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La España normal

Cualquier persona pensante podría suponer que el partido sanchista y sus militantes, dirigidos por su líder carismático, casi divino e infalible -para sus seguidores-, se vería forzado a recapacitar sobre los errores cometidos, causantes de su derrota, y se empeñaría en corregirlos. Por el contrario, el líder se dirige a sus seguidores en el Congreso con un disparatado discurso del que se enorgullecerían Chaves o Maduro y, sin reconocer error alguno, reparte supuestas culpas entre todos los que no son él mismo. Y sus seguidores aplauden enfervorecidos. El delirio enajenado de millones, con rumbo al desastre, se amplifica y reitera. Por supuesto Sánchez incluye entre los culpables a los medios de comunicación -no muchos- que no se subordinan a sus designios. Y a la que ahora llama ‘extrema derecha’, en la que incluye a todos los que tampoco se subordinan a su liderazgo y al de sus repugnantes aliados de gobierno. Es demencial, increíble, que Sánchez llame ‘extrema’ a la derecha y al centro derecha, cuando entre sus aliados hay asesinos y todo tipo de partidos y personas que, en una sociedad democráticamente sana, debieran ser marginados por sus actividades contra la legalidad establecida. Partidos y personas que atentan contra la unidad de España. Contra la libre empresa, generadora de riqueza para todos. Que pretenden limitar la propiedad de la vivienda a los que, con su trabajo, han podido comprarla y tratan de obtener el justo rédito. Que promulgan leyes que sacan de la cárcel a violadores. Que incitan al odio y a la división. Una gran parte de los españoles han demostrado inteligencia política y han decidido acabar con la lacra del sanchismo. Para el que fuera vicepresidente del Gobierno entre 1982 y 1991, Alfonso Guerra, el problema de los socialistas puede ser la falta de confianza existente sobre la figura del presidente. En un artículo publicado en The Objective, Guerra cree que la atmósfera política actual juega en contra de los intereses del partido. Según su opinión, Sánchez toma las decisiones en clave personal y considera que “tal vez ha llegado el momento de que los socialistas se pregunten si no será el problema el candidato”. Una desconfianza por parte de los españoles que se produjo, asegura, en el momento en el que ‘abrazó’ a Pablo Iglesias. En ese momento “se firmaba el acta de defunción política de miles de responsables políticos socialistas”. Un pacto que supuso un fuerte cambio en la tradición del PSOE, al abandonar el socialismo liberal del partido durante 140 años para apostar por “una alianza de radicales, populistas, independentistas y herederos del terror”. Por el contrario, Sánchez ha tratado de ocultar la importancia, decisiva en su derrota, de sus alianzas con lo peor de la sociedad española. Con los asesinos o defensores de los asesinos de ETA. Con los separatistas catalanes, que no cejan en su empeño de romper la unidad de España. Con el partido comunista, heredero de la terrible dictadura de Mao, de las matanzas de Stalin, de los pogromos, del ‘holodomor’, de la ruina económica en la mayor parte del este de Europa y en Cuba, así como en todos los países que han seguido esa doctrina. Abandona consecuentemente las ideas de la social democracia, convirtiendo al PSOE en un partido de extrema izquierda, marginal en el contexto europeo. La situación en el PSOE solo se puede entender admitiendo la existencia de la influencia de la masa, de la denominada en sociología ‘estupidez colectiva’. La política debiera desarrollarse en un ámbito en el que se busca el bienestar y la justicia para la sociedad en su conjunto. Sin embargo, a menudo nos encontramos con casos en los que la estupidez colectiva prevalece y se convierte en un obstáculo insuperable para el progreso. La estupidez colectiva se define como la tendencia de un grupo de personas a tomar decisiones irracionales o adoptar creencias falsas por la influencia de la masa, la falta de información precisa o la manipulación de intereses particulares. Existen varias causas que explican la estupidez colectiva en la política. Una de ellas es la falta de educación cívica y política. La frecuentemente utilizada expresión ‘a mi no me interesa la política’ olvida que la política es la que sienta las bases, el entorno, en que los ciudadanos van a desarrollar sus vidas. Otra causa es la manipulación de la información. La repetición continuada de mentiras y falsedades, como ha ocurrido en los pasados años, consigue que parezcan verdades declaraciones o hechos intrínsecamente falsos. Además, la polarización política y la falta de diálogo constructivo contribuyen a la estupidez colectiva. Cuando las personas se adhieren ciegamente a una ideología o partido político sin considerar otras perspectivas, se crea un ambiente en el que la razón y la lógica quedan relegadas a un segundo plano. Aquí podemos inscribir a los todavía ciegos seguidores de Sánchez. Cuando la estupidez colectiva prevalece, los ciudadanos se sienten desilusionados y desconfían de aquellos que están a cargo de tomar decisiones en su nombre. Esto puede dar lugar a la desafección política y a una participación menor en las elecciones. La estupidez colectiva, por tanto, puede entenderse como la situación de un gran número de personas que ‘están bajo un embrujo’ que les impide ver y pensar. La estupidez colectiva es esa situación en la que un gran número de personas ha perdido su autonomía personal, su independencia propia. Algo que se constata por la ausencia de razonamiento y el uso sistemático de eslóganes, frases cortas, estereotipos, lemas, falacias. La mente de los afectados es un almacén de todo eso y en la que no se acepta la posibilidad de error. El gran problema de las actuales sociedades democráticas es conseguir que la sociedad en su conjunto sea más inteligente que el individuo, para evitar entrar en una dinámica donde el conjunto sea más torpe que los individuos que lo componen.

“Dicen los viejos que en este país hubo una guerra; que hay dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas”. Comenzaba (y comienza) así la conocidísima canción del Grupo Jarcha “Libertad sin ira”. Presentada al público en 1976 constituyó para el imaginario colectivo de los españoles una especie de himno oficioso de la transición; aquella transición considerada modélica por parte de la inmensa mayoría de los españoles y por parte de buena parte de la opinión pública mundial.

Si ya en 1976, hace casi medio siglo, se atribuía a “los viejos” la creencia de que existen “dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas”, cómo de obsoleta y anticuada debería de considerarse esa creencia hoy, casi cincuenta años después.
Pues hétenos aquí que hay quien considera que aún es válido ese modelo de confrontación en el que encajonar a la población española. Como el de dos (o más) naciones irreconciliables que sólo viven obsesionadas por saldar viejas deudas y viejos rencores del pasado.

Como todo el mundo conoce, la pasada semana tuvieron lugar elecciones locales y autonómicas con un resultado muy desfavorable para las candidaturas de izquierda en general y para las del Partido Socialista en particular.

A la mañana siguiente, en plena digestión de estos adversos resultados, cuya responsabilidad es atribuida por la inmensa mayoría de la opinión pública española, en buena medida, a la actuación personal del Presidente del Gobierno y Secretario General del Partido Socialista Obrero Español, Pedro Sánchez, éste grabó, sin presencia de medios de comunicación, una escueta intervención que posteriormente fue televisada y divulgada por todos los medios nacionales y algunos internacionales, en la que anunciaba la inmediata disolución de las cámaras y la convocatoria de elecciones generales para el próximo 23 de julio.

Esto produjo el natural colapso y el lógico desconcierto entre la ciudadanía, las formaciones políticas, empezando por la suya propia y los organismos internacionales, alguno de las cuales se ve directamente afectado por esta (¿precipitada?) decisión, como es, por ejemplo, la Unión Europea, cuya Presidencia de turno de su Consejo le corresponde a España, de manera rotatoria, a partir del 1 de julio.

A mitad de semana, el miércoles por la mañana, el todavía Presidente del Gobierno y todavía Secretario General del Partido Socialista convocó a sus Diputados y Senadores a una reunión plenaria de su Grupo Parlamentario en el Congreso de los Diputados. Durante esta reunión plenaria, el autodenominado líder del “progresismo español” se convirtió, una vez más, en uno de aquellos viejos, que ya lo eran hace casi cincuenta años que consideran “que hay dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas” y dividió, otra vez más a nuestra nación entre progresistas y reaccionarios. Como es lógico, sus “progresistas” representan a la España luminosa y justiciera y los espantosos “reaccionarios” representan a la España retrógrada y arcaica, anclada en viejos esquemas del pasado. Sin embargo, es él el que se comporta como aquellos viejos de la canción. “Contradicciones sobre las que hay que cabalgar”, como diría el defenestrado líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias.
Defenestrado por la fuerza de los votos de los ciudadanos españoles de la Comunidad de Madrid, que sacaron a su formación política de la actividad parlamentaria autonómica, en Madrid y en la inmensa mayoría de los parlamentos autonómicos nacionales.
Esta lóbrega convocatoria del Grupo Parlamentario Socialista, unida a las aún más lóbregas palabras de su Secretario General, parecían confirmar, no sólo la disolución de dicho Grupo Parlamentario, como consecuencia lógica de la disolución de las Cámaras, sino también el último hito del camino emprendido por Zapatero en 2004 que concluye con la confirmación de la desaparición oficial del Partido Socialista Obrero Español, tal como un día lo conocimos, durante el proceso de la transición política española. A fuerza de radicalizarse, el PSOE ha acabado por desaparecer ocupando el espacio de los que quieren ocupar el “espacio a la izquierda del PSOE”, o sea, la ultraizquierda y dejando el espacio ocupado por el desaparecido PSOE absolutamente yermo.
Los españoles hemos vivido una legislatura, prorrogada con el año que medió entre la moción de censura contra el Gobierno del Partido Popular y las dos convocatorias de elecciones de abril y noviembre de 2019, absolutamente para olvidar. Cinco años de auténtica pesadilla en los que, por decisión propia del Presidente del Gobierno, la inmensa mayoría de los españoles, la España normal, que no se encuadra en un extremo u otro de las posibles interpretaciones políticas de la realidad, se ha visto relegada y sometida a la imposición mesiánica de una interpretación sesgada (lógicamente hacia la izquierda) de nuestra realidad como nación.
Todas las vías de comunicación, de diálogo y de intercambio de pareceres que pudiera conducir a negociaciones que nos permitieran aproximarnos a una visión más transversal y mayoritariamente aceptable por los ciudadanos, absolutamente canceladas y formalmente desautorizadas por las direcciones de las formaciones que han conformado el denominado Gobierno de coalición, al que se han unido los partidos que lo apoyaban desde el exterior del Gobierno.
Una escenificación permanente y ostensible de hostilidad hacia todos aquellos españoles que no se situasen, expresamente, en su ámbito ideológico, no escatimando esfuerzo alguno en formular descalificaciones y agravios constantes.
Tal parece como si los Partidos de la izquierda nacional hubieran decidido, deliberadamente, ignorar las preocupaciones, necesidades y problemas de ese inmenso sector de la población española que, alejado de tomas de posición extremas hacia un lado u otro del sector ideológico, preocupados mayoritariamente por llevar sus proyectos vitales adelante, esperan que los políticos contribuyan a resolverles los problemas, en lugar de crearles problemas que ellos no tienen y que no les conciernen porque afectan única y exclusivamente a los propios Partidos Políticos.
Enfrascados en sus agendas progresistas, feministas, ecologistas, socialistas y comunistas se han olvidado del objeto real de toda acción política, que es la defensa del interés general de los ciudadanos que con su esfuerzo personal sacan diariamente a España adelante conformando la magnífica realidad que somos, la España normal.

Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu

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