Carta del Editor.
MH, 16/11/2023
Enrique Bohórquez López-Dóriga
Lunes, 13 de noviembre. Las 6,15 horas de la mañana y, como es habitual, me despierta el -prohibido- tronar de los altavoces de las mezquitas cercanas. Me pongo, de nuevo, a escribir.
Ayer, domingo, estuve en la manifestación melillense contra la amnistía, la desigualdad de los españoles, la venta de trozos de España. Acudimos muchos melillenses, aunque menos de lo deseable, carencia especialmente destacable entre alguno de los colectivos étnicos locales.
La manifestación del domingo era un grito angustioso y multitudinario contra los intentos de un gobernante falaz de destruir nuestra patria, con el único objetivo de seguir cobrando y presidiendo nuestro Gobierno, a cambio de abandonar la democracia e instalarnos -como hizo Fernando VII- en la dictadura. La de Sánchez, en este caso
La manifestación del domingo, aunque a veces pudiera parecerlo y el “que viva España” del gran Manolo Escobar fuera coreado con fervor, no fue, no era, una fiesta de un partido político, ni de nadie. Era, debería haber sido, un grito angustioso y multitudinario contra los intentos de un gobernante falaz de destruir nuestra patria, lo que somos y lo que fuimos, aquello de lo que vinimos, con el único objetivo de seguir cobrando y presidiendo nuestro Gobierno, a cambio de abandonar la democracia e instalarnos -como hizo Fernando VII- en la dictadura. La de Sánchez, en este caso.
Tengo un libro de Jiménez Losantos -un titán admirable para algunos, un malvado absoluto para otros- que leí aprisa y no completamente hace años y que ahora estoy releyendo, poco a poco, antes de dormir. Se llama “Los nuestros” y es una breve reseña de 100 españoles, empezando por Argantonio (“El mito real”, del año 670 al 550 a.C.) hasta Miguel Ángel Blanco (“El llanto de una nación”, asesinado por ETA el 14 de julio de 1997).El número 53 de esa lista de 100 españoles es Fernando VII, al que Jiménez Losantos define como “El peor de lo peor”. En uno de los párrafos dice el autor del libro: “Quizás haya gobernantes capaces de hacer más daño a España que Fernando VII, pero, hasta ahora, no lo ha logrado nadie”. Pues me parece que ya hay uno a punto de lograrlo: Pedro Sánchez.
No es que quiera que Pedro Sánchez sea, como César, asesinado. Solo quiero que deje de ser presidente de nuestra patria
El domingo pasado, en 52 ciudades españolas, Melilla incluida, más de un millón de españoles indignados protestaron contra la amnistía -ilegal, inmoral e inoportuna- y en defensa de la igualdad (no queremos ser un español de segunda). Fue “la mayor oposición política y cívica jamás movilizada” (El Mundo del lunes). Cuando escribo esto -el miércoles, 15 de noviembre, en Madrid- está a punto de empezar el Pleno del Congreso para la investidura de Pedro Sánchez y el pesimismo y la preocupación, el ambiente de desastre, son las notas predominantes en la capital de España. Ya iremos viendo cómo empieza y cómo termina esta tragedia.
Siempre queda la esperanza, como decía en mi Carta del domingo pasado. Quizás esto es “el fin del principio, no el principio del fin. Este país tiene la suficiente fortaleza para resistir este embate y para derrotar a quienes quieren destruirlo” (Cuartango dixit). Y lo explica: “Hemos sufrido una historia desdichada y seguimos siendo un país cainita y fracturado. Pero, pese a ello, hemos edificado una democracia, tenemos libertad y un buen nivel de vida sin desdeño de las muchas cosas en las que debemos mejorar. No hay que caer en el pesimismo ni dejarse llevar por el desánimo. Estamos en el fin del principio, pero no en el principio del fin”.
Por cierto, y a propósito de las cesiones de Pedro Sánchez a independentistas, el historiador Santiago Posteguillo nos recuerda que Julio César amnistió a sus opositores y ellos le asesinaron. No es que quiera que Pedro Sánchez sea, como César, asesinado. Solo quiero que deje de ser presidente de nuestra patria. Y recuerdo, también por cierto y de pasada, que las Cortes no tienen capacidad jurisdiccional. También me viene a la memoria lo que escribió Mario Vargas Llosa (un liberal que antes fue comunista) sobre “la llamada de la tribu”: que el izquierdismo es la enfermedad infantil del comunismo. El espíritu tribal (Popper) es la fuente del nacionalismo y ha sido el causante, junto con el extremismo religioso, de las mayores matanzas en la historia de la humanidad.
Lo del nuevo personal eventual que el ya no tan nuevo Gobierno local está incorporando a la administración pública melillense cuesta entenderlo pero, la verdad, no tiene buena pinta la cosa
Posdata
Leí ayer en nuestro periódico lo que escribió José (Pepe) Megías sobre “el Gobierno (local) de la caverna o de la taberna”. Un análisis -fruto de la, para mí, pesadísima tarea de leer los Boletines Oficiales de nuestra Ciudad- del nuevo personal eventual que el nuevo (ya no tan nuevo) Gobierno local está incorporando a la administración pública melillense. Cuesta entenderlo pero, la verdad, no tiene buena pinta la cosa.
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Manifestaciones en 52 ciudades españolas
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