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La manita

Lo más humillante para un equipo de fútbol es que el contrario le marque cinco goles. Los ganadores exhiben sus manos abiertas en lo que se conoce como “la manita”.

En la política española no había precedentes de una “manita” hasta el pasado domingo. El Partido Popular de Alberto Núñez Feijoo ganó las elecciones andaluzas de 2022, las municipales, autonómicas y generales de 2023, y ahora las gallegas. Cinco elecciones, cinco victorias, con mayorías absolutas o muy cerca de ellas, y con un retroceso generalizado del Partido Socialista de Pedro Sánchez en gobiernos regionales y municipales.

En el caso de Galicia se han dado dos circunstancias especiales. La primera ha sido la falta de perspectiva. Es natural que las formaciones políticas en liza exageren sus expectativas y anuncien su confianza en ganar las elecciones, pero lo que tiene poco sentido es vulnerar las consecuencias del resultado. Todos aceptaban que el PP sería el partido más votado, pero los sanchistas y medios afines reclamaban que Núñez Feijoo dimitiera si no obtenía la mayoría absoluta. El planteamiento era demencial: retirarse después de cinco victorias, mientras que a Pedro Sánchez no se le exigiría lo mismo después de cinco derrotas.

La segunda circunstancia ha sido el tercer puesto del PSOE, a considerable distancia de los nacionalistas del Bloque: nueve escaños frente a 25 y los 40 del PP. Sánchez se quejó después de que su partido se ha quedado sin líderes regionales, cuando el candidato Gómez Besteiro había sido designado por él. Luego intentaron quitar importancia al resultado, que pretendieron limitar al ámbito gallego, lo que se compadece mal con el activismo electoral de Pedro Sánchez y el desembarco masivo de ministros durante la campaña. Hasta llevaron los últimos días al titular de Interior, el carbonizado Marlaska -née Marlasca-, lo que no se le ocurre ni al que asó la manteca.

Peor aún era que el sanchismo apostaba por desbancar al PP del gobierno de Galicia mediante una alianza “progresista” con el Bloque nacionalista. ¿Progresismo tener como elemento principal del programa la quiebra de la Constitución, hasta llegar a la ruptura de España? Semejante planteamiento confirma el disparate en que se han instalado Pedro Sánchez y su banda. No tienen otro discurso que desbancar al PP, aunque sea a costa de alentar los separatismos.

No estamos ante una disputa ideológica. Si así fuera, no habría tantos dirigentes socialistas opuestos a una amnistía inconstitucional y a las alianzas con separatistas, desde Felipe González a Alfonso Guerra y Francisco Vázquez, a quienes Sánchez y compañía no les llegan ni a la altura del betún, por no hablar de los ponentes constitucionales Miguel Herrero Rodríguez de Miñón y Miquel Roca Junyent, junto con la práctica totalidad de jueces y magistrados, los juristas de las instituciones, los intelectuales de mayor prestigio y los medios de comunicación independientes.

La disputa es axiológica. Se lo explicaré a unos sanchistas caracterizados por su ignorancia y mediocridad. Se trata del conjunto de principios y valores que constituyen el fundamento del Estado de Derecho: el respeto a la ley, el ejercicio de la libertad, la igualdad de los ciudadanos, el sometimiento a los intereses generales y, sobre todo, el predominio de la verdad en el discurso público y la responsabilidad por los errores cometidos.

Que el ministro del Interior no haya sido relevado, por dimisión o por cese, después de los dos guardias civiles asesinados en Barbate, supone un atentado a la democracia. Sólo las peores dictaduras actúan de esta forma.

La calaña de la mayoría parlamentaria que sostiene a Sánchez se pudo comprobar cuando sus principales socios -Esquerra, Junts y EH Bildu- abandonaron el hemiciclo del Congreso de los Diputados para no participar en el minuto de silencio por los guardias civiles asesinados. Esto tiene un nombre, se llama villanía. Claro que lo mismo hicieron los socialistas catalanes en el parlamento de Barcelona, donde Junts apoyó la toma en consideración de una ilegal proposición de independencia. ¿Pero no decían que las concesiones facilitaban la convivencia?

Y luego está lo del viajecito a Rabat para hacerse una foto con el rey de Marruecos. Todo fue un disparate: en lugar de viajar en un Falcon de una docena de plazas, Sánchez se presentó con un Airbus 310, capaz para más de 200 pasajeros. Y por supuesto las aduanas comerciales de Ceuta y Melilla ahí siguen: cerradas. A ver qué tonterías dicen ahora el ministro Albares y la delegada del Gobierno.

 

 

Miguel Platón

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La manita

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