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Los otros nombres de 1921: las lágrimas que nunca vimos

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Por Isabel Mª Migallón Aguilar

Recordar el pasado es, en ocasiones, un buen ejercicio para la memoria. Traer al presente momentos lejanos que vivimos nos puede ayudar algunas veces a solucionar problemas, aunque no siempre.

La historia de cada país, ciudad o población existe tal cual. Fue escrita por quienes nos antecedieron en el tiempo, con mayor o menor acierto. Y es algo inamovible, lo digo por aquellas personas a las que he escuchado decir: “debemos reescribir la historia”. Los hechos pasados, nos gusten más o nos gusten menos, NO SE PUEDEN CAMBIAR. Debemos intentar aprender de los errores cometidos para no volver a caer en ellos.

Este 2021 es un año emblemático para los que amamos la historia y especialmente la militar; para quienes nos sumergimos hace ya bastantes décadas en el apasionante mundo de la investigación histórica de las campañas militares en Marruecos. 

En Melilla hay grandes y buenos estudiosos de estos temas, y en concreto de lo ocurrido durante aquel verano de 1921. Personas que dedican muchas horas de su tiempo a bucear en archivos y bibliotecas. 

Tenemos mucho, mejor dicho, a muchas personas que recordar, pero nada que celebrar. Algo tan catastrófico como la muerte de miles de seres humanos no es para festejar. Pero si merecen que se les rinda homenaje a todos y cada uno de ellos.

Lo ocurrido en el verano de 1921 en la zona cercana a Melilla cubrió de luto a toda España. Lugares como Abarrán, Igueriben, Monte Arruit, Dar Drius, y un largo etcétera de nombres de aquellas posiciones guarnecidas por tropas españolas quedaron para siempre grabados a fuego en la memoria del Pueblo.

 Allí perdieron la vida miles de personas: soldados, suboficiales, oficiales y altos mandos. En estas tierras del Rif, bajo la crudeza del sol estival, sucumbieron por ser “Fieles a su Bandera”. 

Algunos de ellos fueron enterrados en los cementerios cercanos, en las vaguadas, en cualquier lugar donde sus compañeros tuvieron la oportunidad de cavar una fosa y dar sepultura a aquellos restos heroicos. 

Otros en cambio pudieron tener una sepultura digna y descansan a día de hoy en nuestro cementerio de la Purísima Concepción. Hace años algunas personas solicitaron que se le denominase “Cementerio de Héroes”. Es evidente que sobran las razones, hay miles de argumentos, tantos como heroicos defensores de la Patria yacen en él desde que fuese inaugurado el 1 de enero de 1892.

Varios son los panteones militares que encontramos en sus más de cincuenta mil metros cuadrados pero, sin duda alguna, el de Héroes es el que llama la atención de los visitantes tanto por su monumentalidad como por los restos que acoge. 

Fue consagrado el 8 de junio de 1915, sin imaginar que pocos años después se convertiría en la última morada de miles de soldados fallecidos en 1921. 

Al acercarnos la escultura de la Diosa Nike, que  corona la parte superior, nos impone por su grandiosidad. Ella es la encargada de velar el sueño eterno de quienes a sus pies descansan.

Pero si tenemos la oportunidad de traspasar el umbral de la puerta que da acceso al interior entonces la emoción se eleva al máximo. 

Esto es lo que yo siento cada vez que tengo la oportunidad de visitarlo. En mi se mezclan una serie de sentimientos: agradecimiento, tristeza, emoción. Leo sus nombres en las lápidas y mi corazón  se atenaza  pensando en sus familias. 

Padres, hermanos, esposas e hijos, quienes se vieron obligados a vivir con la ausencia del ser querido. Todo cambió para ellos, ya nada volvió a ser lo mismo. 

En esta conmemoración del primer centenario de los sucesos de 1921 quisiera tener un recuerdo especial para unas personas hasta ahora anónimas, en la mayoría de los casos. Para saber algo de ellas había que buscar en los Diarios Oficiales del Ministerio de la Guerra. Me refiero a las madres y esposas de los fallecidos.

El dolor de una madre: un corazón desgarrado

¿Cómo se puede asimilar la muerte de un hijo? Recibir un día una carta, o un telegrama en el que te dicen que tu ser más querido ha muerto “en acto de servicio”, en “acción de guerra”. 

Que además el óbito se produjese lejos, muy lejos de tu casa, de tu entorno y que difícilmente vas a poder rezar ante  su tumba. Tu corazón se rompe en mil pedazos y vistes de negro tu cuerpo y tu alma (en la mayoría de los casos, de por vida).

  Unos padres que durante el resto de sus vidas lloraron al hijo o a los hijos que la guerra les arrebató de forma tan cruenta. Lógico era pues el miedo que sentían cuando en estos años llegaba el momento de la “llamada a filas”. En el refranero popular  había un dicho que resumía este temor: “Hijo quinto sorteado, hijo muerto y no enterrado”

Muchas de estas madres llegaron incluso a perder la razón esperando en vano  hasta el último día de sus vidas la vuelta del hijo muerto en Marruecos, el regreso del joven que deseaba tener su propia familia. 

Sumidas en el dolor quedaron también aquellas jóvenes, en algunos casos “novias eternas” que fueron fieles hasta el final. Tal es el caso de Rosa Margarita el Gran Amor del teniente de Artillería Antonio Medina de Castro.

Nombres como los de Teresa López Corral (alférez Enrique Agudo López), Ángeles Caballero Somoza (teniente Agustín Casado Caballero), Rosa Roca Carbonell (teniente Antonio Cortina Roca), Dolores Rull Oliva (capitán José Espina Rull), Mercedes Murillo (suboficial Luis Furio Murillo), Elisa Rodríguez Torres (capitán Teófilo Rebollar Rodríguez).

Candelaria Irigoyen Torres (capellán 2º José Campoy Irigoyen), Pilar Viñés Ezpeleta (teniente Ricardo Fernández Viñés), Agustina Ramos Cabrera (cabo Antonio Gómez Ramos), Carmen Martínez Rodríguez (teniente Leopoldo Verde Martínez), 

Josefa Benítez González (teniente Wenceslao Perdomo Benítez), Vicenta Pons (capellán Antonio Vidal Pons)… sin olvidar a Eleuteria Silvestre Quesada, madre del entonces comandante general de Melilla, Manuel Fernández Silvestre, desaparecido el 22 de julio en Annual.

Si una pérdida era dolorosa, ¡qué decir cuando esta era doble! ¿Cómo debieron de sentirse las madres que a continuación se relacionan? Salvadora Martínez Sánchez, Agustín (capitán) y Quirico (teniente) Aguado Martínez; María Orduña Odriozola, Federico (capitán) y Miguel (teniente) de la Paz Orduña. Cuando ocurrieron los hechos María se encontraba en Melilla, estaba viuda y vivía en la ciudad junto con su hija Maruja (María Fuencisla) dama enfermera que estuvo trabajando en los hospitales de la Cruz Roja junto a la duquesa de la Victoria.

Amparo de Mera Martínez, tenientes José y Leopoldo Aguilar de Mera. Agustina Martínez Molina, Víctor (capitán) y Modesto (teniente) García Martínez. Enriqueta Gaspar Gómez, Félix (capitán) y Francisco (teniente) Arenas Gaspar.

Mencionar también los casos de aquellas madres que perdieron a más de un hijo pero en distintas campañas. Esta circunstancias fueron vividas por Natividad Cabañas Blas- Garo (capitán Rafael Montero Cabañas) y el 2º teniente Luis Montero Cabañas, fallecido en 1912.

Elena Lacomba Guidud (teniente Antonio Segura Lacomba) y el capitán Manuel Segura Lacomba, muerto en 1911.

María Esperanza Alonso Sanjurjo capitanes Ramón y Rafael Moreno de Guerra y Alonso, este último héroe de la Campaña de 1909.

De esposa a viuda. Los huérfanos de la Campaña.

Cuantas ilusiones rotas, cuantos proyectos de vida en común quedaron para siempre sepultados junto a sus maridos en tierras africanas. Primero asimilar la pérdida y después  verse en la tesitura de decir a sus hijos que su padre ya no volvería más. Que a partir de ese instante vivirían de los recuerdos, de los buenos momentos compartidos junto a ellos. Y como único sustento,  la pensión que les asignase el gobierno.

He aquí los nombres de algunas de estas viudas: Dolores Herrera Zayas (teniente Federico Sabau Rosado), Josefa García Salmerón (cabo Manuel González Iglesias), Filomena Vega Becerril (teniente Ernesto Perelló García), Josefa Salvador Arcángel (teniente Jaime Llorca Sáez de Buruaga), Mª de los Ángeles Bergés Canseco (capitán Federico de la Paz Orduña).

Mª Rita Trives Torregrosa (teniente coronel José Piqueras Trives), Teresa Nacia Botella (alférez Casimiro Gil Vicent)), Mª de las Mercedes Rodríguez Padrino (sargento Matías Aguilar González), Rosa Miñambres Bayxer (capitán José Fe Llorens), Mª Encarnación Santana y Duque (teniente Emilio Fernández Sánchez-Caro).

Concepción Franco y Salgado Araujo (capitán Enrique Amador Asin); era prima de Francisco Franco. Consolación Gádor Baena Reyes (comandante Juan Velázquez Gil de Arana), Mª Josefa Sola Ruiz (soldado José Abril Martínez), Julia Llorente Anciondo (capitán Luis de Lacy Eguilaz), Mercedes Molina Estrella (soldado Francisco Aguayo Lara).

Mª del Amor Hermoso Tovar Valdespino (1º teniente José Fernández Ferrer), posteriormente al morir ésta la pensión pasó a los hijos José y Mª del Carmen Fernández Tovar.

Asunción Gómez de Villavedón Santos (comandante Carlos Mielgo Pascual), tras su fallecimiento la pensión pasó al hijo de ambos Carlos Mielgo Gómez de Villavendón.

Petra Casas Rincón (capitán Julián Triana Blasco). En 1928 los hijos, Carlos, Julián, Manuel, Triana y Trinidad Triana Casas, comenzaron  a cobrar una pensión de 6.000 pesetas.

Diego Fernández González (capitán Félix Fernández Ortega) cobró durante algún tiempo la pensión de orfandad, que luego pasaría a su abuela Rosario González-Lara como madre-viuda. En su caso había venido cobrando una pensión por otro hijo el capitán Diego Fernández Ortega.

Los hijos del capitán Juan Rivadulla Valera, Juan y María Rivadulla Ortega fueron también receptores de una pensión al haber fallecido con anterioridad su madre.

Caso similar fue el de Francisco y Claudio Seguí, hijos del caballero legionario Francisco Seguí Gorgué ya que la viuda y madre de los citados había contraído nuevas nupcias.

Estas líneas, son mucho más que una simple relación de mujeres,  madres y esposas, y de hijos huérfanos.  Son los nombres de quienes sufrieron en primera persona las pérdidas de nuestros héroes. Sin quererlo, fueron también protagonistas de esta gran tragedia. 

Poco o nada se supo de ellos, cada cual en su casa, hogares repartidos a lo largo de  toda la geografía española. Desde Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, etc. por citar alguna capital de provincia a poblaciones con un reducido número de habitantes como por ejemplo Lidón (Teruel), Fresnedillas de la Oliva (Madrid), Destriana de la Valduerna (León) o Ahillones (Badajoz). Infinidad de nombres, de donde eran originarios estos militares.

Sus familias fueron personas a las que no conocimos, a quienes nunca vimos. Sus llantos, su dolor y tristeza no traspasaron los muros de sus casas.  Esta es la razón que da título a este artículo hoy publicado.

Es justo que, junto a los de los valientes soldados, figuren también los de sus madres, los de sus esposas…. Esta es solo una pequeña muestra de los miles que habría que relacionar. 

Es mi humilde homenaje a esas mujeres que,  a pesar de tener desgarrado el corazón, hubieron de sobreponerse y seguir viviendo, cada cual como pudo. Unas, esperando la llegada de una carta, o incluso la del propio ser querido, inmersas en un mundo irreal creado por sus mentes que nunca asimilaron la pérdida. Una quimera que en definitiva les sirvió para poder sobrevivir.

Otras, luchando día a día, como “madres coraje” para educar a sus hijos, para que fuesen personas de provecho y lograr el futuro que tanto habían soñado para ellos junto a sus esposos.

La vida no fue fácil para ninguna de ellas. Por delante un duro camino que recorrer, intentando siempre “sacar fuerza de flaqueza”.

 Por eso hoy, con estas líneas he querido darles el protagonismo que merecen y expresar mi reconocimiento y admiración hacia todas. 

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