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La deriva de las democracias hacia el «autoritarismo competitivo»

La caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, pareció significar el comienzo de una era de democratización, una esperanza de libertad, al menos para Europa. Esa maravillosa sensación ha durado menos de tres décadas.
Va quedando cada vez más atrás la apertura, al menos relativa, de la Rusia de Gorbachov, de la China de Yiang Zemin, de la partición ejemplarmente pacífica de las repúblicas Checa y Eslovaca, de la unión a la Europa libre de los países de la hasta entonces sojuzgada Europa Oriental, de la caída de buena parte de las fronteras europeas, de la creación de unos enormes libre-mercados europeo y norteamericano. Samuel Huntington, famoso geopolítico autor del polémico ensayo denominado ‘La lucha de las Civilizaciones’, se refirió a esta época como la ’tercera ola de democratización’. Si bien supo interpretar acertadamente los conflictos entre civilizaciones, no pudo prever cuan rápido iba a acabar, al menos en el futuro inmediato, esta tercera ola.
Ese impulso liberador ha dado paso a lo que los politólogos Levitsky y Way, en un ensayo en el Journal of Democracy, publicado en 2002, denominaron ‘autoritarismo competitivo’, para referirse al ‘régimen híbrido’ entre dictadura y democracia existente en muchos países, que transitan de forma incompleta desde la dictadura a la democracia. Tres ejemplos actuales de esos regímenes son la Hungría de Orbán, El Salvador de Nayib Bukele o la Turquía de Erdoğan. En esos regímenes se combinan características autocráticas y democráticas, con elecciones regulares y represiones políticas. El fenómeno se ha extendido por buena parte del mundo y, de manera más o menos acusada, ha llegado a los Estados Unidos de Trump y la España de Sánchez. Levitsky y Way escribieron, proféticamente, que «el autoritarismo competitivo no solo está prosperando, sino que avanza lentamente hacia el oeste. Ninguna democracia puede darse por sentada”
En la actualidad, Estados Unidos está en la ‘cuerda floja’, con la amenaza real del triunfo del «autoritarismo competitivo» que, si bien ha quedado limitado por los resultados de las elecciones intermedias de 2022, se cierne como amenaza real tras las futuras elecciones de 2024, dada la toxicidad en el enfrentamiento entre partidos y las declaraciones claramente antidemocráticas de muchos líderes políticos. A ello hay que sumar una deriva importante, con la politización de la Corte Suprema y el destacado papel que el sistema electoral del país da a los Secretarios de Estado que, en ciertos casos, siguen sin reconocer los resultados de las elecciones de 2020.
El candidato republicano a gobernador de Wisconsin, Tim Michels, llegó a decir que, si es elegido, su partido «nunca perderá otra elección» en el estado. Rachel Kleinfeld de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, ha escrito que “los políticos antidemocráticos apoyados por asientos seguros y polarización han comenzado a promulgar un libro de jugadas autoritario». «Este libro de jugadas ha acelerado masivamente la desintegración democrática en los últimos cinco años».
El índice ‘Varieties of Democracy’, organizado en la Universidad de Gotemburgo de Suecia, ha rastreado la creciente «autocratización» en los Estados Unidos durante la última década, acentuada por la negación de Trump de la legitimidad de las elecciones de 2020 y la aceptación más amplia del Partido Republicano de esa negación. Ha mapeado cómo los republicanos se han deslizado más profundamente hacia la derecha iliberal -no liberal-, cercana en parentesco con las facciones nacionalistas gobernantes en países como India y Turquía y los partidos de extrema derecha en Occidente.
Por su parte, Levitsky y Way tienen menos miedo de que el autoritarismo competitivo se apodere de los Estados Unidos. Escribieron, a principios de este año, que Estados Unidos todavía posee una potente sociedad civil, sector privado y escena mediática, una oposición política robusta (en su formulación, son los demócratas) y suficiente capacidad institucional en su sistema federal descentralizado para frustrar el autoritarismo genuino. Pero hay pocas razones para festejar, cuando ellos escribieron que: «En lugar de autocracia, Estados Unidos parece dirigirse hacia una inestabilidad endémica del régimen». «Tal escenario estaría marcado por frecuentes crisis constitucionales, incluidas elecciones disputadas o robadas y conflictos severos entre presidentes y el Congreso … el poder judicial … y gobiernos estatales. … Estados Unidos probablemente cambiaría de un lado a otro entre períodos de democracia disfuncional y períodos de gobierno autoritario competitivo durante los cuales los titulares abusan del poder estatal, toleran o alientan el extremismo violento e inclinan el campo de juego electoral contra sus rivales”.
En España también estamos bajo un régimen personalista autocrático, con una coalición de gobierno que chantajea cada día al partido de Sánchez, para obtener concesiones de extrema izquierda, muy alejadas del sentir mayoritario de la población española. Mientras tanto, los votantes del PSOE se ven inmersos con demasiada frecuencia en una dicotomía, adorando a su dios político y justificando los múltiples errores de su gobierno con los supuestos fallos de otros, a los que critican con total desprecio a la separación de poderes y a las reglas del juego democrático.

Gonzalo Fernández

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