Categorías: Opinión

Los partidos democráticos, populares, socialistas, unidos y demás zarandajas

Por: Gonzalo Fernández

Hay una manera inequívoca de saber cuál es la real situación política de un país, leer su nombre oficial. Para demostrarlo, vamos a recurrir al uso de unos pocos ejemplos, siempre teniendo en cuenta que la guerra por la propaganda, siempre, la han ganado las extremas izquierdas tradicionales. Las denominadas derechas, con contadas excepciones, han vivido asustadas el ataque dialéctico de las izquierdas ¡Durante cuantos años las izquierdas nos estuvieron engañando con el paraíso soviético, para luego descubrir que era un gigante sin cabeza y con pies de barro, en el que se habían cometido matanzas de millones de sus ciudadanos! ¡O del paraíso cubano, tan excelso que la mitad de su pueblo vive huido en el odiado Estados Unidos, en particular en Miami!
Bueno, vayamos a los ejemplos. Entre los países ya desaparecidos, empezamos con la entonces llamada República Democrática Alemana, como contraposición a la República Federal Alemana, la que a pesar de ser “la opresora” según los criterios de la extrema izquierda tradicional, resulta que su pueblo, democrática y gustosamente, aceptaba la carga de acoger a los escapados del paraíso comunista, a los pocos que lo podían conseguir sin ser asesinados. Está visto que a los alemanes “democráticos” del este les gustaba tanto la “no democracia del oeste”, que arriesgaban su vida para pasar el muro ¡Qué rara es la gente!
Y podemos seguir con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El año 1989 y siguientes demostró. sin ningún tipo de dudas, que muchos de sus habitantes no querían de ninguna manera estar “unidos” con Rusia, preferían unirse con los que éstos llamaban explotadores occidentales, y tampoco parece que les apeteciera seguir “disfrutando” de las ventajas de la economía socialista, o sea, producir poco o nada y repartir la miseria restante o endeudarse, que alguien lo pagará en el futuro, cuando el amado líder de turno ya no esté.
Y podemos seguir con un ejemplo actual y que lleva al paroxismo la desfiguración de las palabras, de los conceptos, para llamar a algo, en este caso a un país, exactamente lo contrario de lo que la terca realidad se empeña en ofrecer. Nos referimos a la República Popular Democrática de Corea, o sea, la del Norte.
No es una república, sino una dictadura, muy dura, y además hereditaria. Es la perpetuación en una familia del poder absoluto sobre las vidas y haciendas de su pueblo. Ni las más duras monarquías absolutas del pasado. tuvieron jamás un poder tan total.
No es popular, ya que el pueblo tan solo se limita a obedecer sin dudar las directrices que recibe de su amado líder ¡Y hay de aquel que no ame lo suficiente, o al menos lo aparente, a su líder! El pueblo de la República Popular es tan solo un conjunto de minúsculos engranajes, encargados de realizar lo que a su líder se le ocurra. Generalmente, nada que beneficie a la población, ya que sigue habiendo hambrunas periódicamente.
Sobra insistir en que no es democrática, en ninguna dictadura hereditaria se puede siquiera mencionar la palabra democracia sin sufrir graves consecuencias.
Pero vayamos al nivel nacional, a nuestros partidos que con frecuencia tan solo a ellos mismos representan. Empecemos por el lado correcto, claro está desde el punto de vista de los que allí están. El partido comunista, heredero de las matanzas de Paracuellos y de tantas otras “sacas” y “checas”, ahora convenientemente olvidadas por la repugnante ley llamada “de memoria histórica”, que no lee la historia de España escrita por historiadores de prestigio, con diferentes inclinaciones, sino que retuercen y deforman la historia, para adaptarla a su gusto, hasta hacerla irreconocible. No es historia, sino la fabulación que ellos hacen de la misma.
Se ha hecho popular la frase: “yo tengo otros hechos”, como si eso fuera siquiera imaginable. Vi el partido de futbol y el equipo verde marcó un gol, dice uno. Yo tengo otros hechos, el que lo marcó fue el equipo azul, dice el otro. Uno es estúpido, los dos lo son, o lo somos los que oímos semejante dislate sin reaccionar. Bueno, el partido comunista vio que era difícil vender ese nombre en el siglo XXI y astutamente lo fue cambiando hasta llegar al actual Podemos. Lo de Unidos o Unidas parece no funcionó. La pregunta por hacerse sería: ¿podemos qué? ¿hacernos ricos nosotros a costa del pueblo, como siempre lo han hecho los comunistas?
En cuanto al Partido Socialista Obrero Español ¿se han dado cuenta de que ya nunca mencionan lo de obrero ni por supuesto lo de español? Lo de obrero ya ha quedado tan sumido en el pasado que tener un partido que reivindica la lucha de clases, parece poco vendible. En todo caso, los obreros serían los que conforman la base del partido, ya que sus dirigentes jamás se han ganado el pan con el sudor de su frente, ni en sus manos hay pruebas de la dureza de su trabajo.
Lo de español también parece poco creíble, dadas las continuas cesiones realizadas a los independentistas, con tal de permanecer en el poder: “te vendo un trozo de España a cambio de dos años más en el sillón”. Para los que nos sentimos españoles, suena tan repugnante como realmente lo es.
En lo único que aciertan es en lo de socialista. La inflación descontrolada, las subidas de la luz, la disminución de la productividad, la permisividad con el fracaso escolar y tantos otros desastres económicos y políticos que estamos padeciendo, son prueba históricamente indiscutible de las políticas socialistas. Esto si que es memoria histórica.
Por fin, un ejemplo para Melilla, la Coalición por Melilla. El partido nació con la elogiable voluntad de crear una real coalición de ideas, de gentes, para cambiar el curso de la política melillense. Pero en su mismo nacimiento fracasó la idea y, por tanto, el nombre del partido. Ya no es una coalición, sino prácticamente un partido musulmán, que defiende las ideas y necesidades de una parte de la población, y en contraposición a la otra parte. Al tener, además, un muy fuerte componente religioso, su futuro no está en ser un partido por Melilla, sino tan solo por una parte de Melilla. A vueltas otra vez con la historia, esta nos dice que cuando la religión, cualquiera que sea, influye o predomina sobre la política, los resultados son siempre indeseables: intolerancia, falta de respeto a las leyes civiles, limitación de la ciencia, prescindir en parte o incluso en todo de la mitad de la población, las mujeres, y tantas otras consecuencias negativas.
“El hábito no hace al monje”, dice el refranero español. El nombre tampoco hace al país, o al partido.

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Redacción

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