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La conjura de los necios, prepotentes y malos

Solo la ignorancia gubernamental -aún siendo inmensa- no puede explicar el cúmulo de barbaridades económicas que incesante y crecientemente padecemos. Keynes -un gran economista que acertó recomendando una serie de medidas económicas y de gasto público muy adecuadas para su tiempo pero poco recomendables para nuestros días, a pesar de lo que aseguran los “progres”- decía que no intentáramos comprender el mercado, que tomásemos una empresa que entendamos y nos concentremos en ella. O sea, más microeconomía y menos macroeconomía, más seguir la pauta de lo pequeño -no gastar más de lo que se ingresa, por ejemplo- que la de lo agregado, lo grande -aumentar el déficit público, pasando de 1.870.000 empleados públicos en los años 90 hasta los más de 3.300.00 en 2020, como es el caso de España.

La diferencia entre la micro y la macroeconomía es que la primera trata de aquellos que trabajan con dinero propio, mientras que la macroeconomía contempla sobre todo los movimientos y decisiones de los que trabajan con el dinero ajeno. Los primeros no pueden, no podemos, endeudarnos, porque las deudas caen sobre nosotros. Los segundos, digamos que los gobernantes y los empleados públicos, hacen caer las deudas sobre las generaciones futuras, o sobre las elecciones siguientes, en el mejor de los casos. La economía trata sobre el manejo de recursos escasos. En el caso de los que trabajan con recursos ajenos el límite -al que los socialcomunistas se acercan peligrosamente- es que los impuestos directos e indirectos alcancen casi el 100% de los ingresos que los forzados contribuyentes consigan, momento en el que nadie querrá trabajar y la esclavitud, el trabajo forzado en los gulags, volverá. Da toda la impresión-tal y como van las cosas en nuestro país- que ese es el objetivo, no confesado, que se persigue, porque solo la ignorancia gubernamental -aún siendo inmensa- no puede explicar el cúmulo de barbaridades económicas que incesante y crecientemente padecemos. Esto parece la conjura de los necios, prepotentes y malos.

Leí este fin de semana un artículo de Martín Caparrós en El País Semanal. Introducía una atractiva palabra que no existe: fuerismo. Fueristas serían todos aquellos que están hartos del sistema político, de los políticos y de la política, y que insisten en que todos ellos, los políticos en ejercicio, deben irse. En francés existe una palabra para definir a esos quejosos: dégagisme, cuyo origen puede datar -como señala Caparrós- en aquel enero de 2011 en el que un pobre vendedor de fruta, angustiado por el acoso policial, se prendió fuego y encendió una revuelta contra el presidente tunecino, Ben Alí, al grito de “dégage”, vete, fuera. Así nació-añade Caparrós- la primavera árabe, con insurrecciones en Argelia, Libia, Egipto, Siria, Yemen, Kuwait, etc.
“La palabra fuerismo no existe, pero la idea sí. En un mundo lleno de palabras sin ideas, este es un caso raro de idea sin palabras”. Cierto. El “fuerismo” puede estar justificado y el vete, fuera, ha sido un importante factor del cambio necesario, pero el problema es que los que se quejan -con bastante razón- de los políticos y de la política, los dégage, los “fueristas”, no ofrecen una idea de reemplazo ni alternativas futuras, y destruir lo que existe sin tener preparado lo que ha de sucederle puede llevar al desastre e incluso a la añoranza del tiempo pasado, a ese “cualquier tiempo pasado fue mejor” que escribió Jorge Manrique en su famosa Copla a la muerte de su padre, y como de hecho ha ocurrido con frecuencia y como la historia nos demuestra.

Volviendo la vista a nuestra Melilla pocas dudan caben de que el “fuerismo” está muy extendido y muy justificado. Lo estuvo, antes, y lo está, ahora. Por las características y los problemas muy especiales que Melilla tiene, una situación con evidente tendencia a empeorar, Melilla, como Ceuta, necesitaría una estructura política muy diferente de la actual. Ya dije en una de mis Cartas anteriores, que el cambio de estructura política debería empezar por salir de ese limbo de Ciudad Autónoma en el que vivimos sin vivir en él, porque en el limbo, en la nada, no se puede vivir eternamente. Propuse entonces, insisto ahora y seguiré insistiendo en que, en mi opinión, la única solución posible es crear una Autonomía para Melilla y Ceuta, la decimoctava de España. Eso nos proporcionaría una seguridad y un peso político en España del que ahora carecemos, por mucho que los Gloria Rojas de turno declaren que en el Gobierno están volcados en nosotros y nos prestan una gran atención, algo que los hechos desmienten -lo del contrato marítimo es la última prueba, lo del cierre de las fronteras y el comercio con Marruecos unilateralmente, la anterior, entre otras muchas pruebas- con total evidencia, solo imperceptible para los que, cegados por la ideología partidista y su conveniencia personal, no lo quieren ver ni reconocer.

Posdata
La economía sumergida en España: el 24,6% del PIB. En Melilla probablemente será más. La economía sumergida surge cuando la economía formal impide el desarrollo económico de una actividad empresarial determinada en la que dos partes están de acuerdo en el intercambio de un bien o un servicio. “Es cierto que una fiscalidad muy elevada origina uno de los esfuerzos fiscales más altos de la OCDE que, junto con unas cargas sociales desorbitadas, hace que muchas empresas se vean obligadas a no declarar parte de sus ingresos como medio de simple subsistencia” (Manuel Carballo). La primera razón que prácticamente todos los economistas creen que es la causa de tan alta economía sumergida es la alta fiscalidad que padecemos los españoles de manera que la constante subidas de impuestos -una decisión política- no contribuyen a disminuir la economía sumergida, sino todo lo contrario: produce un círculo vicioso en constante aumento y proporcional al enorme daño económico general de la economía española.

Enrique Bohórquez López-Dóriga

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