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Miguel de todos

Miguel Fernández fue el niño en la arena que regresa a la memoria de un pueblo en paz. “Veo a este Miguel que llama cada mañana desde el fondo del tiempo”. Es difícil, a veces, saber compartir, pero cuando se trata de un intelectual, eso se lleva en la obra. Escribió para otros y a estos solo les pedía un vaso de sed. La familia de Miguel Fernández y la Ciudad Autónoma han firmado un convenio por el cual la Consejería de Cultura y Festejos se encargará de recuperar y digitalizar toda su obra para difundirla a través de una página web.

El gesto de los Fernández Bartolomé al privarse de un legado tan personal e íntimo no suele ser habitual en tantos casos y merecen un público reconocimiento. La decisión final solo se acepta cuando el objetivo es que sea patrimonio de todos, que sirva para el estudio de la obra poética más importante de un autor melillense. El cual a lo largo de su obra describía la Ciudad como castellana entraña, encrucijada, nostalgia sureña anclada en su costumbre. Guillermo Díaz- Plaja decía que “la personalidad literaria de Miguel Fernández es singular aunque en su obra no trasciende color local ni pintoresquismo de frontera”, que sí en cambio hemos podido observar en lienzos de autores de aquí. Y esto llama la atención cuando Fernández no se movió apenas de esta tierra pero si hizo un amplio itinerario lírico. Nadie como Miguel describió a una madre “tu estas en mi egoísmo como un lazo sagrado” o pocos expresan el hambre de un Dios posible a medida que el ser humano crece y se limita con el mar del perdón. No recuerda que tiempo fue aquel, de libertad que era la paz. Y esta se hace plana como una memoria en las tumbas de los judíos. Cuando Eros se destapa, Anteros pasa. Entonces absuelve la mano que se escapa y a un mismo tiempo pasamos del amor en soledad al compartido. De unas manos que se acercan o rechazan a un taller, espalda, frente o rostro. Y ahí nos limitamos hasta donde llega la mirada y luego, guarda siempre la silueta que del recuerdo viste. Soñé otra fiesta, pensé en el compromiso que perdura. Quien duda, también muere. Amistad en tardes de silencios que nos dicen de ese adiós que nace de la ignorancia. Miguel Fernández hace su reencarnación de la palabra… la poesía es lo que no se descubre, surge de la meditación, de la primera idea tosca a la palabra cálida. O se introduce en el jardín donde “solo vive lo que aroma” y ahí acacias, artemisa, camelia, caña, cilantro, centaura, enebro, helecho, incienso, laurel, lirio… vida como los signos, los alimentos o las nubes. “Rosa de aquel niño en la orilla que soñando en amor, cantó en Melilla”.

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Miguel de todos

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