¿Es el actual Gobierno de Melilla una distopía, una antiutopía, cuyo resultado es una sociedad ficticia indeseable en sí misma, como las sociedades distópicas de los libros de Huxley, “Un mundo feliz”, de Orwell, “Rebelión en la granja” y “1984”, o de Saramago, “Ensayo sobre la ceguera”?
Todas las sociedades distópicas, ficticias o literarias, como la de la última novela de la estadounidense Joyce Carol Oates, “Riesgos de los viajes en el tiempo”, tienen como fondo y protagonismo estados totalitarios distópicos, en los que la libertad individual ha de ser necesariamente sacrificada por un bien superior: conseguir una sociedad perfecta, dominada por una burocracia omnipresente y omnipotente. En todas esas sociedades distópicas terminan fatalmente mal los individuos. ¿Es el actual Gobierno de Melilla una distopía, una antiutopía, cuyo resultado es una sociedad ficticia indeseable en sí misma, como las sociedades distópicas de los libros de Huxley, “Un mundo feliz”, de Orwell, “Rebelión en la granja” y “1984”, o de Saramago, “Ensayo sobre la ceguera”?
Todas las sociedades distópicas, ficticias o literarias, como la de la última novela de la estadounidense Joyce Carol Oates, “Riesgos de los viajes en el tiempo”, tienen como fondo y protagonismo estados totalitarios distópicos, en los que la libertad individual ha de ser necesariamente sacrificada por un bien superior: conseguir una sociedad perfecta, dominada por una burocracia omnipresente y omnipotente. En todas esas sociedades distópicas terminan fatalmente mal los individuos.

La sociedad melillense tiene muchos rasgos distópicos, indeseables en sí mismos. En buena parte derivados de la dependencia de lo público, de una burocracia asfixiante, de una cultura basada en la subvención y el desprecio a lo privado. Lo que ha ocurrido desde el 26 de mayo, fecha de las elecciones locales, no ha hecho sino acentuar los defectos heredados, hasta llevarlos a lo indescriptible. Lo que nace mal, se desarrolla peor. Lo que nació de una confrontación étnico religiosa, con culpas repartidas, nos ha llevado a una situación política insostenible, solo sostenida por los muchos políticos directamente beneficiados por tal situación distópica, como acaba de demostrar el cantinflesco Mustafa Hamed Moh, Mustafa Aberchán en Marruecos, confirmando, poco antes de volver a salir para La Meca, que, a pesar de lo que dijo y como era de esperar en él, su partido no sale -por el momento- del Gobierno, aunque no haya borregos marroquíes.

Aomar Duddú, que sigue en Melilla y al que no le gusta nada Aberchán, firmó hace años una carta que publicó MELILLA HOY el 12 de mayo de 2007, además de otros periódicos nacionales, con el título de “Melillenses musulmanes: romped las cadenas”, artículo que reprodujimos el pasado viernes. El fondo de su artículo es que no se debe mezclar religión y política, mezclar “mezquita y votos… con la maligna y diabólica intención de crear bloques distintos, separados y confrontados”. “Hay que eliminar el doble lenguaje de un discurso para el público cristiano y el discurso opuesto para la comunidad musulmana… Es urgente terminar, por el bien de Melilla y de todos los melillenses, con la manipulación, confiscación y control de la comunidad musulmana por parte de un clan, grupo o ‘partido’ que la utiliza con fines espurios, que se han otorgado ellos mismos el derecho de propiedad del voto de los musulmanes melillenses”, añadía Duddú en su carta, que terminaba: “Todos los ciudadanos deben tener garantizado por los poderes públicos el derecho inalienable a la libertad de elección, sin amenaza ni coacción alguna y sin la utilización de métodos mafiosos y gansteriles”.

Efectivamente, lo que escribía Duddú hace 12 años sigue vigente hoy, y hoy es aún más urgente afrontarlo e intentar resolverlo. No volviendo al pasado ni manteniendo el presente, sino construyendo un futuro diferente, con diferentes protagonistas y con visión a largo plazo. Un Gobierno presidido por Eduardo de Castro -no le quieren ni en su partido, casi inexistente en Melilla- y con el gafe Liarte como fondo, es una distopía en sí mismo, como los hechos diarios demuestran. Un presidente de un partido y diputado local, condenado y presumiblemente poseedor de una segunda nacionalidad incompatible con la española, no puede seguir liderando al segundo partido local más votado.
“Carthago delenda est”. Cartago debe ser destruida, decía siempre Catón al terminar sus discursos en el Senado romano. Y Cartago terminó, a pesar de la lucha de Aníbal, destruida, cubierta de sal y borrada del mapa por los romanos. Melilla corre ahora el peligro de ser destruida, más bien auto destruida, por algunos de los líderes políticos elegidos por los propios melillenses.

Posdata
La falta de eficacia y de programa de este Gobierno tripartito solo es comparable a la pobreza expresiva que incansablemente demuestran. La últimas, por citar solo unas pocas, las del perdido presidente Castro. Para explicar que en el caso de los borregos no se haya hecho nada dice: “No es una cosa de hoy para mañana, sino con vista de futuro”. Sobre el tema del presidente de la Autoridad Portuaria local, respondió que es Coalición por Melilla la que “se encarga” de ese organismo, de la misma forma que él nombró a Liarte porque, por lo visto, él, Castro, “se encarga” de Economía y Hacienda. Un tripartito muy ilustrado y bien avenido, dicho sea, con toda ironía.

Enrique Bohórquez López-Dóriga

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Melilla distópica

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