Por Hadriel Mehamed González
El pasado sábado, más de 13.500 médicos se enfrentaron al MIR 2025, un examen que en teoría debería evaluar conocimientos y preparación para acceder a la especialidad. En la práctica, ha sido una prueba que ha dejado a miles de opositores con la misma sensación de frustración y arbitrariedad que experimentan los médicos en la sanidad pública: no importa cuánto te prepares, al final lo que cuenta es la suerte.
Si el MIR 2025 fuera una ciudad, sería Melilla. Ambos comparten la misma esencia: un sistema colapsado, una estructura que en teoría funciona, pero que en la práctica se tambalea por falta de recursos, de previsión y, sobre todo, de sentido común.
El MIR, como la sanidad en Melilla, es un escenario donde sus responsables no priman el esfuerzo ni la lógica, sino el azar de un barco a la deriva. Un examen que debería seleccionar a los mejores médicos ha terminado pareciendo más una tómbola que una evaluación seria. Como en Melilla, con el nuevo hospital, que prometía ser la joya de la corona, ha resultado ser un desastre antes siquiera de abrir.
Porque sí, además de la falta crónica de médicos en la ciudad, ahora nos encontramos con un hospital universitario a estrenar plagado de deficiencias, donde los técnicos de la CAM han detectado 83 deficiencias en las obras ejecutadas. Errores que, lejos de ser detalles menores, son un reflejo de cómo se gestiona la sanidad en Melilla: con prisas, sin planificación y con la sensación de que el más mínimo control de calidad es demasiado pedir. Y no hablemos de personal, porque construir un hospital sin garantizar la llegada de profesionales es como tener un Ferrari sin gasolina: inútil.
Mientras la sanidad española se deteriora a pasos agigantados, en Melilla y Ceuta el problema es aún más grave. Son las únicas autonomías donde la sanidad sigue dependiendo directamente del Ministerio, lo que significa que las decisiones sobre los hospitales y centros de salud las toma alguien sentado en un despacho a cientos de kilómetros de distancia, sin conocer la realidad del territorio. El resultado es desastroso: Melilla tiene 2,6 médicos por cada 1.000 habitantes, frente a la media española de 3,6. Y ahora, el Gobierno central amenaza con reventar el sistema MUFACE, del que dependen miles de familias en Melilla, lo que agravaría aún más la crisis sanitaria en la ciudad.
Ante tanto desamparo, y sin ser su competencia, el Gobierno de Melilla ha intentado poner remedio al problema, incentivando la llegada de médicos por su cuenta. Lo mismo que ocurre en otras áreas, como el IMSERSO, donde la Ciudad Autónoma ha asumido gran parte de la ayuda a domicilio porque el Gobierno central se desentiende.
En resumen, en Melilla se han normalizado situaciones absurdas donde la administración local tiene que tapar los agujeros que deja el estado.
Y mientras la sanidad pública se desmorona, los futuros especialistas, donde algunos de ellos vendrán a Melilla en un futuro, tienen claro que para el Ministerio de Sanidad el esfuerzo y la preparación valen menos que la suerte.
Pero mientras los opositores han tenido que enfrentarse a este sinsentido, en el Ministerio de Sanidad nadie parece estar preocupado. Juegan el futuro de la sanidad española desde sus despachos, y en los hospitales y centros de salud los médicos sobreviven con contratos basura, guardias interminables y una carga de trabajo insostenible. Además, esta es una España cada vez más envejecida que pide a gritos médicos especialistas para atender a su población y donde el ministerio de Mónica García sigue ofertando un número de plazas ridículamente bajo para el número de opositores que se presentan, tal y como ocurre este año, donde miles de médicos acaban sin especialidad, teniendo que abandonar el país, y millones de españoles sin especialistas.
Cada enero, el Ministerio y Mónica García parecen empeñados en empujar a los futuros médicos a la sanidad privada, hastiados de un sistema público que no les valora y que les somete a exámenes como este. Si la especialización se convierte en una trampa en lugar de una necesidad, no podemos sorprendernos cuando los médicos deciden irse.
Es hora de dejar de normalizar el abandono y la improvisación. Exijamos una sanidad pública que valore el esfuerzo, que priorice a los profesionales y que no deje a ciudades como Melilla en el olvido. Porque no se trata solo de suerte, se trata de vidas.
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