Categorías: Opinión

La nueva guerra fría

Es prácticamente un axioma, para los regímenes autoritarios, dictatoriales, la necesidad de un enemigo exterior con el que se trate de justificar las restricciones a la libertad que van a imponer a su propia población. Además, es necesario exaltar el nacionalismo, las diferencias entre ellos y nosotros, donde nosotros somos los que defendemos la razón, la bondad, la ética, y ellos la atacan y la desprecian.

Lo explicado aplicaría por igual a las potencias emergentes, China y Rusia, pero las diferencias entre las economías de los dos países las hace diferentes. La economía China está basada en la producción de bienes y, por ello, necesita imperiosamente mercados a los que vender su producción, lo que limita su capacidad para confrontar a los países occidentales, que son sus principales compradores. Moscú, por el contrario, y en relación con los países occidentales, tiene una economía basada principalmente en la exportación de materias primas y, en particular, los energéticos que tanto necesitan esos países y también China. Ello le permite a Putin enfrentar a Estados Unidos y a la Unión Europea, creando un espacio donde su política de recreación de un imperio ruso, bajo su liderazgo vitalicio, sea posible.

La progresiva invasión de Ucrania, primero la península de Crimea y luego el resto del país, no es nada más que el primer paso en su política exterior imperialista. Dentro del país su liderazgo ya ha sido confirmado, en principio, hasta el año 2030 lo que, tras veinticinco años en el poder, equivale a decir que será a perpetuidad. En ello se compara con China, donde su presidente Xi también parece va a ser vitalicio, recreando a Mao Tse Tung.

La nueva Rusia parte de un proceso de desintegración de la URSS, la Unión Soviética, que se inicia en 1989 con la caída del muro de Berlín y culmina en 1991 cuando Estonia, Letonia y Lituania declaran su independencia, seguidas por otras antiguas repúblicas encuadradas en la URSS. Buena parte del pueblo ruso, que se siente antiguo líder de la URSS y potencia mundial temida y respetada, achaca a la “perestroika” impulsada por Gorbachov, al que despreciaban en contraste con la imagen que de él se tenía en occidente, el desplome catastrófico de su imperio. Un alto oficial de inteligencia ruso, con el que tuve oportunidad de entablar amistad, me comentaba en el año 1995 lo que había supuesto para sus líderes y para sus fuerzas armadas ese cataclismo. Me explicaba que sus diplomáticos no sabían cómo relacionarse con los de otros países, ya que se sentían avergonzados al comprobar lo que percibían como falta de respeto con que ahora les trataban. Los mandos y soldados de sus fuerzas armadas, antiguo orgullo del país, habían convertido sus acuartelamientos y campos de entrenamiento en granjas, para poder subsistir, ya que en buena parte de las guarniciones fuera de las principales ciudades, no llegaban los recursos.

Ello explica la favorable reacción, de buena parte del pueblo ruso, al liderazgo de Putin y el apoyo a sus medidas, ya que se ven en el camino de recuperar el orgullo nacional anteriormente perdido. Dmitri Trenin, un analista ruso favorable a Putin, ha escrito: «Los rusos viven en una realidad completamente nueva», “el giro antioccidental de Rusia es más radical y de mayor alcance que cualquier cosa anticipada cuando Putin invadió Ucrania”, y también “la invasión es un elemento relativamente menor de la transformación más amplia que está ocurriendo en la economía de Rusia, la política, la sociedad, la cultura, los valores y la vida espiritual e intelectual».

Rusia, y también China, están tratando de crear una nueva cultura, compatible con la occidental en el plano económico, pero muy específica y distinta en el ámbito cultural. Rusia, en particular, está creando un cisma cultural de tal magnitud que nos invita a pensar en el “choque de civilizaciones” a que se refería Samuel P. Huntington, primero en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs en 1993, y después en un libro publicado en 1996. Huntington afirmaba, muy resumidamente, que cuando dos civilizaciones muy diferentes entraban en contacto, era inevitable la confrontación.

La nueva Rusia se está formando mediante una educación, en todos los niveles, encaminada a forjar una nueva generación de jóvenes super patriotas, con libros de texto reescritos al efecto y, a partir del próximo septiembre, lecciones militares obligatorias impartidas por soldados, llamadas «Fundamentos de Seguridad y Protección de la Patria», que incluirán capacitación en el manejo de rifles de asalto, granadas y drones.

Se busca también una ‘pureza cultural’ mediante la depuración de aquellos que no sigan las consignas del partido y la exaltación de los que si lo hagan. Con ello se trata de crear una sociedad ultraconservadora, puritana, que supedita las libertades individuales a los intereses comunes definidos por los líderes, fomentando el ámbito familiar y los valores de la religión ortodoxa tradicional.

La exaltación del ámbito familiar se debe, además de al componente cultural, a la necesidad de tener más hijos para revertir el envejecimiento de su población. Los derechos de las mujeres se ven limitados por la impuesta necesidad de una maternidad frecuente y desde temprana edad, limitando la facilidad de acceso al aborto, y acusando a activistas feministas de delitos contra la patria.

Es significativo el hecho de que, durante el mandato de Putin, se ha ‘rehabilitado’ la memoria de Stalin, el dictador que envió a millones de personas al gulag, mediante la construcción de 95 monumentos en su honor. La Rusia de Putin reniega de su pasado reciente y exalta el ideal de un pasado glorioso, capaz de enfrentar al enemigo ‘satánico’ representado principalmente por Estado Unidos y, en menor medida, por la Unión Europea.

La guerra, total en el aspecto cultural y mediante ‘proxies’ en el militar, ya ha comenzado.

 

Gonzalo Fernández

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