La migraña puede afectar a uno de cada diez niños. El estrés escolar es un factor de riesgo significativo.
La identificación precoz de la migraña en la infancia es clave para reducir su impacto y garantizar el desarrollo y bienestar del menor.
Hasta un 10 % de los menores pueden sufrir migraña, una dolencia que no se limita a los adultos y que puede aparecer incluso en la infancia temprana. Así lo advierte la Sociedad Española de Neurología Pediátrica (SENEP), que subraya cómo el estrés escolar, entre otros factores, favorece su aparición.
A diferencia de un dolor de cabeza común, la migraña se considera una cefalea incapacitante, recurrente y de intensidad moderada o grave. Con frecuencia se presenta de manera pulsátil y puede prolongarse durante horas, acompañada de síntomas añadidos como náuseas, vómitos, palidez, hipersensibilidad a la luz o al ruido, e incluso alteraciones transitorias de la visión, de la fuerza o de la sensibilidad. Muchos niños necesitan reposar en una habitación oscura para sobrellevarla.
En la población infantil, la migraña no siempre se manifiesta igual que en adultos: a veces se traduce en mareos o dolor abdominal recurrente sin dolor de cabeza. José Miguel Ramos-Fernández, portavoz de la SENEP y jefe de Neurología Pediátrica del Hospital Regional Universitario Materno-Infantil de Málaga, recuerda que la mayoría de los casos comienzan en la adolescencia.
Aproximadamente la mitad de los niños con migraña presenta una remisión espontánea tras la pubertad, aunque cuando la enfermedad aparece en esa etapa vital es más probable que se prolongue hasta la adultez. Además, tras la pubertad se hace más frecuente en mujeres.
Aunque la causa de la migraña no está plenamente esclarecida, se considera que surge de la interacción entre predisposición genética y factores ambientales. Entre los desencadenantes más habituales se incluyen la deshidratación, la falta de sueño, el estrés, la exposición a luces intensas, los cambios bruscos de rutina o un esfuerzo físico excesivo.
En el terreno alimentario también influyen situaciones como saltarse comidas, ayunar de manera prolongada o ingerir determinados productos, como chocolate, quesos curados o alimentos con glutamato. El consumo elevado de alcohol o cafeína puede agravar el riesgo en individuos sensibles. Los antecedentes familiares son relevantes: los hijos o hermanos de personas migrañosas tienen hasta el doble de probabilidades de padecerla, y alrededor del 60 % de los menores afectados cuenta con un familiar cercano con el mismo diagnóstico.
Ramos-Fernández recomienda acudir al pediatra ante síntomas compatibles y consultar a un neurólogo pediátrico si las crisis son frecuentes, intensas o aparecen signos de alarma como fiebre, rigidez de cuello, erupciones, vómitos persistentes, alteraciones visuales o neurológicas transitorias, o un dolor repentino e inusualmente intenso.
La SENEP insiste en transmitir un mensaje de tranquilidad: con un diagnóstico adecuado, educación y tratamiento personalizado, la mayoría de los niños puede llevar una vida normal, mantener sus actividades y desarrollarse sin graves limitaciones.
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