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La suerte de ser omnívoros

La especie humana ha subsistido a las glaciaciones gracias a una virtud que le ha preservado de diversas catástrofes: es omnívoro. Pones a un vegetariano en Laponia o en Groenlandia y dura muy poco, porque allí las huertas no es que se lleven muy poco, es que resultan imposibles.
Las ratas comparten con nosotros esa amplia dieta alimentaria, e incluso la aumentan, porque son capaces de comer cordones, cuerdas y hasta tubos de plástico que, hasta ahora, no se han incorporado a la nueva cocina.

De vez en cuando, surge un estudio que dice que algo de lo comemos evita nuestra imposible inmortalidad. Y se organiza un pasmoso eco, ante algo que no es ningún descubrimiento, que se conoce y que, por tanto, resulta irrelevante. Con esa vocación que poseemos para organizar tormentas en vasos de agua, nos disponemos a debatir sobre la obviedad. Y que tenga que salir una ministra a decir que debemos tender a una dieta equilibrada es como si a los niños hubiera que explicarles que las galletas y el pan tostado, si se mojan, dejan de estar crujientes. Claro que los niños, que somos los empadronados de este país, somos quienes tenemos la culpa por elevar a categoría porcentajes que son una anécdota en cualquier alimento, siempre que no sea ácido clorhídrico, que es algo que no solemos ingerir de aperitivo.

Le he escuchado muchas veces a Manuel Toharia decir que el oxígeno que nos da la vida es el que nos oxida y nos mata. No es un oxímoron, sino una realidad, de la misma manera que adelgazar es una cuestión aritmética como el de la cuenta corriente: si metes mucho y sacas poco, engordas; si metes con sobriedad y sacas con entusiasmo, adelgazas. Las dietas están bien, porque crean muchos puestos de trabajo, pero los dietistas vienen a ser como los consejeros de familia, que podrían evitarse si cada uno aplicara un adecuado porcentaje de sentido común.

Puede que sea el pan uno de los alimentos que se considere menos peligroso, pero si te comes tres kilos de pan, te puedes morir. Vivir es peligroso. Y vivir desequilibradamente mucho más, sea en la comida, en la bebida o en cualquier otra actividad. Pero eso no nos lo tendría que recordar nadie.

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