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Liderar y servir, sin excepciones

A lo largo de la historia moderna —al menos, durante aquella época que se atrevió a coincidir con la era democrática— se han escrito ríos de tinta (a veces, mezclada con sangre) sobre qué debe entenderse por la política y qué podemos esperar de ella y de sus protagonistas principales.

De esta forma, la política se ha identificado históricamente con la gestión del caudal público y de los conflictos sociales existentes entre los muchos colectivos humanos que integraban las realidades sociales de nuestro entorno, así como con el cuidado de los ciudadanos y la salvaguarda de sus legítimos derechos e intereses. Es sumamente importante tener presente que aquí no podemos incluir aquella difusa línea interpretativa por la que muchos, con absoluto desprecio por las vidas del resto, intentaron conceptualizar la política como un vehículo con el que caprichosamente sostener sus pretensiones y la complacencia de sus egos personales (sin el más mínimo rubor, no quepa la menor duda).
No obstante, lo cierto es que durante algún tiempo la teoría del concepto se vio eclipsada por la propia naturaleza del vocablo. La política —esa que se debe presumir pura e inmaculada— se cansó de esperar y, desde entonces, ya bailaba con la primera persona que fuese capaz de ofrecerle un trago ligero y no pisarle los pies durante el último baile (aunque tampoco fuese posible asegurar una sintonía perfecta en el movimiento del cuerpo durante toda la melodía). Y todo esto, aún a riesgo de venderse a la corrupción, a la deslealtad y al interesado arbitrio de quienes sólo sabían decidir anteponiendo su beneficio al del bien común.

Por fortuna, las malas decisiones suelen autodestruirse y, de cuando en cuando, con la
justicia social —esa que resiste las embestidas del tiempo— emergen líderes que se sacrifican para guiar y servir a la colectividad. Ello, cueste lo que cueste —como ya estamos presenciando—.

A estas alturas del debate, tras haber sobrevivido a dos décadas de luces y sombras, es evidente que la política responsable y honrada implica dejar de pensar en lo individual para centrar esfuerzos en lo colectivo. Dejar de ser uno para que por fin podamos ser todos. Una única consigna: liderar y servir, sin excepciones —aún cuando ello implique el riesgo de verse expuesto al odio del que no sabe aceptar la derrota—.

Por el bienestar de todos, sin exclusión alguna.

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Liderar y servir, sin excepciones

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