Por Paco Rodríguez Boix
Parafraseando a Miguel Hernández, “Elegía a Ramón Sijé”, en Marbella, su segundo pue-blo, el día 22 de junio, se nos ha muerto, como del rayo, Ángel Castro, a quien tanto queríamos. Y nunca mejor dicho lo del rayo, ya que su súbita muerta ha sido un golpe tremendo para su familia y para sus múlti-ples amistades, que abarrotaron la Iglesia del Sagrado Corazón con motivo de la misa de su funeral.
Ha sido Ángel Castro, y que duro resulta hablar en pasado, persona pacífica, pacifi-cadora, llena de bonhomía, excelente docen-te, generoso intelectualmente, el único ca-paz de poner coto a nuestro Pancho Romero, gran conversador, dotado de un fino sentido del humor y, aparte otras virtudes, y como ha puesto de manifiesto Pedro Bueno (en el libro “Un solo doble”, escrito por los dos al alimón durante la pandemia) provisto de una extraordinaria rapidez a la hora de ma-nejar recuerdos, de hilvanar ideas, de con-servar y almacenar en su lugar correcto las miles de anécdotas y de experiencias que atesoraba en su privilegiada y metódica ca-beza.
No era excesivamente locuaz. Es cierto que cuando no hay nada que decir es mejor callar. Pero ese no era su caso. Él tenía, todavía, mucho que decir, que hacer y muchas jornadas culturales que organizar. Y sus si-lencios también eran expresivos.
Dotado de una exquisita sensibilidad en sus relaciones con los demás, fuera quien fuera su interlocutor siempre percibía lo que le podía agradar. En sus relaciones con estudiantes, amigos y cualquier persona siempre se mostró amable. Y con su agradable sonrisa abría las puertas de la proximidad. Pero todo esto no empañaba su reciedumbre, sentido del deber y un alto grado de honestidad en toda su trayectoria personal y profesional. Por encima de todo era un hombre de una gran integridad.
Siempre fue “Litri”. No por el torero onubense Miguel Báez, con quien no le unía ninguna concomitancia, sino que el apodo se lo puso, en quinto de bachiller, Don Tarsicio Roel, profesor de Química en la Salle, por su forma de andar al salir a la pizarra.
Ha sido un lujo contar con su amistad y, desde aquí, traslado a su mujer, Chiqui, y a sus hijos, Ángel e Ignacio, mi dolor por su muerte. Ángel, siempre serás “nuestro porvenir en el recuerdo y nunca en el olvi-do”.
Descansa en paz amigo del alma, amigo de siempre.
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IN MEMORIAM: ÁNGEL CASTRO
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