y plomo situadas cerca de Melilla y sobre todo rumores acerca de su riqueza: aseguraban que había oro y hasta petróleo. A cuenta de dichas expectativas, diversos jefes rifeños y muy especialmente la familia Abdelkrim, habían recibido cantidades a cuenta de futuros derechos de explotación. Los capitales interesados eran fundamentalmente ingleses y alemanes.
   Esa compra de derechos, sin embargo, carecía de respaldo jurídico. No sólo estaban al margen de la autoridad española, sino sobre todo de la marroquí. Cualquier concesión de esa naturaleza debía ser aprobada por el Jalifa de Tetuán, representante en la zona española del Sultán de Marruecos.
   La compra de armas excedentes de la guerra mundial, la incorporación como asesores de antiguos combatientes europeos, el apoyo político de empresarios mineros y el ascendente del ilustrado Abdelkrim y su poderosa cábila rifeña, fueron los factores que causaron a las fuerzas españolas sus primeras derrotas -Abarrán, Igueriben- y luego extendieron la rebelión a casi todas las cábilas, cuyo objetivo principal eran las racias.
   En consecuencia, el supuesto movimiento de “liberación” fue un camelo. Mohamed Abdelkrim nunca liberó nada. Proclamó una fantasmagórica República del Rif que era hostil tanto a España y Francia como al Reino de Marruecos, con el objetivo principal de proteger sus intereses económicos. La estrategia, como pronto se demostró, era disparatada. La República rifeña, que nunca pasó de chiringuito, no tenía capacidad alguna de imponerse a semejantes enemigos.
   Por lo que se refiere a su aprecio a los españoles corrientes, Rachid Raha cita unas conocidas declaraciones de Abdelkrim al periodista español Luis de Oteyza, en 1922. Como los hechos son más poderosos que las palabras, deben considerarse mera propaganda. El dirigente rifeño no emprendió acción alguna contra los cabileños que habían asesinado a miles de españoles que se habían rendido, en Monte Arruit, Zeluán y Quebdani. En el año y medio posterior al Desastre, cientos de prisioneros españoles recibieron un trato extremadamente cruel. Abdelkrim no podía ignorarlo, porque fueron instalados en las inmediaciones de su cuartel general, en Axdir.
  Los prisioneros padecieron hambre crónica, hasta llegar en muchos casos a la inanición, y los rifeños robaron casi todos los suministros que les enviaban sus familias y el Gobierno español, desde comida hasta ropa y medicamentos. Ni siquiera les entregaron la mayor parte de las cartas. Hubo asesinatos y ejecuciones, como la del comandante Villar, decidida por Abdelkrim. Sólo después de 18 meses fueron liberados, gracias a cuatro millones de pesetas que pagó el empresario vasco Horacio Echevarrieta. Habían sobrevivido 326 de un total inicial de 492, lo que supone un 33,8 por 100 de bajas. Aunque un pequeño número lograron fugarse, casi todos murieron a causa de los sufrimientos padecidos. El general Navarro fue obligado durante varias semanas a dormir encadenado.
   En cuanto a que Abdelkrim salvó Melilla, se trata de un disparate cómico. Durante más de dos semanas, después de la pérdida de Annual, miles de soldados españoles siguieron armados y resistiendo en el camino a Melilla. La columna principal, procedente de Drius, no llegó a Monte Arruit hasta el 29 de julio, donde rechazó a los cabileños hasta el 9 de agosto.
  Cinco días antes, el 24 de julio, llegaron por barco a Melilla dos banderas del Tercio, Regulares y diversas unidades peninsulares, que se desplegaron de inmediato en torno a la ciudad. La posibilidad de que los cabileños se impusieran al Tercio era nula, como bien se demostró en los meses siguientes.
   Ya en el exilio Mohamed Abdelkrim siguió empeñado en lo mismo. En 1958, dos años después de la independencia de Marruecos y cuando ya no había nada que “liberar”, volvió a intentar una sublevación del Rif. Su tercer hijo, Idrid Mohamed El Jatabi, se desplazó a España y buscó el apoyo del jefe del Alto Estado Mayor, teniente general Agustín Muñoz Grandes. El jefe de la rebelión rifeña contra la arrogancia del partido nacionalista marroquí, el Istiqlal, era Salam el Hach. El objetivo político era el mismo que 40 años antes: un movimiento separatista que pretendía desmembrar el Reino de Marruecos. El Gobierno español no colaboró y el intento fracasó.
   Con semejantes precedentes, la propuesta de levantar en Melilla un monumento a Abdelkrim es digna de ganar el concurso de iniciativas de cualquier manicomio. Debe considerarse un disparate en nombre de 9.000 españoles muertos hace ahora cien años, la mitad por lo menos asesinados.
   En algo sí que tiene razón Rachid Raha, al comparar a Mohamed Abdelkrim con el argentino Ernesto “Che” Guevara, uno de los mayores psicópatas del siglo XX, que tras colaborar en la imposición a Cuba de una dictadura que ha llevado al pueblo cubano a 60 años de miseria y opresión, emprendió el proyecto demencial de promover guerras civiles en África y Sudamérica. Su pretendida “revolución libertadora” tampoco fue ni lo uno ni lo otro. 

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Miguel Platón

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