Categorías: Opinión

La islamofobia y la xenofobia no pueden servir de coartada para destruir nuestros fundamentos democráticos

La aprobación del nuevo currículo del área de la Enseñanza Religiosa Islámica le sirve de excusa a Santiago Abascal, presidente de un nuevo partido ultraconservador llamado “Vox”, para hacer su propia campaña electoral, a costa de la demonización del islam y de los musulmanes. La extrema derecha “desacomplejada” propaga discursos de odio con total impunidad. Es algo que un Estado democrático y respetuoso de la diversidad religiosa no debería permitir.

A lo largo de un artículo panfletario, titulado “Caballo de Troya”, Santiago Abascal alerta a la ciudadanía de la inconsciencia y temeridad que supone respetar un derecho constitucional como es el derecho a la libertad religiosa, ya que supondría abrir las puertas al fundamentalismo. La tesis es poco original, reproduce el choque de civilizaciones en su versión más radical: el islam es barbarie, fanatismo, una amenaza y, por lo tanto, “nosotros”, “nuestra sociedad”, debe “combatir al enemigo”.

Se trata de unas declaraciones antidemocráticas e islamófobas, totalmente irresponsables por parte de un político que quiere jugar en el patio de los mayores y para ello arremete con gran violencia verbal y simbólica contra los musulmanes.

La estrategia es evidente: crea una confusión permanente, al identificar la dimensión política con la dimensión religiosa. Apela al imaginario colectivo, al mito de la invasión para provocar miedo entre la población. La amenaza real de España son los partidos y grupúsculos antidemocráticos, reaccionarios e intolerantes, que practican la islamofobia descarada con tal de ganar un puñado de votos.

Habría que recordarle a Santiago Abascal las palabras de Michel Sabbah, patriarca latino de Jerusalén, cuando hace alusión al pueblo palestino: “Cristianos y musulmanes formamos parte del mismo pueblo, de una misma cultura, de una misma historia. (…) Oriente no tiene libertad para elegir su destino porque está sometido a la dominación occidental”. O al cardenal Kurt Koch, presidente Pontificio del Consejo para la Unidad de los cristianos: “Las bases ideológicas del EI no tienen nada que ver con la religión musulmana”.

Haría bien el señor Abascal en escuchar a sus propios correligionarios, de los que debería aprender que la libertad religiosa no puede tener dos varas de medir. Unos no pueden ser más libres que otros para ejercerla. La islamofobia y la xenofobia no pueden servir de coartada para destruir nuestros fundamentos democráticos.

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