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Los represaliados por el socialismo y sus aliados

La guerra civil española termino el 1 de abril de 1939, hace algo más de 85 años, casi un siglo. La dictadura de Franco terminó en diciembre de 1975, hace más de 48 años, medio siglo.

La vigente constitución española, en cuya redacción y aprobación participaron todas las fuerzas del espectro político español, se aprobó el 31 de octubre de 1978, hace también casi medio siglo. Ese hito histórico, por lo que significaba de renuncia, suponía un borrón y cuenta nueva, un nuevo inicio para la España democrática, el acabar de una vez con las dos Españas y mirar hacia adelante como una nación unida. Se trataba de dejar la historia para los historiadores.

Pero los socialistas, fundamentalmente ellos aunque también sus socios, siguen olvidando, voluntariamente, lo que significó y debiera seguir significando la constitución de 1978, reabriendo una y otra vez unas heridas, de unos y otros, de las izquierdas y las derechas, que se debieran haber dejado cerrar de una vez por todas y hace tiempo, en beneficio de todos los españoles.

Antes de la presidencia de Zapatero, con su innecesaria y perversa ley de la (supuesta) memoria histórica de 2007, la inmensa mayoría del pueblo español había dejado atrás tanto la guerra civil como la dictadura, y se estaba enfocando en mejorar cada día su nivel de vida y el futuro de sus hijos. Zapatero, el socialismo, con una aguda visión política y, a mi juicio, un absoluto deprecio traicionero y desleal a los intereses de España y de los españoles, pensó que una buena manera de dañar las perspectivas electorales de la derecha política española era reescribir la historia, modificar la base política sobre la que se edificó la transición en España. Se trataba de establecer un nuevo relato, forzando la historia hasta romperla, que definiera con claridad quiénes fueron los “buenos” y quiénes los “malos” en ese período histórico. Los buenos, según ese relato ficticio, eran por supuesto los socialistas y los malos la derecha, a la que en los medios de comunicación se le ponían apellidos como derechona, fascista o cualquier otro que a los hábiles propagandistas socialistas se les ocurriera. Se trataba de recrear las felizmente olvidadas dos Españas.

No es justo olvidar que Zapatero era, y sigue siendo, un defensor de regímenes dictatoriales, eso sí de izquierdas, como los de Cuba y Venezuela, lo que en principio debiera descartarle como representante de un régimen democrático. Cabría preguntarse si esa tendencia es tan solo por afinidad ideológica o si también influyen en su ‘pensamiento político’ las jugosas recompensas monetarias que le han supuesto y, posiblemente, le supondrán en el futuro. Poderoso caballero es don dinero.

Viendo la gran rentabilidad política que la ley de la (supuesta) memoria histórica le había supuesto a las izquierdas, y enfrentando un período de dificultades electorales, Sánchez se apresuró a publicar, en 2022, una ley de la (supuesta) memoria democrática, corrigiendo y aumentando lo escrito en su predecesora. Los beneficios no han tardado en manifestarse. Los abducidos seguidores de Sánchez siguen comiendo de su mano el ‘veneno histórico’ que les suministra. Y sus interesados aliados se unen felices al lavado de cerebro que Sánchez administra a sus seguidores.

Haciendo un poco de memoria histórica, forzosamente muy breve pero reflejando la realidad encontrada tras bucear en diversas fuentes reputadas, españolas y extranjeras, de una y otra tendencia, podríamos decir que todo empezó con las elecciones del 16 de febrero de 1936, en que las izquierdas obtuvieron la victoria. Se habían agrupado en el llamado Frente Popular, que incluía a socialistas, anarquistas, anarcosindicalistas y comunistas. Algo parecido al actual ‘frente popular’ que apoya a Sánchez. Los socialistas son los de siempre, así como los comunistas. Los anarquistas – doctrina que propugna la supresión del Estado y del poder gubernativo en defensa de la libertad absoluta del individuo- podríamos asimilarlos a los separatistas, puesto que también buscan la desaparición del estado español. Los anarcosindicalistas -movimiento que busca eliminar el sistema capitalista a través de la acción directa de la clase trabajadora- podríamos asimilarlo a los terroristas, puesto que buscan cambiar el sistema establecido mediante la violenta acción directa.

Como escribía antes, en febrero de 1936 empieza a gobernar una alianza con un único interés común, estar en el poder. Los intereses diversos de cada uno de los integrantes del Frente Popular hace que se pierda la gobernabilidad y se entre en una espiral de violencia y muerte, dirigida especialmente hacia la iglesia, como representación del pensamiento conservador, contra los burguese, los que tenían una posición social que llamaríamos ahora de clase media y, por supuesto, contra los ricos. Sin olvidar como blanco de la violencia a los oponentes políticos de derechas.

El detonante final para la guerra civil ocurre en la madrugada del lunes 13 de julio de 1936, cuando un grupo de guardias de asalto y miembros de las milicias socialistas, encabezado por un capitán de la Guardia Civil de paisano, se presentaron en el domicilio del líder monárquico José Calvo Sotelo con el pretexto de conducirlo a la Dirección General de Seguridad. En el trayecto, el socialista Luis Cuenca Estevas le disparó dos tiros en la nuca, llevando a continuación su cuerpo al depósito de cadáveres del cementerio de La Almudena. Los autores del magnicidio eran miembros de las fuerzas de seguridad que llevaban como auxiliares a militantes socialistas -uno de ellos escolta de Indalecio Prieto, destacado líder socialista- y como jefe al capitán de la Guardia Civil Condés, también ligado al PSOE.

Algunas fuentes afirman, y otras desmienten, que tras una intervención de Calvo Sotelo en el parlamento la diputada Dolores Ibárruri, conocida como ‘La Pasionaria’, dijo: “esta es la última vez que va Ud. a hablar”.

El fenómeno de la represión, tras las líneas de la zona controlada por las fuerzas de la Segunda República, se indaga en muchos textos históricos. Entre ellos, el libro ‘Retaguardia roja. Violencia y revolución en la guerra civil española’ de Fernando del Rey, catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos de la Universidad Complutense de Madrid. O en el capítulo 16 del libro del norteamericano Gabriel Jakcson, llamado ‘Revolución y terror en la zona del Frente Popular’, en el que escribe: “Madrid se convirtió en territorio ocupado por un laberinto de milicias que, al amparo de la noche, sacaban de sus casas a aquellos que arbitrariamente eran denunciados por colaborar con los sublevados; en ocasiones, la prueba consistía en haber escuchado radio Sevilla o haber encendido las luces del coche, supuestamente para orientar a los aviones de los sublevados”.  Entre 2000 y 5000 personas -no frente populistas- fueron fusilados en los municipios de Paracuellos y Torrejón de Ardoz, sin juicio previo.

Según diversos autores -Hugues, Crozier, Salas, Payne- el número de asesinatos que cometieron los miembros de los partidos frente populistas -entre ellos los socialistas- está entre los cincuenta mil y los setenta y cinco mil. Esto es memoria histórica.

¿Cuándo haremos una manifestación de duelo por ellos? O, mejor todavía ¿Cuándo las izquierdas dejarán atrás a las dos Españas y se enfocarán en mirar hacia el futuro común de los españoles? ¿Existe la esperanza?

Gonzalo Fernández

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Los represaliados por el socialismo y sus aliados

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