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Las florecillas del procés

Un acusado puede mentir cuanto quiera en su defensa sin incurrir por ello en el delito de falso testimonio, pero no es absolutamente necesario que exprese su desprecio hacia el tribunal que le juzga. También tiene derecho a ello, a menos que la buena educación o el sentido común se lo impida, pero diríase que semejante actitud, la de la arrogancia desatada, la de la soberbia, no puede generar especiales beneficios a su defensa precisamente. Sin embargo, diríase también que los procesados por la insurrección institucional de Cataluña, los atizadores y gestores de la misma, o desconocen esa sencilla verdad, o les cuesta horrores controlarse y sopbreponerse a su extraña convicción de estar siendo juzgados por gente inferior en todos los órdenes a ellos.
De otro modo sería imposible explicar la actitud de los Junqueras, Form, Romeva, Rull y Turull, los que hasta el momento uno ha visto deponer en el Supremo, de infinito desprecio hacia la Sala, sustanciado no en las mentiras manifiestas a las que, como queda señalado, tienen derecho, sino en su chulería y desparpajo al expresarlas, dando por hecho, al parecer, que el Tribunal, sometido al escrutinio internacional, habrá de transigir con ello. Sólo cuando el presidente Marchena les sugiere elegantemente la necesidad de ceñirse en fondo y forma al procedimiento y a su decoro, pues es éste el que garantiza sus derechos, frenan algo y rebobinan un poco, bien que con los aspavientos propios de un estudiado victimismo.

El propio Junqueras, que cultiva con ahínco y hasta con exceso un discurso melifluo y untuoso, todo mansedumbre, amor y delicadeza, va perdiendo las florecillas de su cesta según se va calentando, sugiriendo una suerte de bipolaridad que bascula abruptamente, en esos subidones termoideológicos, de la santidad a la cólera, siendo en éste estadio donde se percibe en toda su intensidad el desprecio. Romeva, lo mismo, Rull y Turull, otro tanto, y todos empeñados, por ese desprecio irrefrenado, en un pedagogismo tan pueril hacia el Tribunal y la Fiscalía que lo abarca todo, hasta la Toponimia. El dislate llega al extremo de presentarse como los únicos verdaderos intérpretes de la Constitución Española y de la Democracia Universal. Uno deplora tanto que estén en la cárcel como que, en cargos institucionales de responsabilidad, anduvieran tan sueltos.

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