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La muleta nacionalista

Se las prometía felices el Gobierno Rajoy antes de la moción de censura que lo tumbó. Los cinco votos del PNV a los PGE le garantizaban la necesaria estabilidad para estirar la Legislatura. Como en precedentes ocasiones de nuestra reciente historia, el nacionalismo volvía a ser muleta del Gobierno central. Fue a resultas de un pacto Rajoy-Urkullu en la pasada primavera. ¿Por amor a la estabilidad de la política española? De eso nada.
La pizpireta Pilar Rahola, de ERC, sufrió entonces un ataque de contrariedad y dijo en TV3 que el PNV no era "fiable", y que lo había hecho "por dinerito". Lo de la fiabilidad quedó claro cuando, unos días después, esos mismos escaños del PNV cambiaron de bando, sirvieron para hacer presidente a Pedro Sánchez y volvieron a ser clave de la estabilidad, incluso con los mismos presupuestos que Rajoy e Urkullu acababan de apadrinar.

Ahora entiendo mejor lo que en cierta ocasión me dijo el entonces ministro Montoro sobre lo que nos iba a costar a los españoles el apoyo de los nacionalistas vascos a los PGE. "Nada", me dijo, "porque es cambiar el dinero de sitio". Bien sabía que la política, como caja de sorpresas, siempre precede a la contabilidad. Y esa caja de sorpresas puede hacer verdadera la afirmación de que el nacionalismo es clave de la estabilidad y clave de la inestabilidad de la política española.

No es un juego de palabras. Es la constatación de que la salud del Reino de España está al mismo tiempo amenazada y garantizada por el nacionalismo. Así era con Rajoy y así es con Sánchez. Y eso es una bomba de relojería adosada a la cintura del inquilino de la Moncloa.

En vísperas de la moción de censura el PNV se había hecho el milagro civil que consolidaba a Rajoy a pesar de su fundacional debilidad parlamentaria, la corrupción asociada al PP, sus malas expectativas electorales y la insidiosa ofensiva del separatismo catalán contra el Estado. Pero después fueron los nacionalistas quienes hicieron posible el salto de Sánchez a la Moncloa con vocación de continuidad, aunque eso está por ver.

En otras palabras: nacionalismo hiere, nacionalismo cura. Pero la paradoja y el milagro brotan en una fuente de aguas turbias: la insoportable levedad del compromiso político.

Justo cuando Sánchez iba sindicado con Rajoy buscándole una segunda vida al bipartidismo (juntos en el 155 y el líder del PSOE tachando de "racista" a Quim Torra), una sentencia judicial le amontonó con los separatistas catalanes. Y justo cuando Urkullu estaba a punto de que el ABC le hiciera "español del año", como a Jordi Pujol en 1984, el lehendakari se unió a la fiesta. A mayor gloria de ese Sánchez, del que sus enemigos del PP y Ciudadanos dicen que está dispuesto a vender España a trozos con tal de seguir en Moncloa.

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