Categorías: Opinión

La sanidad de Melilla y las señoritas de la noche

Por Carlos Antón

Las señoritas de la noche siempre han sido un importante problema sanitario en nuestra ciudad. Los chicos las visitan y después están con otras chicas, con lo que la transmisión de enfermedades está asegurada. Ahora, tras la pandemia y las dificultades para atravesar la frontera, la situación ha cambiado. No sé cómo estará. Antes del Covid, con la frontera abierta, todas las señoritas eran ilegales, pues la que tenía documentación emigraba a la península donde ganaba más dinero. Esta ilegalidad las obligaba a mantener conjuntamente algunos servicios clandestinos. Vivían en habitaciones que les alquilaban bastante caras personas relacionadas con el mundo de la noche. Algunas señoras cuidaban de sus hijos cuando ellas no podían atenderlos y otras se encargaban de acompañarlas al hospital a parir o por alguna enfermedad grave. Siempre decían que las señoritas eran familiares que estaban de visita.

Otras señoras tenían la misión de sacarlas de la cárcel de Nador. Cuando había redadas en los clubs de Melilla, las señoritas, al ser ilegales, eran expulsadas de la ciudad. Como a veces iban bebidas -parte de su trabajo era tomar copas con los clientes- replicaban a los mehannis cuando se metían con ellas y terminaban en la cárcel. Las señoras las sacaban de la cárcel para que pudieran volver a ejercer en Melilla.

Francisco Robles ocupaba la plaza de Dermatología y Venéreas dependiente del Ministerio de Sanidad y quiso hacer una campaña de prevención de enfermedades en los clubs de Melilla. Le propuso la iniciativa al entonces Delegado Provincial de Sanidad, Federico Cristófol, que no quiso saber nada del tema, pues las señoritas eran ilegales y, teóricamente, no existían. Cristófol se fue y llegó como Delegado José Manuel Pérez Avilés, una persona mucho más atrevida. En cuanto habló con Robles quedó convencido de la necesidad de la campaña sanitaria, independientemente de la legalidad. Como no tenían presupuesto, hicieron pagar los costes a los dueños de los clubs o a las mismas señoritas de la noche. Ellos eran los primeros interesados en que las chicas no transmitieran enfermedades. La campaña fue un éxito desde el primer momento. Prácticamente acudieron todas las señoritas de la ciudad. El primer año detectaron y trataron varias sífilis y muchísimas gonococias y el segundo sólo unas pocas gonococias, lo que demostraba el buen resultado de la campaña anterior. No sólo habían evitado la transmisión de enfermedades a la población, sino que habían acostumbrado a las señoritas, y a los dueños de los clubs a las revisiones sanitarias a un coste cero para el erario público. Lamentablemente, como todas las buenas cosas, estas campañas desaparecieron en cuanto las personas que las llevaron a cabo dejaron de estar en sus puestos.

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