Todos eran Juana Rivas, pero mejor que aquél derroche de empatía se hubiera derramado preventivamente sobre cualquiera del centenar y medio de mujeres asesinadas desde entonces, víctimas de veras de la violencia machista y a las que sus matadores hallaron solas e indefensas. El minuto de silencio con que se suele replicar, en las plazas y en las puertas de los ayuntamientos, a la muerte de esas mujeres, se antoja muy poco clamor al lado del que suscitó la precipitada adhesión a Juana Rivas , la ciudadana que, pese a secuestrar a sus hijos y exponerlos a los horrores de un ruptura matrimonial más tóxica que el propio matrimonio, fue elevada a la condición de mártir y de modelo a seguir. La Justicia italiana acaba de archivar todas las denuncias, ocho, que Juana Rivas interpuso contra su ex marido con el fin de privarle de la custodia de los hijos, y la Justicia española, que la condenó en su día a cinco años de prisión por el secuestro, ha hecho lo mismo con otra que resultó, como todas las demás, infundada. El daño que ésta mujer ha hecho a sus hijos con el brutal e innecesario anexo al inevitable en los divorcios, sólo es equiparable al que ha hecho, con la complicidad de asesoras y consejeras de poco o ningún seso, a la lucha de la sociedad española contra el feminicidio. Judicializando y publicitando torcidamente un asunto personal teñido de odio, rencor y venganza, Rivas emprendió un camino no sólo equivocado para sus intereses, sino fatal para la causa que enfrenta a la sociedad con el goteo incesante de crímenes machistas. Lo que hizo Juana Rivas, cual puede comprobarse acudiendo a las sentinas de ciertas redes y foros de Internet, fue proporcionar munición a la ultraderecha, negacionista de la violencia de género, y ahondar el falso abismo entre los sexos que esa ultraderecha y el feminismo a lo loco de nuevo cuño pretenden establecer.
Todos decían ser Juana Rivas cuando secuestró a sus hijos para hurtarles de unos supuestos maltratos paternos que la Justicia de dos países ha desmontado. El maltrato fue secuestrarlos, y la pena es que tanta gente, identificándose con la autora, cooperara.
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La sombra de Juana Rivas
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