Dos términos casi sinónimos, "libertad" y "voto", devienen en opuestos e irreconciliables en el actual sistema de partidos. Éstos, más que cabezas pensantes parecen necesitar una sola cabeza, la del líder, que piense por todas, bien que auxiliada por un comité o consejo de dirección afecto a las ocurrencias y a los designios de la dicha cabeza.
Ahora bien; puede ocurrir, cual está sucediendo ahora sin ir más lejos, que el dicho sistema necesite desmontar momentáneamente ese dislate por un prurito de mera supervivencia, permitiendo que las cabezas piensen y se expresen a su aire. Como era previsible, esa acción natural, purificadora, se contempla desde la dirección de los partidos, desde la del PSOE en el caso que nos ocupa, como un drama.
Hay dilemas insuperables en la vida, pero el de abstenerse o votar negativamente en la investidura de Rajoy no es del género hamletiano, ser o no ser. Se trata, pese a que lo enraizado del dislate fuerce a suponer otra cosa, de un dilema, si se me permite la expresión, chupado: basta atender al sentido y a la esencia de la democracia, es decir, que el voto sea libre, secreto y en conciencia, dejando los reglamentos espúreos a un lado. Así, y pues en el seno del Partido Socialista hay una división extraordinaria respecto a qué se debe hacer con Rajoy, no cabe sino obrar con naturalidad, votando cada diputado con su propia cabeza lo que le salga de dentro.
La libertad de voto, valga el pleonasmo, no sólo no rompe ni disgrega, sino que fortalece, sobre todo en circunstancias excepcionales como las de ahora. Las cosas se rompen cuando se las violenta, de modo que la Gestora, o Susana Díaz, deben decidir qué prefieren: si forzar la escisión del PSC y de los llamados "sanchistas" por obligarles autoritariamente, despóticamente, a votar en sentido contrario a sus convicciones, o, respetando la libertad de sus diputados, sacar adelante su indisimulada apuesta por la investidura de Rajoy con las abstenciones de solo aquellos que la crean conveniente, suficientes en todo caso para su propósito. El bien más preciado es la libertad. Lamentablemente, esa sencilla verdad no ha terminado nunca de calar en los partidos.
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