Hay amistades con más arraigo que la propia familia. Eso me ha pasado a mí con mi amigo Miguel Luis Muñoz Lorente. Nos conocimos desde párvulos en el Colegio de los Hermanos, hoy la Salle, allí crecimos juntos y allí cantábamos en el coro de la Capilla de donde varias veces nos echaron por reírnos del hermano Severino, que tenía cara de vietnamita. Ambos nos hicimos maestros y nuestras vidas se hicieron paralelas. Mi madre lo quería como un hijo y se reía con sus ocurrencias.
Su familia era muy conocida y apreciada en el Barrio del Real. Su madre era directora de un colegio privado en el Paseo, donde hoy está la cafetería Granada, se llamaba “San Francisco de Asís”, pero todos lo conocían como el Colegio de Doña Luisa. Allí dieron clases sus hermanas, su tía y él también. Su hermana Rosa María es hoy monja de la Caridad, y Luisina lo ha cuidado en estos últimos tiempos.
La verdad es que éramos muy distintos, pero nos complementábamos. En la vida del Magisterio de Melilla el “tandem” Miguel Luis y Gambero tuvo un gran papel. Compartimos todo y cualquier decisión de sumo no cuajaba sin consultarlo con el otro.
Recuerdo que en 1.966 cuando yo gané un oposición en Granada para venir a Melilla la víspera de elegir plaza nos pasamos toda la tarde recorriendo el Paseo del Real para decidir si cogía el Colegio de este barrio o me decidía por otro. Al final opté por mi querido barrio del Real al que tanto quiero.
Más tarde él fue elegido Director del Colegio España (Ataque Seco) y en nuestros cargos paralelos nos “toreamos” a todos los Inspectores que pasaron por Melilla. La más especial fue Dª Trinidad de Pablos, Dª Trini, un mujer singular, divertida y única con la que vivimos anécdotas inolvidables.
En el plano personal recuerdo que hicimos un viaje a Marruecos con tres compañeros más en su Renault matrícula 7242. En Marrakech nos alojamos en el hotel Mamourria, el mejor, y debido a nuestro “buen francés” no entendimos bien el precio y al ver luego la factura era el triple de lo que entendimos y tuvimos que volver a Melilla comiendo pan y chocolate…
Más tarde hicimos un viaje, de ocho días a París. Miguel Luis se documentó a fondo y en esos días me llevó al trote por toda la ciudad y no hubo iglesia o monumento que no visitáramos y me contara su historia.
En pago, yo le hice subir tres veces a la Torre Eiffel. Migue Luis vivía en el Real, en la calle Aragón nº 20. Eran dos viviendas comunicadas entre sí. En un vivía sus padres y él en la otra. Como era tan espléndido con sus amigos le gustaba organizar guateques donde se bailaba con la música de la época y que siempre terminaban con el himno de la peña: “Guantanamera”.
Miguel Luis tenía una gran personalidad. Era muy inteligente y culto y sabía conversar sobre cualquier tema. Yo envidiaba su gran memoria.
Tenía una gran formación religiosa pues, aparte el ambiente cristiano de su familia, pasó una temporada en el Seminario de Málaga pero su espíritu rebelde e inconformista le hizo abandonar. ¡Cuántas conversaciones tuvimos sobre religión y nuestras dudas existenciales..! y cuántas veces yo le decía: ¡Qué buen camarlengo se ha perdido el Vaticano…!.
Profesional fue un maestro ejemplar con gran facilidad para transmitir conocimientos llegando a ser un referente en el Magisterio.
Tenía en alta estima la amistad y disfrutaba invitando a comer a sus amigos. Muchos recordarán cómo adornaba su casa en Navidad, sobre todo la larga mesa de ocho comensales.
Ponía un centro de módulos comprado en Barcelona que parecía un jardín de Versalles, hasta con un pequeña fuente en medio. Por cierto que una vez le puso pequeños peces de colores y en mitad de la comida dos de ellos saltaron dando brincos y chapoteando entre los platos…
Cuando yo cogí la hepatitis que se convirtió en cirrosis, vino conmigo a Barcelona y nos alojamos en casa de su tías Paquita y Angelita, dos mujeres adorables. Miguel Luis me acompañó en mi peregrinación por médicos y hospitales hasta que me trasplantaron el hígado en el hospital Clínico. En mis sucesivas revisiones siempre paré en casa de sus tías de las que guardo el mejor de los recuerdos.
Aunque Miguel nunca fue muy andariego, en los últimos tiempos se pasó. Le dio por el ordenador y apenas andaba. Para cualquier salida cogía un taxi pues hacía años que no tenía coche, desde un viaje a Marruecos en que tuvo un accidente y uno de los compañeros murió. Eso le impactó tanto que dejó de conducir para siempre.
Se hizo un experto en informática y en Navidad hacía unas tarjetas de felicitación extraordinarias con las que felicitaba a sus médicos y a todos sus amigos.
Hace dos años sufrió una trombosis y su hermana Luisina se lo llevó a su chalet de Gunit, Tarragona donde estaba muy bien cuidado y muy a gusto. Nos hablábamos muy a menudo por teléfono contándonos nuestras dolencias y todos los finales de mes me llamaba al móvil para decirme: Pepe, ya han pagado.
Son tantas cosas las que recuerdo que no acabaría. Algunas tan peculiares que yo las catalogaba como “las cosas de Miguel Luis”.
Para mi era un hermano más y por eso siento un gran vacío. Su hermana Luisina me dio la noticia y tuve que tomarme un tranquilizante pues no ando muy bien del corazón ya que hace un mes y medio tuve una angina de peco y no debo llevarme disgustos, pero éste era inevitable.
Como yo tengo más enfermedades y limitaciones que él tenía y soy un año mayor, no esperaba este desenlace, pero así es la vida.
Quiero con estas líneas enviar a sus familiares mi compañía en su dolor. A su hermana Rosa María, una simpática monja llena de gracia andaluza, a su hermana menor Luisina, una guapa profesora de autoescuela y una artista en la cocina. A su cuñado Alberto Ibáñez de Opacua, jubilado de la misma profesión que su esposa, un hombre bueno, atento y educado y a la que queda de sus tías, Paquita, una entrañable nonagenaria en una residencia de Guadalajara.
A todos ellos, mi hermano Ángel Mario y yo les mandamos nuestro más cariñoso abrazo. Y también les envió el sentir de todos los buenos amigos que en Melilla quedamos consternados y sin acabar de creérnoslo: José Ángel Fernández Peñas, Rafael Imbroda, José Alfredo Asensi, Vicente Moreno Espinosa, “Pepito el Marinero”, José Ramos Santander, etc, etc, y tantos otros a los que quería tanto y en los que ha dejado el mejor de los recuerdos.
Pues sí, Miguel Luis, nos has dejado tantos recuerdos que tu presencia estará siempre con nosotros. Aquí quedamos en este dislocado mundo donde la locura de los hombre no respeta ni la inocencia de los niños, esos niños que tanto significaron para nosotros.
Era el Gran Maestro recompense tu labor y tenga piedad de todos.
Hasta siempre, Miguel Luis,
Hasta siempre, hermano.
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Hasta siempre, Miguel Luis
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