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Los huertos sociales, una experiencia más allá del envejecimiento activo

El sol casi ha llegado a su cenit y parece cebarse sobre las espaldas de unos madrugadores hortelanos que hace tiempo superaron el medio siglo de vida, personas que han descubierto, llegada la tercera época de la vida, una nueva afición, una vuelta a la tradición, a la historia propia del ser humano, a la agricultura. Hace año y medio que la Consejería de Bienestar Social, con la feliz implicación de la Viceconsejería del Mayor, puso en marcha en el magnífico espacio que hoy ocupa el recinto de la Granja Escuela Gloria Fuertes una experiencia piloto, los huertos sociales. Una propuesta que allá donde llega triunfa y Melilla no iba a ser menos. Pedro Paredes, el joven técnico responsable de las actividades de la Granja, intercambia bromas y consejos con los usuarios de los huertos que se han convertido ya en miembros de una misma familia. Ellos y ellas, azada en mano, guantes, sentido del humor y una envidiable predisposición a flor de piel, arrancan hierbajos, retiran escombros y miman los brotes de la nueva cosecha, la segunda, que verá la luz desde el nacimiento de los huertos.
"Hace tres años nos trasladamos de la antigua Granja Escuela a la nueva y comenzaron los trabajos de acondicionamiento de todas las instalaciones, que fueron muchos y duros", recuerda Pedro Paredes. Tras los arreglos, en enero pasado se ponía en marcha el programa de los huertos sociales. "Empezamos con veinte personas y el boca a boca hizo que al poco tiempo fuéramos más de sesenta, por lo que se han ocupado todas las parcelas, las 29". Cada una ocupa una superficie de noventa metros cuadrados, por lo que se han dividido en espacios de 45 metros que ocupan y atienden varias personas a la vez, amigos o parejas generalmente.

Reconoce el joven técnico que en Melilla somos "muy urbanistas", que lo de la agricultura es algo casi anecdótico para buena parte de los melillenses, porque la mayoría ha tenido o tiene un escaso o nulo contacto con este mundo. Por ese motivo cuando empezó el proyecto hubo que impartir clases en las que explicar cuestiones básicas, desde el uso de herramientas a la preparación del terreno. Pero eso era lo que se buscaba, que personas mayores o jubilados, pudieran encontrar en este formato una nueva herramienta para su desarrollo personal e incentivar ese nuevo concepto que se llama envejecimiento activo.

Huertos
"El principal requisito para participar es ser jubilado y aunque hay gente que tiene algo de experiencia, en la mayoría de los casos no es así". De ahí que al menos una vez al mes se impartan charlas teórico-prácticas en las que resolver dudas. "Por ejemplo en primavera qué cultivos hacer, cómo actuar ante las enfermedades o cómo responder ante las plagas. Son charlas periódicas", detalla. La Ciudad Autónoma les facilita la tierra, el agua e incluso las herramientas; después son ellos los que traen el material fungible, como las semillas. Asegura que lo mejor de todo es que "se ha creado un ambiente estupendísimo entre los usuarios, hasta el punto de que se han repartido algunas responsabilidades, como el que se encarga de traer el estiércol o el que cuida el invernadero". Todo esto ha permitido una estrecha relación entre los usuarios y los responsables de la Granja Escuela, porque de otra forma no resultaría operativo. De hecho "se crearon unas normas de comportamiento incluso, para que todo funcione a la perfección, como así ocurre".

Pedro Paredes no olvida los difíciles inicios de los huertos, en especial porque hubo que acondicionar los terrenos, obligando a levantar la tierra, eliminar escombros y volver a cubrir para comenzar después a sembrar. Pero ahora toda esa labor comienza a dar sus frutos y los hortelanos pueden ver como las matas crecen y la tierra obra su milagro. "Además lo que practicamos es agricultura ecológica, por lo que no se usan plaguicidas, sino todo natural. El mantillo es estiércol de muy buena calidad que nos regala la Hípica y la lucha contra las plagas se hace utilizando los enemigos naturales o el sulfato de cobre".

En este año y medio son muchos los conocimientos adquiridos y aunque a veces la climatología juega malas pasadas, nadie pierde el ánimo. Por ese motivo los huertos son un vergel de colores, flores y frutos. "Ahora ya saben que los tomares necesitan crecer sobre cañas, que hay que estar atentos al ciclo de los tubérculos como las patatas porque ver su maduración no es tan fácil de comprobar si lo comparamos con las frutas y otras hortalizas". Pero los ánimos no decaen y a ello contribuye el que además se aliciente a los usuarios con nuevas propuestas, como el concurso de calabazas gigantes que se fallará en octubre. Esta divertida competición promueve una sana y simpática competencia entre todos ellos, que aseguran que las calabazas de su huerto superarán a las del resto.

Manifiesta Paredes que el concurso no deja de ser una anécdota, porque en la práctica el ambiente que se repisa en los huertos es el de la colaboración. La razón está en que el trabajo de la agricultura "es muy sacrificado, es un trabajo duro y ellos lo saben". Por eso "a me encanta que a las ocho de la mañana ya haya gente trabajando en los huertos, que aprovechan las primeras horas del día para hacer los trabajos más duros y evitar las peores horas de sol". Después, también es motivo de satisfacción para todos cuando las cosechas salen adelante. "Lo que suelen hacer con todo lo que recogen, ya que no lo pueden vender, es repartirlo entre amigos y familiares, pero en Navidad se unieron todos e hicieron una gran donación al Banco de Alimentos de Melilla".

Hortelanos
Antonio López explica que fue un amigo, José Castillo, el que le animó a inscribirse y así lo hizo. Pero aunque amante del campo, se encontró con que por primera vez tenía que empezar a trabajar la tierra y no sabía cómo hacerlo. "La única vez que había visto el campo fue visitando la huerta que tiene un amigo en el Gurugú en verano. Pero me metí aquí y aprendí a hacerlo todo, desde preparar la tierra a semillar", afirma orgulloso.
"Al principio, el temor es que se te queme todo lo que han sembrado, es decir, si sale o no sale, pero lo cierto es que a base de fallos se aprende", asegura este ex vendedor de vehículos al que nunca le han faltado redaños para enfrentarse a la vida y sus dificultades.

Ahora habla orgulloso de su parcela en la que en estos momentos, tras la recogida de las habas, tiene sembradas cebolletas, cebollas, ajos, coliflores, patatas, tomates y, claro está, las famosas calabazas del concurso. Sin perder la sonrisa, tostado por el sol a pesar del gorro con el que cubre su cabeza, asegura que esta está siendo una experiencia muy satisfactoria que recomienda a sus amigos, "al que pueda trabajar y moverse un poco, porque a nuestra edad cuesta trabajo eso de agacharse tanto". Compara las labores agrícolas con la paz del pescador. "Es como cuando te vas de pesca, te metes en un barco con un chambel y te olvidas del mar. Aquí hay la misma tranquilidad y lo mejor es que aquí hay muy buen ambiente con los compañeros". Antonio López dedica varias horas al día a su trabajo en el campo pero también, como manitas que es, ayuda a los compañeros gracias a otra de sus aficiones, la carpintería.

Asegura que en la vida nunca es tarde para aprender algo nuevo. "Estuve vendiendo coches durante 50 años y ahora me dedico a esto. Está claro que en la vida se puede aprender cosas nuevas y que todo es cuestión de voluntad y no de años", asevera.

Antonia Moreno, una de las pocas mujeres que participan en el programa, muestra con orgullo de madre los brotes de su parcela. Una amiga fue la que le animó a apuntarse al saber su amor por los huertos. De hecho señala que su padre fue hortelano pero ella nunca había trabajado la tierra. Ahora, esta experiencia, le ha ayudado a reencontrarse con su infancia.

Reconoce que este es un trabajo "muy duro y sacrificado, pero te gusta cuando ves los resultados. Cuando crecen te sientes satisfecha pero cuando se quedan chuchurríos me da un disgusto". Animosa, con una vitalidad contagiosa y su rastrillo en la mano, Antonia asegura que recomienda esta experiencia "a todo el mundo, porque a mí me da vida, es más, antes iba a nadar y lo he dejado para venir aquí". Por las mañanas llega al huerto después de dejar a su hija pequeña en el instituto y se marcha a media mañana para preparar la comida. Pero a esas tres horas le saca el máximo provecho. Estar en el huerto no es ningún sacrificio, es una alegría diaria. "Lo que me preocupa es que los gusanos se coman todo lo plantado pero por lo demás, muy contenta. Le he dicho a Pedro que no voy a participar en el concurso de calabazas porque no sería justo para los demás", asegura con una sonora carcajada que contagia al resto de compañeros.

Antonia vuelve al cuidado de sus "niños pequeños", los brotes más débiles que protege uno a uno con botellas de plástico que actúan a modo de invernadero. "Aquí se gana tranquilidad -afirma-, estás a gusto con los pájaros, con los compañeros, con la magnífica relación que existe y con los que me divierto mucho", así lo afirma mientras señala feliz cómo están creciendo los tomates, una orgullosa sidra, acelgas, berenjenas, alcachofas, guisantes y girasoles en este pequeño reino de tierra, trabajo y magia.

Reconoce Pedro Paredes, responsable de actividades de la Granja Escuela, que aunque la mayoría de los usuarios de los huertos son hombres, cada vez son más las mujeres que se animan a participar. Por desgracia por el momento no pueden atender a la lista de espera, a las más de veinte personas que han solicitado participar. La razón, que no hay espacio material donde poder habilitar nuevos huertos, aunque no pierde la esperanza de que el programa, que se ha demostrado toda una exitosa experiencia, pueda ampliarse con el tiempo.

Jesús Andújar

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Jesús Andújar

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