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Melilla española

Celebramos este fin de semana el 525 Aniversario de la incorporación de Melilla a la nación española como parte inseparable de la misma. El 17 de septiembre de 1497, como rezan las crónicas, Pedro de Estopiñán, con un número indeterminado de hombres, aunque la tradición habla de, al menos, 40 hombres de mar, precursores de nuestra Compañía de Mar, considerada, por esta razón, la Unidad más antigua del Ejército, alcanzaba el promontorio de Melilla. Ocupaba la ciudad fortaleza para la casa de Medina Sidonia, que, a su vez, la ponía bajo la soberanía de los Reyes Católicos, cinco años después de la toma de Granada, que puso fin a la guerra de la Reconquista, dando comienzo a la historia común de una de las naciones estado más antiguas del mundo, España. Algunos retrotraen el nacimiento de esa unión política, que sería el germen de la España que hoy conocemos, al matrimonio entre los reyes de Castilla y Aragón, Isabel y Fernando, 23 años antes, el 19 de octubre de 1469. En cualquier caso, Melilla se incorpora en esa fecha al proyecto compartido que conocemos y el mundo conoce como España.

En mi opinión, no hay expresión más acertada ni bella de nuestra Patria que la reflejada en las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas de 1978, cuando definían a nuestra Patria como el “quehacer común de los españoles de ayer, hoy y mañana, que se afirma en la voluntad manifiesta de todos”. Y es que, por encima de particularismos, que el diccionario de nuestra Real Academia define como la “preferencia excesiva que se da al interés particular sobre el general”, componemos todos un proyecto compartido, reconocido por toda la humanidad como España, que, si bien, se considera unido como realidad política desde los Reyes Católicos, no es menos cierto que como “proyecto” compartido se remonta a muchos siglos atrás, cuando ya los romanos identificaron esta tierra, la nuestra, ocupada por celtas e íberos, como Hispania, unos tres siglos antes de Cristo.

Resulta difícil de comprender, a mí por lo menos me lo resulta, cómo, algunos ciudadanos de Melilla, algunos de ellos con importantes responsabilidades políticas experimentan dificultades para considerar este día, el del 17 de septiembre, como un día importante para nuestra historia, concretamente el que da comienzo a nuestra realidad como ciudad española. Se argumenta, para ello, que es preferible celebrar el día en el que se aprobó nuestro Estatuto de Autonomía, el 13 de marzo de 1995, como fecha representativa del hito de nuestra ciudad que a todos nos une, porque, al parecer, el de pertenecer a España no nos une a todos. El Estatuto de Autonomía del que disponemos es una consecuencia de nuestra pertenencia a la nación española, sin la cual, no dispondríamos de este Estatuto. El Estatuto constituye un hito, no un fin, en nuestro proceso inacabable de proyecto compartido. De hecho, los mismos que preconizan la elección del día 13 de marzo, como Día de Melilla, proponen la revisión de este Estatuto por considerarlo, en determinados aspectos, mejorable de cara a su adaptación a la realidad evolutiva de Melilla.

Por otra parte, nuestro Estatuto enfatiza, tanto en su preámbulo, como en el artículo primero, el marco de referencia de nuestra ciudad que no es otro que “la más amplia solidaridad entre todos los pueblos de España” “como parte integrante de la Nación española y dentro de su indisoluble unidad”. Pocas dudas quedan entonces, sobre el origen de nuestra celebración principal, la pertenencia a la nación española, que se conmemora el día de nuestra incorporación a la misma, el 17 de septiembre.

Absolutamente lamentables resultaron las absurdas manifestaciones de María Antonia Trujillo en relación con la integridad territorial marroquí, que despertaron la lógica indignación en la ciudadanía española, tanto de Melilla como de Ceuta, cuyos representantes públicos acabaron promoviendo mociones en ambas ciudades declarando a esta persona como “non grata” en las mismas.

Si los cambios de una generación a la siguiente se miden en saltos de 15 o 20 años, podemos estar hablando de que, en estos 525 años, se han sucedido en Melilla unas 25 o 30 generaciones consecutivas de españoles, que han dejado en estas tierras sus legados, sus sueños, sus sacrificios, sus expectativas y que se han ganado su derecho al respeto y a la consideración de todo ello como una realidad consolidada. Y lo que es más importante aún, mantienen, a día de hoy, sus expectativas y su esperanza de vivir en una Melilla próspera y con capacidad de sostenimiento para garantizar el bienestar suyo y el de sus familias.

El hecho de constituir tal realidad consolidada no eximió nunca a Melilla de verse sujeta a dificultades, retos y desafíos cotidianos, que también forman parte de su devenir histórico. Desde su llegada en 1497, raro es el período histórico en el que los españoles de Melilla no se han visto envueltos en tensiones o conflictos. Inicialmente por parte de los vecinos del entorno de la ciudad, que, en ocasiones, llevaban a cabo actuaciones hostiles sobre los residentes en la ciudad que hacían salidas de la misma para aprovisionarse de víveres o de agua o en otras llevaban a cabo actuaciones sobre la propia ciudad en forma de sitio o ataque. Esta realidad se mantuvo de manera intermitente, pero sostenida en el tiempo, prácticamente hasta el final de la denominada Guerra de África o de Marruecos, que vio su fin en 1927, dos años después del denominado Desembarco de Alhucemas.

Desde entonces hasta nuestros días, casi un siglo sin conflictos bélicos o litigios de armas con nuestros vecinos. Quizás el período más largo sin ellos de la historia de Melilla. Ello no es óbice para que se mantengan determinados desencuentros de carácter fronterizo que han de resolverse en el ámbito ordinario de las relaciones internacionales.

Ahora, lo que toca es celebrar con entusiasmo y alegría el 525 Aniversario de la incorporación de nuestra ciudad a España y con ello la configuración de la Melilla que conocemos, la Melilla española.

Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu

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